jueves, 8 de febrero de 2007

La Revolución mexicana

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Material de Apoyo Historia de México II.

La guerra de clases en la revolución mexicana (Revolución permanente y autoorganización de las masas)

Adolfo Gilly

Documento tomado de: Interpretaciones de la revolución mexicana, México, Ed. Nueva Imagen, 1980 pp. 21-53.

I.- Introducción.

No es un buen método —o es el “buen y viejo método apriorístico”, como diría irónicamente Engels— comenzar por clasificar a la revolución mexicana, por ponerle nombre o etiquetas. La discusión sobre la interpretación de la revolución no se puede encerrar en la disputa de sus nombres: democrática, burguesa, popular, antiimperialista, campesina; o de sus secuencias: concluida, derrotada, victoriosa, inconclusa, interrumpida, permanente. Nombrar viene después: lo primero es comprender qué fue la revolución.

Esto es lo que trataremos de hacer, investigando cuáles fueron sus determinaciones fundamentales, cómo ellas se combinaron, cuál fue su movimiento interior y en qué resultado global desembocaron. Sólo el carácter concreto de esta totalidad y su movimiento, pueden dar la base material en la cual sustentar el nombre de clase de la revolución mexicana, su carácter de clase especifico, que es siempre una combinación, porque producto de combinaciones desiguales son las formaciones económico-sociales en las cuales ocurren las revoluciones reales.

2.- Fuerzas componentes y determinantes.

Como punto de partida, concebimos la esencia de toda revolución en los términos en que la generaliza Trotsky: "La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos". Desde este punto de vista, ésa fue también la esencia de la revolución mexicana, su rasgo último y definitorio. Ella aparece, ante todo y sobre todo, como una violentísima irrupción de las masas de México, fuera de la estructura de la dominación estatal y contra ella, que altera, trastorna y transforma de abajo a arriba todas las relaciones sociales del país durante diez años de intensa actividad revolucionaria. Esa actividad tiene un motor central: la revolución se presenta como una gigantesca guerra campesina por la tierra, que llevada por su propia dinámica pone en cuestión el poder y la estructura del Estado, controlado hasta entonces por un bloque de poder en el cual la hegemonía indiscutible la detentaban los terratenientes.

La base de masas de los tres principales ejércitos revolucio­narios: el de Obregón, el de Villa y el de Zapata (dejamos en el plano secundario que siempre ocupó el ejército de ese general sin honor y sin conocimientos militares que se llamó Pablo González), la constituyó el campesinado insurrecto.[1]

Ciertamente, fueron diferentes las relaciones de esas tres fracciones militares con el Estado de los terratenientes y de la burguesía mexicanos. El obregonismo era un desgajamiento de ese Estado (como lo era en su conjunto el carrancismo), que tenía su base material y de continuidad histórica con el pa­sado en el aparato del Estado de Sonora[2] y que aspiraba a transformar al Estado nacional, reorganizándole a su imagen y semejanza (imagen que, dicho sea de paso, fue transformándose ella misma y tomando forma en el fragor de los diez años revolucionarios).

El villismo, cuya base de campesinos y trabajadores se nutría de una región donde estaban mucho más desarrolladas que en el centro y el sur las relaciones salariales y capitalistas en el campo, tampoco enfrentaba programáticamente, en sus objetivos últimos, a ese Estado. Quería la tierra, quería la justicia, pero no las imaginaba fuera del marco de las relaciones capitalistas de producción que habían ido creciendo durante toda época de Porfirio Díaz. Aunque Villa y Madero se proponían objetivos diferentes, el maderismo de Villa no era una argucia o una astucia, sino la expresión del sometimiento ideológico campesinado a la dirección de una fracción de la burguesía y, en consecuencia, a su Estado.

El zapatismo no se planteaba, obviamente, la cuestión del Estado ni se proponía construir otro diferente. Pero en su rechazo de todas las fracciones de la burguesía, en su voluntad de autonomía irreductible, se colocaba fuera del Estado. Su forma de organización no se desprendía o se desgajaba de éste: tenía otras raíces. Y quien está fuera del Estado, si al mismo tiempo decide alzar las armas, se coloca automáticamente contra el Estado.

Nada de esto era claro para las tres fracciones militares, que no razonaban en términos de Estado, sino de gobiernos. Las tres podían entonces coincidir en el antiguo grito trasmitido por la tradición nacional: "¡Abajo el mal gobierno!", y las tres entender con ello cosas diferentes. Esa diferencia residía sobre todo en qué hacer con la tierra. Y como la base de masas de la revolución daba la lucha por la tierra y la base de los tres ejércitos se movilizaba antes que nada por la tierra y no por la paga (aunque la paga contara en el constitucionalismo), es natural que al radicalizarse la lucha revolucionaria, la fracción más extrema en esa lucha por la tierra influyera sobre la base de masas de las otras. Esto, sumado a la defensa por los terratenientes de sus propiedades y de su Estado, contribuyó a que la vasta insurrección en la cual, inicialmente, sólo una minoría estaba fuera del Estado, acabara enfrentando a Estado que defendía la propiedad de los terratenientes con las armas en la mano y quebrando su columna vertebral: el Ejército Federal. La lucha contra el "mal gobierno" acabó así en una insurrección contra la clase dominante, los terratenientes y toda su estructura estatal.

El porfiriato, como es ya generalmente reconocido, fue una época de intenso desarrollo capitalista del país. En ella se van articulando y combinando constantemente relaciones capitalistas y relaciones precapitalistas, pero cada vez más sometida la masa de éstas —mayoritarias, si se las hubiera podido medir cuantitativamente— al dinamismo de aquéllas. El régimen porfirista fue, bajo su aparente inmovilidad política, una sociedad en intensa transición, la forma específica que adoptó en México el periodo de expansión del capitalismo en el mundo de fines del siglo XIX y comienzos del XX, en el cual se formó y se afirmó su fase imperialista y monopolista.

Ese desarrollo del capitalismo en México bajo el porfirismo, combinó bajo una forma específica dos procesos que en los países avanzados se presentaron separados por siglos: un intenso proceso de acumulación originaria y un intenso proceso de acumulación capitalista (reproducción ampliada). Evidentemente, ambas formas de acumulación se combinan en todas partes, todavía hoy. Pero aquélla es absolutamente secundaria y se opera, por así decirlo, en los intersticios de ésta, como un resabio que la lógica del sistema no puede eliminar.[3] el porfiriato, por el contrario, la acumulación originaria -madre de las antiguas guerras campesinas europeas, la de Thomas Münzen en Alemania, la de Winstanley y sus diggers en Inglaterra, la del Captain Moonlight en Irlanda-, bajo la forma brutal de las compañías deslindadoras y de la guerra de las haciendas contra los pueblos, fue un rasgo dominante del período, al servicio del cual estuvo toda la potencia del Ejército Federal y todas las argucias de jueces, abogados, funcionarios, políticos, intelectuales, profesores, caciques y sacerdotes. Este proceso fue acompañado, estimulado y luego crecientemente dominado por el desarrollo de las industrias: minera, petrolera, textiles, alimenticia (entre ellas, la azucarera), henequenera, en la figura de cuyos trabajadores se mezclaban inextricablemente la “libre” coerción capitalista del salario con las coerciones extraeconómicas de las relaciones de producción precapitalistas. El peón acasillado era un ejemplo típico de esta doble coerción integrada en una sola explotación, así como a nivel de la acumulación del capital las haciendas azucareras o ganaderas eran ejemplos de la combinación de ambos procesos de acumulación en forma masiva y en una misma empresa.

La construcción de los ferrocarriles, orgullo del régimen porfiriano, expresó concentradamente esta combinación. Ellos se extendieron expropiando tierras de las comunidades para tender sus vías, incorporando a los campesinos así despojados como fuerza de trabajo para su construcción, desorganizando sus formas de vida y de relación tradicionales y arrastrándolos al turbión mercantil del capitalismo. El avance de las vías férreas está constelado de insurrecciones campesinas —algunas registradas, muchas otras no—- en defensa de sus tierras y de su modo de vida, todas reprimidas, todas derrotadas, ninguna —como se vería finalmente en 1910— definitivamente y para siempre vencida.

Los campesinos sufrían este proceso combinado de acumulac­ión como un despojo de sus tierras y una destrucción de sus vidas, de sus relaciones entre sí y con la naturaleza, de sus ritmos vitales, de sus tradiciones. Era una potencia inhumana y hostil que penetraba arrasando, sometiendo, destruyendo cuanto ­les era querido y constituía su identidad social. Y esa po­tencia se materializaba, además, en el ejército federal, ese monstruo que mediante la leva se construía con la propia carne campesina.

El campesinado resistió constantemente ese proceso. Lo resis­tió como campesino comunitario despojado y lo resistió como peón o como trabajador asalariado. Resistió en su doble carácter combinado. Y la antigua materia de las guerras campe­sinas, la resistencia a la penetración brutal del capitalismo, se combinó con la nueva materia de las luchas obreras, la resis­tencia a la explotación asalariada. De esa combinación única nacida de un proceso también combinado en forma específica y única, nacieron la explosividad, el dinamismo y la duración extraordinarios del movimiento de masas de la revolución me­xicana. Es fundamentalmente el campesinado quien hace saltar desde abajo toda la lógica del proceso de desarrollo capitalista. No puede impedirlo ni sustituirlo por otro diferente, pero lo interrumpe y lo cambia de sentido, altera las relaciones de fuerzas entre sus representantes políticos. Y así como él, el campe­sinado, se había visto envuelto en el turbión económico y social del desarrollo capitalista, respondió envolviendo al capi­talismo en el turbión social y político de su propia guerra revolucionaria.

La revolución mexicana oficial, la de Madero, la del Plan de San Luis, la que empezó el 20 de noviembre de 1910, en realidad terminó el 25 de mayo de 1911 cuando, después de los acuerdos de Ciudad Juárez, Porfirio Díaz se embarcó en el "Ypiranga". Quienes la continúan, haciendo saltar finalmente los acuerdos entre el porfirismo y el maderismo, son los campe­sinos. El foco de esa continuación está en el zapatismo. Detrás de la brecha que éste mantiene abierta, se precipitan todas las masas. Y con ellas, se precipitan y convergen todas las deter­minaciones de la historia mexicana sin las cuales es imposible explicar el fantástico dinamismo de la revolución; una historia constantemente fracturada por irrupciones de las masas, en la cual los períodos de continuidad y estabilidad no aparecen como la conclusión de las rupturas anteriores sino, por el con­trario, como períodos de acumulación de las contradicciones que preparan las rupturas por venir.

Detrás de la irrupción campesina, se precipitan y convergen en la revolución de 1910 desde el espíritu de frontera del norte hasta la persistencia de la memoria de las comunidades del sur y del centro, desde las guerras de masas de Hidalgo y Mo­relos hasta la expulsión del imperialismo francés por los hombres de Juárez, desde el fusilamiento de Maximiliano hasta las múltiples y anónimas sublevaciones locales, desde el desga­rramiento exterior de la guerra del año 47 hasta el desgarra­miento interior de la guerra del yaqui. Es inútil buscar en todo esto los factores económicos, que sólo en última instancia —decían Marx y Engel— determinan los hechos históricos. Y sin embargo, todas esas determinaciones son también deci­sivas para dar a la revolución mexicana su carácter único en la formación y la síntesis de la nación.[4]

Otras determinaciones, las de la situación mundial, influ­yeron también sobre el gran estallido de 1910. Ellas son cono­cidas: la revolución de 1905 en Rusia; la crisis mundial del capitalismo en 1907 que afectó gravemente a la economía mexicana tanto en su actividad industrial como en sus exportac­iones y en el nivel de los precios internos; la serie de revol­uciones populares (en el sentido que Lenin da a la palabra: burguesas por su programa y sus objetivos de clase, populares la amplia intervención de las masas en ellas) en Portugal, Turquía, China; los preparativos de la guerra mundial; el crecimiento y el auge del sindicalismo revolucionario de los Industrial Workers of the World (IWW), los wobblies, en Es­tados Unidos. Todos estos procesos incidieron, en medida di­ferente, sobre la sociedad mexicana y se combinaron con una crisis de la transición en el Estado burgués. Esta transición estaba determinada por el ascenso de un nuevo sector de la burguesía que pasaba de terrateniente a industrial (sin dejar de ser propietaria de tierras), uno de cuyos prototipos era precisamente la familia Madero, sector que buscaba una transformación en los métodos de dominación del Estado, para acor­darlos con las transformaciones económicas sufridas por el país. Esa crisis, que era producto del nivel del desarrollo capitalista favorecido y organizado por el Estado porfiriano, tomó la forma política de la crisis interburguesa que opuso al maderismo, como movimiento nacional, al régimen de Poifirio Díaz.

Tal vez una de las razones que explican la aspereza con que se enfrentaron las dos fracciones de la burguesía, sea el hecho que no se sentían amenazadas por el proletariado en su do­minación estatal. La clase obrera, sin duda, había crecido junto con la industria bajo el régimen porfiriano, había organizado sociedades de resistencia y sindicatos, había intensificado el nú­mero y la frecuencia de sus movimientos de. huelga desde principios del siglo. Bajo su influencia social, un ala del libe­ralismo, la de Ricardo Flores Magón, había abrazado las concepciones del anarquismo y proclamaba, con el programa del Partido Liberal Mexicano de 1906, los ideales de la revo­lución social. Pero los movimientos de la clase obrera misma, por resueltos que pudieran haber sido sus métodos de lucha frente a la represión estatal, nunca pasaron del nivel econó­mico. El proletariado mexicano, en ninguno de sus sectores importantes, se proponía cambiar el régimen del trabajo asa­lariado y luchar por el socialismo, sino mejorar su situación económica y social dentro del régimen capitalista imperante. El hecho de que en México no existiera un Partido Socialista de la Segunda Internacional (como los había, por ejemplo, en el primer decenio del siglo, en Argentina, Chile y Uruguay) no era, en último análisis, la causa de esa situación, sino más bien su reflejo. El hecho, en cambio, de que muchos de sus militantes de vanguardia y organizaciones sindicales adoptaran la ideología anarquista no significa que esa ideología fuera compartida por su base sindical, sino simplemente que ella reflejaba, al nivel de esa vanguardia, su reciente origen artesano o incluso el peso efectivo de los sectores artesanales en la formación de los sindicatos de esa época.

Lo cierto es que todo esto significaba una ausencia de inter­vención y de organización política independientes del proleta­riado con relación a la burguesía, lo cual hacía sentir a ésta que podía ir relativamente lejos en sus disputas interiores sin riesgo de que esto diera lugar a una iniciativa política autó­noma de su enemigo histórico, el proletariado. Lo que ella no veía, en cambio, lo que no podía ver, era que las condiciones de esa iniciativa se escondían en la innumerable masa campesina, para ella simple sujeto de expoliación y explotación. En esa ausencia de autodeterminación política está la explicación del papel político secundario desempeñado por la clase obrera durante todo el curso de la revolución. No cambia esto, pensa­mos, el caso importante pero aislado de "Regeneración" y de la corriente magonista. La ideología del magonismo era pro­ducto de un proceso de transición combinado en el pensamiento de una parte de la vanguardia obrera y de un sector la pequeñoburguesía radical hacia las ideas socialistas. Pero luego de sus fracasos iniciales en sus insurrecciones de Palomas, Viesca y Baja California —todas ellas teñidas de las persistentes utopías de la frontera—, el papel del magonismo en la revo­lución, en las fuerzas reales que la encarnaron, combatieron sus batallas y determinaron su curso y sus resultados, fue com­pletamente marginal. En pleno proceso revolucionario donde son las armas las que resuelven los conflictos y despejan las incógnitas, ninguna cantidad de manifiestos y de análisis políticos pueden sustituir la presencia de la fuerza material de hombres armados sin la cual las ideas no pasan jamás de los papeles, es decir, no alcanzan a cambiar el mundo.

La facción burguesa de Madero contaba, por el contrario, con las aspiraciones democráticas de la pequeñoburguesía, cuyo crecimiento en las ciudades había acompañado al del capita­lismo. Una buena parte de su clientela política provenía de ese sector, que se reconocía en las propuestas de democracia política y de mayor participación en los asuntos del gobierno simbolizaba el maderismo.

El conjunto de este proceso del cual surge la relación de fuerzas sociales entre las clases al comienzo de la revolución y en su curso mismo, estaba además sobredeterminado por una lenta definición de las clases, característica de la formación social-mexicana, cuya razón debe buscarse no sólo en la abiga­rrada combinación de relaciones capitalistas y precapitalistas encarnadas en costumbres, relaciones y tradiciones inmemoriales recientes, sino también en el hecho de que el desarrollo del capitalismo significó para México perder, primero, la mitad del territorio nacional y enfrentar, segundo, menos de veinte años después, una nueva invasión extranjera para reducir la nación al rango de colonia. Esto ha hecho que la solidaridad de nación se sobreponga fuertemente sobre la división en clases, y que la burguesía, como clase dominante, pueda capitalizar en su pro­vecho esa solidaridad identificando su causa con la de la nación, oscureciendo así las relaciones de explotación a los ojos de las clases subalternas y deteniendo o postergando el desarrollo de la autoidentificación y definición de éstas; es decir, el desa­rrollo de su solidaridad de clase que debería ser un producto normal del desarrollo de las relaciones de explotación capi­talistas.

3. La clave de la revolución: el zapatismo

Entre este conjunto de factores sociales, ¿ cuál fue el determi­nante en el curso, la extensión en el tiempo y en el espacio, y la violencia que adquirió el movimiento revolucionario? Es preciso plantear esta pregunta pues muchos de ellos estaban también presentes en otros países latinoamericanos o de desa­rrollo similar al de México en esa época y, sin embargo, no dieron como resultado un estallido de ese tipo. A los ya enun­ciados, podemos agregar otros factores que pesaron pero de los cuales no puede decirse que hayan cambiado en forma de­cisiva el panorama: por ejemplo, la vecindad con Estados Unidos que daba un "santuario" capitalista democrático a los revolucionarios del norte y les permitía proveerse de armas modernas y relativamente abundantes; o la tradición de inter­vención masiva de la población en los conflictos económico-sociales de México. Pero éstas y otras son formas, no contenidos, y aquella pregunta sólo puede ser satisfactoriamente respondida si se encuentra una cualidad o condición que esté ya en los protagonistas mismos de la revolución, en las grandes masas que le dieron su cuerpo y su sustancia.

Si observamos la línea que marca la revolución desde 1910 a 1920, veremos una constante: la única fracción que nunca interrumpió la guerra, que tuvo que ser barrida para que cejara, fue la de Emiliano Zapata. Después de los acuerdos de Ciudad Juárez, a fines de mayo de 1911, todas las facciones revolucionarias, al llamado de Madero, depusieron las armas: la revolución había triunfado, don Porfirio había caído. Todas, menos la de Zapata: la revolución no había triunfado, la tierra no se había repartido. Los zapatistas se negaron a entregar las armas y a disolver su ejército; se dieron su programa, el Plan de Ayala, en noviembre de 1911, y continuaron tenazmente su combate. Resultado evidente: entre mayo de 1911 (caída de Porfirio Díaz) y febrero de 1913 (asesinato de Madero), es decir, durante un año y nueve meses, sólo el Ejército Libertador del Sur mantuvo la continuidad en armas de la revolución mexicana, combatido por el mismo Ejército Federal y el mismo Estado que antes encabezaba Díaz y ahora presidía Madero. La revolución burguesa maderista, concluida y hecha gobierno, reprimía a la revolución campesina zapatista, que proseguía sin interrupción la lucha por la tierra.

Es plenamente evidente que si no hubiera sido por la con­tinuidad de la lucha zapatista, allí mismo se habría cerrado la revolución mexicana y ésta habría pasado a la historia como una más de las muchas revoluciones de América Latina: algunas batallas a principios de 1911 y el subsiguiente relevo en el poder de una fracción de la burguesía por otra. Ahora bien, ¿ qué es lo que explica, por un lado, la tenacidad y, por el .otro, el éxito de los campesinos zapatistas en mantener solos contra todos lo que Marx llamaba la permanencia de la revolución?[5] La explicación no está simplemente en el programa agrario: otros sectores campesinos siguieron a Madero en pos de la tierra y aceptaron suspender la lucha armada. No está tampoco en el hecho de tener las armas: otros también las poseían y las devolvieron. La tierra era el objetivo general de los levantamientos armados campesinos. La propiedad terrate­niente, siendo todavía entonces el eje de la acumulación capi­talista —no su sector más dinámico, que se situaba en la in­dustria— y de la acumulación originaria, era el centro de gravedad económico de la formación social; amenazarla, poma en peligro el sistema entero. Pero el gobierno maderista contaba todavía con medios y con legitimidad (consenso) ganada en su lucha contra el porfiriato, como para poder recuperar ese objetivo en las promesas de su programa y postergar la ame­naza al sistema mientras se consolidaba el Estado después de la crisis de la sucesión presidencial.

La clave de toda revolución es que las masas decidan por sí mismas, que puedan "gobernar sus propios destinos", fuera de las decisiones y de las imposiciones del Estado de las clases dominantes. Para esto lo decisivo no es que tengan dirección, programa o armas: todo ello es necesario, pero no es sufi­ciente. Lo decisivo es que tengan una organización independiente a través de la cual puedan expresar las conclusiones de su pensamiento colectivo y ejercer su autonomía.

La clave de la resistencia permanente del sur, es que allí existía esa organización. Eran los pueblos, el antiguo órgano democrático de los campesinos comunitarios, el centro de deli­beración y de decisión donde hablan resuelto por su cuenta, durante cientos de años, sus problemas locales y con el cual habían organizado, a partir de la conquista, la resistencia tenaz e innumerable contra el despojo de tierras primero, y contra las consecuencias de la explotación terrateniente después; es decir, contra la acumulación originaria y contra la explotación capi­talista. Los campesinos, sin duda, no hacían distinción entre ambos procesos, por lo demás inextricablemente unidos en la realidad. Se les presentaban mezclados como una sola opresión. Con esa organización la resistían. La vieja organización comunal de los pueblos, o sus resabios cada vez más evanescentes, indudablemente habría terminado por ser disuelta por la pe­netración de las relaciones mercantiles y por el desarrollo del capitalismo en el campo. Pero la revolución estalló antes de que ese proceso de disolución hubiera llegado a su término y tomó su forma específica precisamente porque todavía no había llegado a él.

Los pueblos, todavía vivos como centro de vida comunal de los campesinos en su resistencia de siglos al avance de las haciendas, fueron el organismo autónomo con que entraron naturalmente a la revolución los surianos. Todo eso se resumía el grito con que Otilio Montaño proclamó la insurrección sur: "¡Abajo haciendas y viva pueblos!". Era un grito político, profundamente revolucionario, porque para los oídos campesinos hablaba no sólo de la recuperación y el reparto de las tierras, sino también de la conquista de la capacidad de decidir, arrebatada a las haciendas como encarnación local del poder omnímodo del Estado nacional y entregada a los pueblos, al sencillo y claro instrumento de autogobierno de los campesinos.

Esa organización, además, era invisible para los opresores. Pasaban a su lado y no la veían, porque se confundía con la vida misma de esos campesinos cuya capacidad de pensamiento colectivo menospreciaban. Ella estaba fuera de la lógica mercan­til de la mentalidad burguesa y terrateniente, porque su funcionamiento no se basaba en, ni tenía nada que ver con la sociedad de los propietarios iguales de mercancías, con el reino mercantil del valor de cambio, sino que provenía de una an­tigua tradición (ciertamente ya esfumada) de asociación de productores, iguales en el trabajo, no en la propiedad. Los gobernantes, los terratenientes, los funcionarios y los mayordo­mos no podían ver la relación interior de los pueblos aunque la tuvieran ante sus ojos: tenía una trasparencia total para su mirada de opresores. Era una especie de clandestinidad abierta de masas de los campesinos. La palabra catrín designaba a cuantos quedaban fuera de ella.

La clave del sur reside entonces, a nuestro entender, en que la lucha por la tierra, iniciada bajo el llamado tibio de Madero, ­encontró en el curso de la revolución una forma de organización independiente del Estado y de sus fracciones polí­ticas, propia de los campesinos, anclada en su tradición, abierta a la alianza con los obreros (aunque ésta no llegara a reali­zarse), y al mismo tiempo, un germen de alianza obrera y campesina encarnada en la figura misma del campesino-proletario de los campos azucareros y de los modernos ingenios de Morelos.

Todo eso se resume en esa verdadera declaración de inde­pendencia programática y organizativa que es el Plan de Ayala (el cual, para trascender al plano nacional. tuvo por fuerza que legitimarse invocando a una de las fracciones bur­guesas dirigentes) Mucho se ha discutido sobre quién redactó el Plan. Basta leerlo para darse cuenta: no importa de quién fue la mano que lo puso en el papel; quienes lo pensaron y lo elaboraron fueron los campesinos. Es su lógica la. que está en sus artículos: el Plan de Ayala huele a tierra. Su eje central es lo que los juristas llaman la inversión de la carga de la prueba. En todas. las reformas agrarias burguesas, incluidas la va­gamente prometida por Madero y la ley carrancísta de 1915, se dispone que los campesinos deben acudir ante los tribunales para probar su derecho a la tierra poseída por el terrateniente y que, oídas ambas partes, el tribunal decidirá (naturalmente, cuando y como le plazca). En el Plan de Ayala se dispone que la tierra se repartirá de inmediato y que posteriormente, serán los terratenientes expropiados quienes deberán presentarse ante los tribunales para justificar el derecho que invocan a la tierra que ya les ha sido quitada. Es decir, al principio burgués de "primero se discute y después se reparte", los campesinos surianos opusieron el principio revolucionario de "primero se reparte y después se discute". En el primer caso, la carga de la prueba recae sobre los campesinos; en el segundo, sobre los terratenientes. Esta inversión radical constituye una subversión de la juridicidad burguesa. Aunque para algunos pueda pa­recer una exageración, es allí, al nivel de las abstracciones jurídicas, donde podemos encontrar mejor sintetizado y gene­ralizado el carácter empíricamente anticapitalista del movimiento revolucionario de los pueblos zapatistas, cuyo partido en armas era el Ejército Libertador del Sur.

El Plan de Ayala, primer antecedente de las futuras leyes políticas de la sociedad de transición al socialismo en México, decía que en un punto del país, el Estado de Morelos, la insu­rrección campesina había escapado a la lógica estricta de la subordinación a los intereses de una de las fracciones burguesas dirigentes, como sucede invariablemente en todas las revolu­ciones burguesas con base campesina. La concreción material de esa declaración de independencia fue la negativa a entre­gar las armas luego de los acuerdos de Ciudad Juárez y a abandonar el control sobre el territorio ocupado por el ejército zapatista. Ambas decisiones expresaban la lógica y el pensa­miento de los pueblos; de cuyas formas de discusión y funcionamiento tradicional recibieron la legitimación y el consenso.

En torno a esos dos ejes del sur, el programático y el orga­nizativo, terminó por girar toda la guerra de los campesinos mexicanos. Ellos determinaron, en el auge de la revolución entre la Convención de Aguascalientes y la ocupación campesina de la ciudad de México en diciembre de 1914, el centro de gravedad de todos sus movimientos, aún de los más alejados del foco zapatista.

Para comprender el alcance de esta determinación, hay que ver la vastedad de la guerra civil mexicana en su momento culminante. En 1914 no eran sólo los destacamentos bajo los mandos más o menos regulares de los constitucionalistas y los za­patistas quienes estaban en armas. En realidad, incontables bandas campesinas, a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, organizadas espontáneamente en los pueblos más distantes bajo los jefes naturales del lugar, integradas por los hombres más jóvenes o más resueltos, se habían incorporado a la "bola", habían salido de la inmovilidad y el tiempo lento del campo profundo para sumarse al movimiento vertiginoso de los ejércitos revolucionarios, dentro de ellos, en torno de ellos o con pretexto de ellos. Hay que tratar de imaginar lo que fue esa conmoción del país en sus capas más profundas —ésas que nunca podían hablar ni decidir y que durante siglos, en apariencia, sólo habían vivido en el estado de fuerza de trabajo—, para alcanzar a discernir hasta dónde ella transformó completa­mente al país y a sus gentes, hasta dónde el pueblo campesino mexicano se rehizo a sí mismo en la revolución. Un atisbo de esto —pero sólo un atisbo— aparece en novelas como Los de abajo o, mucho mejor, en crónicas como las de John Reed o de Nellie Campobello. En haber sabido poner allí su mirada y su capacidad de investigación histórica reside tal vez el mérito mayor del insustituible libro de John Womack sobre revolución la revolución suriana. [6]

Como bien lo señala Armando Bartra,[7] en esa idea rectora del zapatismo: que las masas decidan, está su coincidencia con la prédica antiestatal del magonismo. Aquí está, al mismo tiempo, un desencuentro trágico en la revolución, que contribuyó a encerrar al zapatismo en la práctica revolucionaria campesina e impidió al magonismo trascender al nivel superior de la prác­tica revolucionaria concreta de masas. Flores Magón no aceptó la oferta de Zapata, en septiembre de 1914, de publicar su periódico Regeneración en territorio zapatista, en las impren­tas controladas por los surianos y con papel producido por la Papelera San Rafael, expropiada por el Ejército Libertador del Sur. Aunque esto no podía evitar la derrota posterior y tal vez la muerte —la muerte vino lo mismo, pocos años des­pués, en la cárcel gringa de Leavenworth—; aunque sólo pocos números del órgano liberal hubieran alcanzado a ser publica­dos en esas condiciones verdaderamente únicas y excepcionales, imborrable habría sido la huella que este acontecimiento revolu­cionario habría dejado en la tradición histórica de México.

La debilidad teórica del magonismo, implícita en su con­cepción anarquista, se tradujo en esta indecisión ante dicha práctica. Había que jugarse el todo por el todo en 1914, había que jugarse el destino con Zapata. No lo hizo. No fue, sin duda, a causa de una falta de valentía, que los magonistas tenían hasta para regalar, sino falta de visión concreta, na­cional, de la historia universal; única forma, por lo demás, en que ésta se expresa en la realidad de nuestra época. El pensami­ento revolucionario del magonismo giraba en el vacío sin alcanzar a engranar con los rudos y toscos dientes de la gran rueda del turbión revolucionario de los campesinos mexicanos. ¿Pero es que el método de análisis que deriva del programa abstracto del anarquismo —o de sus sucedáneos contemporáneos— permitía ver la realidad entre la tremenda confusión del polvo, la sangre y las patas de los caballos? Esta incapacidad ­del radicalismo magonista trae a la mente el éxito contrario del marxismo radical de Lenin para comprender al campesinado ruso; su famoso "análisis concreto de una situa­ción concreta", cuya garantía de fidelidad a los principios —en oposición antagónica a la falsificación que de esa frase han hecho todos los pragmáticos— reside en que, en el método leninista, ese "análisis concreto" está siempre bajo la guía de un criterio rector inflexible: el interés histórico del prole­tariado.

La trayectoria del zapatismo es, en la revolución mexicana, la forma concreta de ese fenómeno presente en todas las revoluciones: la doble revolución, la revolución en la revolución, la vía por la cual las masas persisten en afirmar sus decisiones más allá de las inevitables mediaciones de las direcciones, el camino de su autonomía y su autogobierno organizado. Para medir los alcances últimos de esa revolución campesina específica que fue la revolución mexicana, hay que seguir los pasos del zapatismo. Esa trayectoria se sintetiza y alcanza su cénit, aún a través de todas las imperfecciones y las incompleteces, en una conquista sin precedentes y sin igual en la misma revolución, cuyos alcances trascienden más allá de su derrota: el autogobierno campesino de los pueblos de Morelos, lo que hemos llamado la Comuna de Morelos.[8]

4. Combinación, dinámica y periodización. de la revolución

La revolución burguesaque es la que en definitiva da su forma y su programa al triunfo del movimiento revoluciona­rio— se desarrolla combinada con esta revolución de los cam­pesinos. Cuando decimos “combinada”, no nos referimos al hecho de que tenía una base de masas campesina, pues éste es un rasgo normal de toda revolución burguesa en un país agrario. La expresión "combinada" alude al hecho de que una parte de la revolución carnpesina —caso específico de la revolución mexicana— era relativamente independiente en programa y en organización y, al serlo, tendía un puente —frágil, sin duda pero real— hacia una dirección proletaria que estaba ausente. Esto explica sus contactos con el magornsino a nIvel nacional y la carta de Zapata sobre la revolución rusa, pequeño y aparentemente fugitivo pedazo de papel, cuyo significado, como signo, sólo puede apreciarse en este contexto. Esto explica la figura singular de Manuel Palafox y la curva de su destino personal en la revolución suriana. Sólo una dirección obrera habría podido afirmar la independencia, la autonomía, el autogobierno de la revolución del sur. No niega la existencia de estas condiciones en forma tendencial, incluso embrionaria, en la revolución zapatista, el hecho de que no encontrara aquella dirección obrera. Ésta, por otra parte, no podía haber sido jamás la garantía infalible de la victoria, porque ese tipo de garantías no existen en la historia, pero sí la condición para que aquellas tendencias pudieran manifestarse en forma explícita y plena. La transmisión histórica de la experiencia de autogobierno zapatista habría sido entonces mucho más directa, y no cifrada como en realidad fue.

A la inversa, la inexistencia de aquella dirección tampoco fue la causa única y determinante de la derrota que, por lo demás, en definitiva sólo fue parcial medida a escala histó­rica, aunque la comuna morelense haya sido arrasada hasta sus cimientos. Fue en cambio la causa de que los zapatistas tuvieran que replegarse nuevamente a buscar salidas en las alianzas burguesas; y de que Genovevo de la O, para volver a entrar en México con sus hombres después de la muerte de Zapata, no encontrara otra vía que hacerlo cabalgando junto a Obregón en 1920, es decir, aliándose con éste para derrotar al ala de Carranza y su veleidades restauradoras. (Por eso no se puede hablar de simple derrota de los campesinos en general y en abstracto, sin tener en cuenta que el triunfo de Obregón, no el de Carranza, es el balance definitivo —1920— del ciclo revolucionario iniciado en 1910.)

La idea de la combinación de la revolución expresa el hecho de que en el seno del mismo movimiento revolucionario, a partir de la negativa zapatista a entregar las armas, se desarro­lló una verdadera guerra civil, con altibajos y ritmo propio, lógica y cuya dinámica es preciso explicar y no etiquetar. Es el curso de la lucha de clases en el interior de la revolución mexicana, en el cual la fracción más cercana al interés histórico del proletariado —aunque no fuera su representante —es el zapatismo y no, por supuesto, los Batallones Rojos aliados ­al constitucionalismo. Esto no significa que los campesinos del sur luchaban por el socialismo, programa del cual no tenían ni idea. Ellos luchaban per la tierra (lo cual implicaba, no hay que olvidarlo, una concepción específica sobre la organización colectiva de su vida diferente de lo que la aspiración a esa misma posesión de la tierra significaba para, digamos, los campesinos de Francia en 1789). Era la lógica de su movi­miento la que iba en el sentido de los intereses históricos del proletariado. Por eso tendía a buscar una alianza con una dirección proletaria completamente ausente del horizonte nacional mexicano de esos años.

Prácticamente, en todo el curso de la revolución hay siempre dos guerras: una guerra política v una guerra social de clases. A partir del golpe huertista, la segunda se radicaliza constantemente bajo el impulso del movimiento ascendente de las masas. Tomando como base estas consideraciones, podemos intentar una periodización de la revolución mexicana que siga la línea del ascenso, la culminación y la declinación de la intervención y de la capacidad de decisión efectiva de las masas en el movimiento, es decir, que responda al criterio metodológico que concibe a la revolución como “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”. Podemos así distinguir los siguientes períodos:

Desde el Plan de San Luis Potosí y el 20 de noviembre de 1910 hasta los acuerdas de Ciudad Juárez y la elección de Francisco 1. Madero a la presidencia (mayo- junio de 1911). La revolución se presenta como una lucha entre dos fracciones de la burguesía, en la cual el sector que intenta apoderarse del control del Estado acude a la movilización de las masas en su apoyo.

2. Desde el Plan de Ayala (noviembre de 1911) hasta el golpe de Victoriano Huerta y el asesinato de Madero (febrero de 1913). Es el periodo en el cual la actividad revolucionaria es mantenida exclusivamente por la fracción zapatista. El ma­derismo dispersa a las fuerzas armadas que movilizó, asume el control del Estado burgués y de su ejército, y enfrenta con éste a la revolución campesina, mientras introduce algunas refor­mas políticas democráticas en el Estado.

3. Desde el Plan de Guadalupe (marzo de 1913) hasta la batalla de Zacatecas (junio de 1914). La revolución vuelve a extenderse como una nueva crisis interburguesa, en un nivel superior al de la inicial, entre la fracción de Huerta (que tuvo el apoyo de casi todos los gobernadores de los estados, con excepción de Coahuila y Sonora) y la encabezada por Venustiano Carranza. Esta lucha, en la cual se organizan y triunfan los ejércitos constitucionalistas, culmina con la destruc­ción del Ejército Nacional por la División del Norte en Za­catecas; La revolución suriana sigue mientras tanto su curso propio, que se entrelaza con el anterior pero conserva su lógica particular.

4. Desde la Convención de Aguascalientes (octubre de 1914) hasta la ocupación de México por los ejércitos campe­sinos (diciembre de 1914). El movimiento de las masas revo­lucionarias armadas alcanza su cúspide. Es posiblemente el momento en. que es mayor el número de hombres armas en mano en los ejércitos y bandas revolucionarias. Se unen villis­tas y zapatistas, atrayendo hacia sí a un sector pequeñoburgués radical del constitucionalismo y controlando así la Conven­ción de Aguascalientes. Queda sellada la ruptura con el ala de Carranza y Obregón, y se abre una nueva etapa de enfren­tamiento armado entre las facciones revolucionarias. La Con­vención aprueba el Plan de Ayala. Ella se presenta como la más auténtica encarnación jurídica de la revolución; verda­dero nudo de sus contradicciones, sus fuerzas y sus irresolu­ciones; espejo de sus grandes sueños imprecisos y de sus trágicas carencias teóricas y políticas. Con la bandera de la legalidad revolucionaria de la Convención, la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur, ocupan la capital del país, e in­tentan establecer su propio gobierno nacional. El ejército de Carranza y Obregón, debilitado por la fuerza de atracción social de los ejércitos campesinos en ascenso, se repliega sobre la costa de Veracruz. Desde el norte hasta el centro, todo el país está dominado por los convencionistas, mientras los constitucionalistas conservan sólo algunos puertos en el Pacífico y en el Atlántico (Tampico y Veracruz) parte de Veracruz y la península de Yucatán.

5. Desde las batallas del Bajío (abril-julio de 1915) hasta Congreso Constituyente de Querétaro (diciembre 1916-enero-1917). La incapacidad de las fracciones campesinas para organizar el Estado nacional; la inestabilidad y la defección posterior de las débiles tendencias pequeñoburguesas que los apoyaron (Eulalio Gutiérrez, Lucio Blanco, Martín Luis Guzmán); la radicalización del constitucionalismo y sus leyes agrarias, obreras y administrativas (es decir, su capacidad para reorganizar el Estado, un gobierno y un ejército); el comienzo del. cansancio y la desilusión de las grandes masas campesinas —diferentes de sus vanguardias más politizadas incorporadas a los ejércitos villistas y zapatista— ante la no resolución de sus problemas y los sufrimientos de la guerra civil, son todos factores convergentes que determinan el inicio del reflujo de la marea revolucionaria, el paulatino repliegue de las masas y el avance de las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas organizadas bajo la bandera constitucionalista. Bajo esa influencia, la Casa del Obrero Mundial se inclina definitivame­nte hacia el constitucionalismo y firma el pacto de los Batallones Rojos dirigido contra los ejércitos campesinos. Obregón derrota a la División del Norte en las cuatro batallas sucesivas del Bajío y a fines de 1915 ésta ya ha sido completamente destruida. El zapatismo se repliega sobre el Estado de Morelos y allí, siguiendo su tempo propio, lleva a su momento culminante su experiencia de autogobierno, su ensayo Comuna campesina. A la derrota del villismo sigue el en­frentamiento abierto de Carranza con el movimiento obrero y la derrota de la Casa del Obrero Mundial en la fracasada huelga general de julio de 1916, lo cual acentúa el descenso la revolución. Calles recomienza en Sonora la represión contra los yaquis y dicta medidas de exterminio contra la misma tribu que en 1913 había apoyado al movimiento de Obregón esperando recuperar sus tierras. Los revolucionarios en el poder, al mismo tiempo que se preocupan en reorganizar el Estado dictando la Constitución de Querétaro, retoman en nuevas condiciones la vieja guerra del Estado contra los campesi­nos y se vuelven en todas partes contra aquellos de sus aliados populares que quieren hacer inmediatamente efectivas las promesas que los llevaron a tomar las armas zapatistas, villistas, yaquis, obreros, gente pobre de México... La guerra mundial, mientras tanto, aísla a México entero en sus propios pro­blemas.

6. Desde el Congreso de Querétaro hasta el asesinato de Zapata (abril de 1919). Apoyándose en el "pacto constitucional", busca afirmarse la fracción burguesa, que continúa su política de reincorporar al Estado una buena parte del per­sonal de funcionarios y administradores del viejo Estado por­firiano (no hay, por lo demás, otros), mientras la fracción pequeñoburguesa se repliega con Obregón. Aquella, una vez más, como antes Madero, se desgasta en la guerra contra el último bastión organizado de la revolución campesina, los zapatistas de Morelos. Cuando finalmente este bastión se disgrega con el asesinato de su jefe, la suerte de su antagonista, el carrancismo, también está sellada: en la lucha contra la revolución en retirada, su aislamiento social ha llegado al punto máximo En noviembre de 1919 ese curso lo lleva al fusilamiento del general Felipe Angeles. Alvaro Obregón pre­para su regreso.

7. Desde el Plan de Agua Prieta (abril de 1920) hasta la presidencia de Obregón (diciembre de 1920). Sobre la derrota del ala radical de la revolución, la de Emiliano Zapata, y el agotamiento de las fuerzas de su ala derecha y conservadora, la de Venustiano Carranza, en el empeño por aplastar a aquélla, asciende finalmente la estrella de Alvaro Obregón, el general revolucionario invicto que con el apoyo del ejército, asu­rne el poder cuando las masas, fatigadas, se repliegan. El pro­nunciamiento obregonista abre una nueva pugna armada interburguesa en la revolución declinante, que se cierra con el asesinato de Carranza y la entrada de Obregón a la capital, flanqueado por el general Pablo González, el verdugo deI zapatismo, y el general Genovevo de la O, el principal jefe campesino sobreviviente del ejército zapatista: imposible un símbolo más trasparente del juego de equilibrios típicamente bonapar­tista en que se apoya el nuevo poder de Obregón. Villa rinde armas, Obregón es elegido presidente y asume el cargo en diciembre de 1920. La revolución ha terminado.

5.- La cuestión del Estado

El resultado final de la revolución se definió sobre todo al nivel del Estado. La revolución destruyó el viejo Estado de los terratenientes y la burguesía exportadora, el Estado sancionado en la Constitución liberal de 1857, y estableció un nuevo Estado burgués —la Constitución de 1917 garantiza, ante todo, la propiedad privada—, pero amputado de la clase de los terratenientes, caso único en toda América Latina hasta la revolución boliviana de 1952. Se cortó la vía de transformación de los terratenientes en burguesía industrial (como en cambio ocurrió en Argentina, Uruguay, Chile y otros países de América Latina) y ésta tomó un nuevo origen, especialmente en la pequeñoburguesía capitalista que utilizó el aparato estatal como palanca de la acumulación de capital (combinándose, por supuesto, con los restos de la clase terrateniente).

Ya desde 1915 el Estado que Carranza empezó a reorganizar ­integró en su personal a una buena parte de los funcionarios del viejo Estado porfiriano, especialmente al nivel de las administraciones municipales. Por otra parte, los lazos de continuidad con aquel Estado se mantuvieron a nivel de dos entidades de la Federación: Sonora y Coahuila. Pero el Estado de la revolución francesa también hereda el personal y el aparato del Estado absolutista, y en cierto modo continúa su tarea centralizadora y la lleva a su culminación. Y, sin embargo, ­también lo destruye y lo niega.[9]

El corte entre el Estado porfiriano y 4 Estado posrevolucio nario es terminante. Consiste en lo siguiente: el Ejército Fe­deral fue destruido y fue sustituido por un nuevo ejército, en el cual —aquí sí— no fueron asimilados ni integrados los altos oficiales del viejo ejército. Ésta es la esencia del corte en la continuidad del Estado el cual, según la síntesis de Engels, está constituido en último análisís por los "destaca­mentos de hombres armados".

Ese ejército fue destruido en la batalla de Zacatecas. Y esa destrucción fue realizada, por añadidura, por un ejército de campesinos dirigido por un general campesino, Pancho Villa, que tomó Zacatecas desobedeciendo las órdenes de Carranza. De ahí la condena al limbo de la historia que ha sufrido el general Ángeles, quien "traiciono" a su clase poniendo sus conocimientos militares —secretos de casta— al servicio del ejército revolucionario de los campesinos insubordinados contra las órdenes de Carranza.

El ejército fue destruido. Esto no ocurrió en Argentina con Perón ni en Chile con Allende: el ejército de Pinochet es el mismo que el de Allende y el de Frei. Allí reside el carácter radical del asalto de la revolución mexicana contra el Estado, aunque luego el Estado reorganizado fuera nuevamente un Es­tado burgués. Y si eso fue posible, fue porque antes, en el momento decisivo, los zapatistas conservaron sus armas y su autonomía. La confluencia de ambas fuerzas en Aguascalientes marca el apogeo de la revolución.

Otro habría sido el método de Carranza, si Villa no se hu­biera insubordinado y tomado Zacatecas. Esto no es mera conjetura. Ese método se puso a prueba en la entrada de Obregón en la ciudad de México a mediados de agosto de 1914, cuando en los acuerdos de Teoloyucan los restos del gobierno huertista rindieron la plaza y entregaron el poder al general Obregón —es decir, a un jefe responsable de su misma clase—, el cual se apresuró a reemplazar a los soldados federales por soldados constitucionalistas en los puestos de avanzada diri­gidos contra las fuerzas zapatistas. Así como en Zacatecas hubo ruptura, en Teoloyucan —que no habría existido sin Zacatecas—hubo continuidad. Pero la Convención de Aguascalientes salió de Zacatecas, no de Teoloyucan, y esa fue la verdadera convención revolucionaria, aquélla donde convergieron todas fracciones y donde se sancionó la ruptura con el Estado anterior que en los hechos se había producido con la derrota Ejército Federal. En la Convención de Aguascalientes, contra la terca oposición de Carranza que siempre los consi­dero "bandidos" (y desde su coherente punto de vista de clase tenía razón), entraron con plenos derechos los zapatistas sin disolver su ejército ni su organización, es decir, sin deponer los instrumentos de su autonomía frente al Estado.

Se dirá que el Estado mexicano no se reorganizó a partir Aguascalientes sino de Querétaro. Es cierto. Pero Querétaro se produjo más de un año después de la ruptura de Aguasca­lientes, y sin esta convención no habría habido aquel congreso, ni este hubiera tenido el mismo carácter. Querétaro es en cierto modo la continuidad que ha incorporado —pero no suprimido— ­la ruptura: todo esto se refleja, pese a todo, en la Constitución de 1917, que no es la que quería Carranza, sino la que modificaron los "jacobinos".

En las mismas clases que componen la formación social hay una continuidad, sin duda. Pero hay también una alteración profunda de las relaciones entre ellas, no solamente al nivel de la trasferencia del poder, sino también al de una gigantesca transferencia de propiedad agraria, y no tanto a los campesinos, sino a la nueva burguesía ascendente entrelazada con la clase terrateniente en declinación a partir del momento en que pierde las mágicas y todopoderosas palancas del Estado. Una nueva fracción de las clases poseedoras asciende al poder apoyándose en los métodos revolucionarios de las masas y organiza el Estado conforme a sus intereses y teniendo en cuenta sobre todo las nuevas relaciones entre las clases.

El rasgo fundamental de esa reorganización no está; a nuestro entender, en el artículo 27 de la Constitución, pese a su inne­gable importancia. Está en el artículo 123. El artículo 27 fija los marcos para arreglar los problemas de la propiedad agraria, es decir, la cuestión capital en el estallido de la revolución. Pero el artículo 123 se refiere a la cuestión capital del futuro, no del pasado: las relaciones del Estado con el movimiento obrero. Da los marcos para la integración del movimiento obre­ro en el Estado, que comenzará en su nueva fase a través del moronismo. Es el pacto que el Estado ofrece al proletariado a condición de que se someta a su ordenamiento jurídico. A través del artículo 123, es el Estado —y. no la organización autónoma de la clase obrera— quien da el programa por el cual luchará el movimiento obrero en la república que surge de la Constitución de 1917. Por eso el carácter "precursor" y "avan­zado" de dicho artículo, sancionando conquistas que tardarán decenios en pasar a la realidad —algunas siguen todavía siendo sólo promesas—, significa, en los hechos, fijar al movimiento obrero organizado los objetivos por los cuales habrá de luchar, por los cuales es lícito organizarse y que puede esperar conquis­tar dentro del Estado y con el apoyo de éste.

Esto no quita —al contrario, es una de las condiciones para que el pacto funcione— que el movimiento obrero vea al ar­tículo 123 como una auténtica conquista producto de sus luchas y, más aún, que efectivamente lo sea, como lo son el sufragio universal y el derecho de organización sindical. El artículo 123 no es una trampa, es una conquista real y muy avanzada para su tiempo. La trampa está en presentarlo como el programa histórico sobre el cual debe organizarse el movimiento obrero, en sustitución de la perspectiva de su organización independiente del Estado para luchar por el socialismo.[10] Es por eso que el artículo 123 constituye la pieza jurídica clave de la estabilidad de la república burguesa, no contra los intentos restauradores de las viejas clases decaídas y derrotadas en la revolución, sino contra los proyectos revolucionarios de organi­zación independiente de la clase que puede proponerse en el futuro arrebatar el poder a la burguesía: el proletariado.

Sin que pueda caber la menor duda, lo que surge de la Constitución de 1917, por las relaciones de propiedad que ésta sanciona y preserva, es una república burguesa, un Estado burgués. Esto en lo que se refiere al carácter de clase del Estado: ese carácter no puede sino definirse con el nombre de la clase dominante a cuyos intereses sirve fundamentalmente —no exclusivamente el Estado. Por eso el lenguaje marxista dice "Estado feudal", "Estado burgués" o "Estado obrero cuando quiere aludir inconfundiblemente a su carácter de clase.[11]

Pero Estado no es lo mismo que gobierno. Un Estado bur­gués por su connotación de clase, puede tener diversos tipos de régimen de gobierno, desde la dictadura fascista hasta la república parlamentaria, del mismo modo como puede tener diversos regímenes de gobierno un Estado obrero o un Estado feudal, sin que por ello cambie su carácter de clase. Por eso, al calificar de "bonapartista" al régimen surgido de la revolución mexicana, no se alude al carácter de clase del Estado ni se está inventando un nuevo tipo de Estado que no es ni burgués ni obrero. Se está hablando de otra cosa diferente: de su sistema de gobierno. Quien no comprenda esto, estará haciendo una polémica falsa contra la utilización de una categoría vieja como el método marxista, que el marxismo revolu­cionario ha mantenido siempre actual en su instrumental teórico ­para precisar el carácter específico de regímenes muy diversos entre sí.

¿Por qué es bonapartista el régimen que Obregón instaura después del pronunciamiento de Agua Prieta? En esencia, porque se alza por encima de una situación de equilibrio posrevolucionario entre las clases y asciende al poder estatal apo­yándose en varios sectores de clases contrapuestas, pero para hacer la política de uno de ellos la consolidación de una nueva burguesía nacional, utilizando fundamentalmente la palanca del Estado para afirmar su dominación y favorecer su acumula­ción de capital. Obregón sube apoyado por el ejército, que ve con desconfianza las tentativas de restauración de Carranza; por los campesinos zapatistas a través de Gildardo Magaña, que esperan el cese de la represión carrancista y el reconoci­miento legal de algunas de sus conquistas revolucionarias que Carranza les niega; por los obreros de la CROM a través de Luis N. Morones, que también se oponen a Carranza y confían en la aplicación del pacto del artículo 123; por buena parte de la pequeñohurguesía urbana, que busca la estabilidad y el cese de las conmociones revolucionarias, y sólo lo ve posible a tra­vés de alguien capaz de mediar con obreros y campesinos; por una parte de las clases poseedoras —industriales y aun terrate­nientes—, que también buscan la estabilidad y el cierre del ciclo revolucionario para reflotar sus negocios, y ven que el carrancismo es incapaz de asegurar esa perspectiva. Por razones diferentes, y aun antagónicas, Obregón —como sus antecesores clásicos, Napoleón Bonaparte (el tío) y luego Luis Bonaparte (el sobrino), en condiciones diversas— es llevado al poder alzándose en equilibrio por encima de esas fracciones de clase, para desarrollar una política típicamente burguesa.[12]

Con una peculiaridad, sin embargo, en relación con sus modelos. Marx inicia su Dieciocho Brumario con la frase fa­mosa: "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío". La peculiaridad de Obregón es que combina, a la vez, la tragedia y la farsa, el sobrino y el tío, Napoleón I y Napoleón "el Pequeño", en una sola figura que va desde su brazo manco a sus ojíllos sonrientes —brazo del general Napoleón Bonaparte, ojos de su sobrino Luis Napoleón— en una ambigüedad de fondo que es la misma del régimen del cual es fundador y modelo in­sustituible.

Este juego de fuerzas contrapuestas da como resultado una gran preponderancia del aparato político, que se alza en apa­riencia por encima de las clases para administrar como "cosa propia" el Estado burgués y aplicar su proyecto de desarrollo capitalista. Pero puede hacerlo porque la fracción vencedora es a la vez la representante y la directora de un ala de la revolución, no de la contrarrevolución. De ahí proviene su legitimidad ante las masas y el hecho de que la memoria histórica de éstas rechace hasta hoy toda interpretación de la revolución que la conciba como una derrota pura y simple sus aspiraciones, mientras desconfía invenciblemente de quien quiere presentarla como un triunfo completo del pueblo mexicano. La llamada "burguesía revolucionaria" no obtiene el consenso para su régimen en cuanto burguesía capaz de dirigir la nación (como Napoleón y la burguesía francesa), sino en cuanto "revolucionaria" heredera de la tradición y del mito de la revolución, que explota a su favor. En esa ideología de la revolución mexicana, en ese mito que legitima al poder bur­gués, queda atrapada la conciencia de las masas en todo el período posterior. Pero como todos los mitos, éste tiene raíces en la realidad —y raíces no lejanas, en este caso—, aunque sus ramas, su follaje y sus flores adormecedoras crezcan fron­dosamente en el aire viciado de las ideologías estatales.

El Estado de la nueva burguesía se impuso sobre las masas pero quedó dependiente de su apoyo y su consenso. Las ma­sas que hicieron la revolución no triunfaron. Pero tampoco fueron vencidas. Esta contradicción explica y atrapa a todo el sistema estatal alzado y desarrollado en la época posterior y es un resorte oculto en cada una de sus contradicciones interiores.

6.Los nombres de la revolución: ruptura y continuidad

Podemos llegar ahora a la cuestión de los nombres de la re­volución sabiendo que de lo que se trata, en definitiva, no es de ponerle un nombre, sino de definirla teóricamente. Y la teoría no puede ignorar esta extrema complejidad de la realidad, pero tampoco tiene porqué rendirse agnósticamente ante ella.

Por sus objetivos programáticos y sus conclusiones, la revo­lución mexicana no sobrepasó los marcos burgueses. En ese sentido, no es ilegítimo ubicaría entre las revoluciones burguesas democráticas. Pero si nos quedáramos allí, ignoraríamos su especificidad de masas, su lógica interior de revolución per­manente, los rasgos que la llevaban a sobrepasar esos límites y su ubicación en la historia universal en la frontera entre las últimas revoluciones burguesas y la primera revolución prole­taria, la de octubre de 1917 en Rusia. Haríamos lo contrario de lo que hicieron, entre otros, Lenin, Trotsky y Rosa Luxem­burgo, al analizar en su complejidad en movimiento la revolución rusa de 1905, sin encerrarse en la querella de los nombres. Más aún, lo primero que tenemos que decir es que como revolución burguesa está incompleta (como todas las revolucio­nes burguesas de este siglo en los países dependientes) porque la burguesía no ha cumplido ni puede cumplir sus tareas fundamentales: fundamentalmente, no ha resuelto el problema la tierra ni el de la independencia nacional. No ha reali­zado la nación burguesa, ni puede hacerlo ya en la época del imperialismo y del capitalismo declinante.

Por la dinámica interior del movimiento de masas, por la “irrupción violenta de las masas", particularmente en su frac­ción más radical, la revolución superaba los marcos burgueses y adquiría un sentido potencial y empíricamente anticapita­lista Esto se expresó, aún con todos sus límites, en la legislación zapatista y en su alianza con el magonismo. A falta de dirección ­obrera, este contenido no podía desarrollarse ni manifestarse en toda su plenitud; pero quedó presente en la conciencia y en la experiencia histórica de las masas, que fueron sus portadores ­y protagonistas, y marcó en parte a la izquierda jacobina de la democracia pequeñoburguesa, tanto en la Convención como Querétaro. Hay que pensar que era apenas 1916, y que la revolución rusa de 1917 era todavía cosa del futuro.

Es esta dinámica la que quedó, no incompleta, sino interrumpida, dejando en las masas un sentimiento de revolución inconclusa que, si los revolucionarios marxistas no saben ex­plicarlo, lo utiliza la burguesía como alimento de sus mistificaciones ideológicas. Decimos interrumpida porque obviamente no continuó, pero tampoco fue dispersada, aplastada ni vencida, en cuyo caso el régimen posterior no habría necesitado ser bonapartista, sino que hubiera expresado en forma directa y sin mediaciones la dominación de la burguesía, tal como lo concebía y como trató de imponerlo tenazmente Carranza, o como soñó establecerlo al principio Madero.

La idea de la interrupción de la revolución —el término puede ser otro equivalente; lo que interesa es el concepto— es una respuesta al siguiente problema fundamental de la historia contemporánea de México: saber si un abismo, una ruptura completa e histórica separa a la futura revolución socialista de la experiencia y las conquistas de la revolución mexicana; o si lo que ésta ha dejado en la conciencia organizativa y en la experiencia histórica de las masas mexicanas puede integrarse y trascrecer en los contenidos anticapitalistas la revolución socialista. Según la respuesta que se dé a este problema, surgen dos concepciones diferentes de las tareas presentes y futuras de los revolucionarios en el país.

Indudablemente, la idea de la simple continuidad de una revolución victoriosa es una idea burguesa, ingrediente básico en todas las mistificaciones de la burguesía en el poder, para asegurarse el consenso de las masas. Pero dar por simplemente derrotadas a las masas en la revolución es una idea ultraiz­quierdista —es decir, propia de una ideología pequeñoburgue­sa— que pasa por encima de la experiencia y la conciencia reales acumuladas en las masas, y deja entonces a éstas a merced de la mistificación burguesa (que tiene esa base real) y en los límites en que la ideología oficial del Estado las en­cierra. Es imposible, entonces, organizar la ruptura de la con­ciencia de las masas, que no puede partir sino de su experiencia, con el Estado de la burguesía que se ampara en el mito de la revolución mexicana.

La organización de la revolución socialista supone una rup­tura con ese mito, no una continuación de la vieja revolución mexicana, porque supone una ruptura con el Estado burgués engendrado por esta revolución. Significa una nueva revolución; pero sus premisas se nutren de las tradiciones de masas de la anterior. Es a ese nivel donde se establece la continuidad, mientras al nivel programático se opera la ruptura. Sin esta comprensión de los dos niveles, que corresponde a la combi­nación de la revolución mexicana ya analizada, no se puede comprender la combinación en movimiento de ruptura y conti­nuidad, que es la esencia de todo trascrecimiento de la con­ciencia de las masas desde un nivel programático a otro superior, en este caso, desde el nivel nacionalista y revolucionario al nivel socialista. Allí reside la cuestión esencial de toda revo­lución: organizar la conciencia y, en consecuencia, la actividad de las masas. Pero esto no es posible si se ignoran sus expe­riencias pasadas o se miden erróneamente sus conclusiones. Por eso la importancia de un juicio preciso sobre la revolución. mexicana para cualquier proyecto revolucionario socialista pre­sente y futuro.

En un plano más general, toda tarea organizativa de ese tipo requiere comprender en toda su dimensión la conciencia y la experiencia adquiridas y acumuladas por las masas y por la nación. El pueblo de México aprendió en su propia historia que la revolución es violenta; ésa es la enseñanza del villismo y del zapatismo. Su vanguardia obrera necesita hacer suya, en sus formas actuales de organización, la lección fundamental del zapatismo: es necesario organizar a la clase obrera y a las masas fuera del Estado, independientemente de éste; son necesarios los órganos de decisión que representen y garanticen la autonomía de la clase obrera y de las masas: es necesario el programa revolucionario de clase que exprese esa autonomía.

La revolución mexicana modeló de abajo a arriba a este país. Forjó y templó, en el sentido más extenso de la palabra, el carácter, la decisión, la conciencia, las tradiciones del pueblo de México. Las masas que salieron de la tormenta revolucionaria en 1920 no eran las mismas que la desencadenaron en 1910: habían derribado varios gobiernos; habían destruido la clase de sus opresores más odiados, los terratenientes; habían ocupado con sus ejércitos revolucionarios la vieja capital de los opresores; habían derrotado, humillado y destruido a su ejército, el mismo que por tantos años había sido el símbolo de la represión y el terror contra las masas; habían ejercido formas de autogobierno; habían ocupado y repartido tierras; habían enviado a sus jefes militares a la Convención. En una palabra,. habían irrumpido en la historia por primera vez, tomando violentamente en sus manos, mientras la revolución ardió, el gobierno de sus propios destinos.

Ningún revolucionario puede preparar el futuro de México si no estudia, comprende, asimila e incorpora al programa de la revolución socialista esa experiencia y esas conclusiones colectivas de las masas del país. Ésta es nuestra preocupación, no una discusión académica sobre nombres, por la interpretación marxista de la revolución mexicana. Creemos que es esta misma preocupación la que nos reúne a todos en este debate.

EL PROGRAMA DEL PARTIDO LIBERAL

Ricardo Flores Magón

REGENERACIÓN. 12 Noviembre 1910

Dentro de la literatura política mexicana los "planes" tienen una importancia capital. En tales documentos se expresan las críticas al régimen contra el cual se organiza una movilización política o un levantamiento armado. Los "planes políticos" contienen la suma de los agravios y exigencias del grupo insurrecto y suelen representar a la vez su compromiso programático para el momento de la victoria.

Durante todo el desarrollo de la Revolución mexicana, los planes políticos se multiplicaron como un reflejo de las disidencias, primero frente al régimen pontiriano y después entre los propios rebeldes. A través de sus páginas se puede seguir el proceso de diferenciación sufrido por los grupos revolucionarios en su composición social y por lo tanto en las finalidades de su acción política.

También es posible descubrir en esos planes dos grandes tendencias: una constituida por aquellos cuya temática fundamental es la lucha de las facciones, la disputa caudillesca del poder, y otra donde, paralelamente a un análisis de la realidad social y económica del país, se señalan caminos para su mo­dificación.

A la segunda de esas tendencias corresponde el Programa del Partido Liberal y Manifiesto a la Nación, dado a conocer por la Junta Organizadora de ese mismo partido, en San Luis Missouri, Estados Unidos de Norteamérica, el 1 de julio de 1 906. Redactado por Ricardo Flores Magón y Juan Sarabia, lo firman ellos en calidad de presidente y vicepresidente de la Junta; Antonio 1. villarreal, como secretario; Enrique Flores Magón, tesorero, y Librado Rivera, Manuel Sarabia y Rosalio Bustamante, como vocales.

El Programa es, sin duda, la primera síntesis de los problemas mexicanos: la democracia, la reforma agraria, los derechos laborales, los fines y las formas de la educación y el papel que el Estado debe representar dentro de la vida nacional. Elaborado sin pretensiones teóricas, el estudio de este documento demuestra que se llegó a formular gracias a una acertada observación de la realidad y el desarrollo nacionales.

El Programa Liberal considera válido el sistema democrático siempre y cuando se practique con autenticidad y el pueblo ejerza una vigilancia efectiva y constante sobre sus gobernantes. El ejercicio político es un derecho, pero al mismo tiempo es un deber que si no se practica se pierde; de ahí el reproche a todos aquellos que, por indiferencia, no han sabido conservar ese patrimonio ciudadano.

La necesidad de una justicia verdadera y el respeto a las libertades de pensamiento, de palabra y de prensa, así como una estricta separación de la Iglesia y el Estado, completan la primera parte del Programa.

En seguida se plantea la cuestión educativa y respecto a ella se tiene una actitud distinta de la adoptada en México a partir de la Reforma, es decir, la que postulaba la libertad de enseñanza. Ahora se proclama la necesidad de que "la instrucción laica se implante en todas las escuelas sin excepción", y lo que es más importante, se precisa la obligación del "gobierno" de velar por el cumplimiento de tal exigencia.

Pasan luego los redactores del Programa Liberal a ocuparse de los grandes problemas sociales y económicos. Estos son explicados como el resultado de una mala distribución de la riqueza y una arcaica organización de toda la economía nacional. La carencia de formas verdaderamente modernas en la agricultura y la industria genera un exiguo desarrollo que afecta por igual a los dueños de la riqueza y a los trabajadores. A los primeros, porque los convierte en capitalistas inauténticos y dependientes de los extranjeros. A los segundos, porque sumiéndolos en la miseria paraliza su mejoramiento social y les impide ser consumidores de bienes. "¿Cómo —-se dice— no ha de ser raquítica la producción donde el consumo es pequeño? ¿Qué impulso han de recibir las industrias donde los productos sólo encuentran un reducido número de compradores, porque la mayoría de la población se compone de hambrientos?" Transformada esa situación, pensaban los liberales, "la industria, la agri­cultura, el comercio, todo será materialmente empujado a desarrollarse en una escala que jamás alcanzaría mientras subsistan las actuales condiciones de miseria general". El camino para lograr ese mejoramiento se resumía en un control que no desaparición de la propiedad y en una legislación laboral aplicada tanto en el campo como en la industria, y donde se establecerían el salario mínimo, la jornada máxima y una serie de prestaciones que hicieran apto al trabajador para defenderse y al mismo tiempo "luchando contra el capital en el campo libre de la democracia", para poder "arrancar" a sus "explotadores" la parte de riqueza que en derecho le corresponde. Es decir, por medio de una participación efectiva del Estado en los aspectos fundamentales de la vida nacional se quería dar el paso definitivo en el proceso de su desarrollo. Al liberalismo del siglo xix que había logrado la igualdad jurídica de los mexicanos, los hombres de 1906, a quienes con verdad puede llamarse por todo esto "neoliberales", intentaban agregar la libertad económica; por ello decían: "Libertad y prosperidad; he ahí la síntesis del programa".

PROGRAMA DEL PARTIDO LIBERAL

Documento tomado del: Diccionario Biográfico Revolucionario. Francisco Naranjo. México. Registrado en 1935.

MEXICANOS:

La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, en nombre del Partido que representa, proclama solemnemente el siguiente

EXPOSICIÓN

Todo partido político que lucha por alcanzar influencia efectiva en la dirección de los negocios públicos de su país está obligado a declarar ante el pueblo, en forma clara y precisa, cuáles son los ideales por que lucha y cuál el programa que se propone llevar a la práctica, en caso de ser favorecido por la victoria. Este deber puede considerarse hasta como conveniencia para los partidos honrados, pues siendo sus propósitos justos y benéficos, se atraerán indudablemente las simpatías de muchos ciudadanos que para sostenerlos se adherirán al partido que en tales propósitos se inspira.

El Partido Liberal, dispersado por las persecuciones de la Dictadura, débil, casi agonizante por mucho tiempo, ha logrado rehacerse, y hoy rápidamente se organiza. El Partido Liberal lucha contra el despotismo reinante hoy en nuestra Patria, y seguro como está de triunfar al fin sobre la Dictadura, considera que ya es tiempo de declarar solemnemente ante el pueblo mexicano cuáles son, concretamente, los anhelos se propone realizar cuando logre obtener la influencia que se pretende en la orientación de los destinos nacionales.

En consecuencia, el Partido Liberal declara que sus aspiraciones son las que constan en el presente Programa, cuya realizaci6n es estrictamente obligatoria para el Gobierno que se establezca a la caída de la Dictadura, siendo también estricta obligación de los miembros del Partido Liberal velar por el cumplimiento de este Programa.

En los puntos del Programa no consta sino aquello que para ponerse en práctica amerita reformas en nuestra Legislación o medidas efectivas del Gobierno. Lo que no es más que un principio, lo que no puede decretarse, sino debe estar siempre en la conciencia de los hombres liberales, no figura. en el Programa, porque no hay objeto para ello. Por ejemplo, siendo rudimentarios principios de liberalismo que el Gobierno debe Sujetarse al cumplimiento de la Ley e inspirar todos sus actos en el bien del pueblo, se sobreentiende que todo funcionario liberal ajustará su conducta a este principio. Si el funcionario no es hombre de conciencia ni siente respeto por la Ley, la violará, aunque en el Programa del Partido Liberal se ponga una cláusula que prevenga desempeñar con honradez los puestos públicos. No se puede decretar que el Gobierno sea honrado y justo: tal cosa saldría sobrando cuando todo el conjunto de las leyes, al definir las atribuciones del Gobierno, le señalan con bastante claridad el camino de la honradez; pero para conseguir que el Gobierno no se aparte de ese camino, como muchos lo han hecho, sólo hay un medio: la vigilancia del pueblo sobre sus mandatarios, denunciando sus malos actos y exigiéndoles la más estrecha responsabilidad por cualquier falta en el cumplimiento de sus deberes. Los ciudadanos deben comprender que las simples declaraciones de principios, por muy altos que éstos sean, no bastan para formar buenos gobiernos y evitar tiranías; lo principal es la acción del pueblo, el ejercicio del civismo, la intervención de todos en la cosa pública.

Antes que declarar en este Programa que el Gobierno será honrado, que se inspirará en el bien público, que impartirá completa justicia, etc., etc., es preferible imponer a los liberales la obligación de velar por el cumplimiento del Programa, para que así recuerden Continuamente que no deben fiar demasiado en ningún Gobierno, por ejemplar que parezca, sino que deben vigilarlo para que llene sus deberes. Ésta es la única manera de evitar tiranías en lo futuro y de asegurarse el pueblo el goce y aumento de los beneficios que conquiste.

Los puntos de este Programa no son ni pueden ser otra cosa que bases generales para la implantación de un sistema de Gobierno verdaderamente democrático. Son la condensación de las principales aspiraciones del pueblo y responden a las más graves y urgentes necesidades de la Patria.

Ha sido preciso limitarse a puntos generales y evitar todo detalle, para no hacer difuso el Programa, ni darle dimensiones exageradas; pero lo que en él consta, basta, sin embargo, para dar a conocer con toda claridad lo que se propone el Partido Liberal y lo que realizará tan pronto como, con la ayuda del pueblo mexicano, logre triunfar definitivamente sobre la Dictadura.

Desde el momento que se consideran ilegales todas las reformas hechas a la Constitución de 57 por el Gobierno de Porfirio Díaz, podría parecer innecesario declarar en el Programa la reducción del período presidencial a cuatro años y la no reelección. Sin embargo, son tan im­portantes estos puntos, y fueron propuestos con tal unanimidad y empeño, que se ha considerado oportuno hacerlos constar expresamente en el Programa. Las ventajas de la alternabilidad en el poder y las de no entregar este a un hombre por un tiempo demasiado largo no necesita demostrarse. La Vicepresidencia, con las modificaciones que expresa el artículo 3, es de notoria utilidad, pues con ella las faltas del Presidente de la República se cubren desde luego legal y pacíficamente, sin las convulsiones que de otra manera pudieran registrarse.

El servicio militar obligatorio es una tiranía de las más odiosas, incompatible con los derechos del ciudadano de un país libre. Esta tiranía se suprime, y en lo futuro, cuando el Gobierno Nacional no necesite, como la actual Dictadura, tantas bayonetas que lo sostengan, serán libres todos los que hoy desempeñan por la fuerza el servicio de las armas, y sólo permanecerán en el Ejército los que así lo quieran. El Ejército futuro debe ser de ciudadanos, no de forzados, y para que la Nación encuentre soldados voluntarios que la sirvan, deberá ofrecerles una paga decente y deberá Suprimir de la ordenanza militar esa dureza, ese rigor brutal que estruja y ofende la dignidad humana.

Las manifestaciones del pensamiento deben ser sagradas para un Gobierno liberal de verdad; la libertad de palabra y de prensa no deben tener restricciones que hagan inviolable al Gobierno en ciertos casos y que permitan a los funcionarios ser indignos y corrompidos fuera de la vida pública. El orden público tiene que ser inalterable bajo un buen Gobierno, y no habrá periodista que quiera y mucho menos que pueda turbarlo sin motivo, y aun cuanto a la vida privada no tiene por qué respetarse cuando se relaciona con hechos que caen bajo el dominio público. Para los calumniadores, chantajistas y otros pícaros que abusen de estas libertades, no faltarán severos castigos.

No se puede, sin faltar a la igualdad democrática, establecer tribunales especiales para juzgar los delitos de imprenta. Abolir por una parte el fuero militar y establecer por otra el periodístico, será obrar no democrática sino caprichosamente. Establecidas amplias libertades para la prensa y la palabra, no cabe ya distinguir y favorecer a los delincuentes de este orden, los que, por lo demás, no serán muchos. Bajo los gobiernos populares, no hay delitos de imprenta.

La supresión de los tribunales militares es una medida de equidad. Cuando se quiere oprimir, hacer del soldado un ente sin derechos, y mantenerlo en una férrea servidumbre, pueden ser útiles estos tribunales con su severidad exagerada, con su dureza implacable, con sus tremendos castigos para la más ligera falta. Pero cuando se quiere que el militar tenga las mismas libertades y derechos que los demás ciudadanos, cuando se quita a la disciplina ese rigor brutal que esclaviza a los hombres, cuando se quiere dignificar al soldado y a la vez robustecer el prestigio la autoridad civil, no deben dejarse subsistentes los tribunales militares que han sido, por lo general, más instrumentos de opresión que garantía de justicia. Sólo en tiempo de guerra, por lo muy especial y grave de las circunstancias, puede autorizarse el funcionamiento de esos tribunales.

Respecto a los otros puntos, sobre la pena de muerte y la responsabilidad de los funcionarios, sería ocioso demostrar su conveniencia, que salta a la vista.

La instrucción de la niñez debe reclamar muy especialmente los cuidados de un Gobierno que verdaderamente anhele el engrandecimiento de la Patria. En la escuela primaria está la profunda base de la grandeza de los pueblos, y puede decirse que las mejores instituciones poco valen y están en peligro de perderse, si al lado de ellas no existen múltiples y bien atendidas escuelas en que se formen los ciudadanos que en lo futuro deban velar por esas instituciones. Si queremos que nuestros hijos guarden incólumes las conquistas que hoy para ellos hagamos, procuremos ilustrarlos y educarlos en el civismo y el amor a todas las libertades.

Al suprimirse las escuelas del Clero, se impone imprescindiblemente para el Gobierno la obligación de suplirías sin tardanza, para que la proporción de escuelas existentes no disminuya y los clericales no puedan hacer cargos de que se ha perjudicado la instrucción. La necesidad de crear nuevas escuelas hasta dotar al país con todas las que reclame su población escolar la reconocerá a primera vista todo el que no sea enemigo del progreso.

Para lograr que la instrucción laica se imparta en todas las escuelas sin ninguna excepción, conviene reforzar la obligación de las escuelas particulares de ajustar estrictamente sus programas a los oficiales, estableciendo responsabilidades y penas para los maestros que. falten a este deber.

Por mucho tiempo, la noble profesión del magisterio ha sido de las más despreciadas, y esto solamente porque es de las peor pagadas. Nadie desconoce el mérito de esta profesión, nadie deja de designarla con los mas honrosos epítetos; pero, al mismo tiempo, nadie respeta la verdad ni guarda atención a los pobres maestros que, por lo mezquino de sus sueldos, tienen que vivir en lamentables condiciones de inferioridad social. El porvenir que se ofrece a la juventud que abraza el magisterio, la compensación que se brinda a los que llamamos abnegados apóstoles de la enseñanza, no es otra cosa que una mal disfrazada miseria. Esto es injusto. Debe pagarse a los maestros buenos sueldos como lo merece su labor; debe dignificarse el profesorado, procurando a sus miembros el medio de vivir decentemente.

El enseñar rudimentos de artes y oficios en las escuelas acostumbra al niño a ver con naturalidad el trabajo manual, despierta en él afición a dicho trabajo, y lo prepara desarrollando sus aptitudes, para adoptar más tarde un oficio, mejor que emplear largos años en la conquista de un título. Hay que combatir desde la escuela ese desprecio aristocrático hacia el trabajo manual, que una educación viciosa ha imbuido a nuestra juventud; hay que formar trabajadores, factores de producción efectiva y útil, mejor que señores de pluma y de bufete. En cuanto a la instrucción militar en las escuelas, se hace conveniente para poner a los ciudadanos en aptitud de prestar sus servicios en la Guardia Nacional, en la que sólo perfeccionarán sus conocimientos militares. Teniendo todos los ciudadanos estos conocimientos, podrán defender a la Patria cuando sea preciso y harán imposible el predominio de los soldados de profesión, es decir, del militarismo. La preferencia que se debe prestar a. la instrucción cívica no necesita demostrarse.

Es inútil declarar en el Programa que debe darse preferencia al mexicano sobre el extranjero, en igualdad de circunstancias, pues esto está ya consignado en nuestra Constitución. Como medida eficaz para evitar la preponderancia extranjera y garantizar la integridad de nuestro territorio, nada parece tan conveniente como declarar ciudadanos mexicanos a los extranjeros que adquieran bienes raíces.

La prohibición de la inmigración china es, ante todo, una medida de protección a los trabajadores de otras nacionalidades, principalmente a los mexicanos. El chino, dispuesto por lo general a trabajar con el más bajo salario, sumiso, mezquino en aspiraciones, es un gran obstáculo para la prosperidad de otros trabajadores. Su competencia es funesta y hay que evitarla en México. En general, la inmigración china no produce a México el menor beneficio.

El Clero católico, saliéndose de los límites de su misión religiosa, ha pretendido siempre erigirse en un poder político, y ha causado grandes males a la Patria, ya como dominador del Estado con los gobiernos conservadores, o ya como rebelde con los gobiernos liberales. Esta actitud del Clero, inspirada en su odio salvaje a las instituciones democráticas, provoca una actitud equivalente por parte de los gobiernos honrados que no se avienen ni a permitir la invasión religiosa en las esferas del poder civil, ni a tolerar pacientemente las continuas rebeldías del clericalismo. Observara el Clero de México la conducta que sus iguales observan en otros países -por ejemplo, en Inglaterra y los Estados Unidos-: renunciara a sus pretensiones de gobernar al país; dejara de sembrar odios contra las instituciones y autoridades liberales; procurara hacer de los católicos buenos ciudadanos y no disidentes o traidores; resignárase a aceptar la separación del Estado y de la Iglesia, en vez de seguir soñando con el dominio de la Iglesia sobre el Estado; abandonara, en suma, la política y se consagrara sencillamente a la religión; observara el Clero esta conducta, decimos, y de seguro que ningún Gobierno se ocuparía de molestarlo ni se tomaría el trabajo de estarlo vigilando para aplicarle ciertas leyes. Si los gobiernos democráticos adoptan medidas restrictivas para el Clero, no es por el gusto de hacer decretos ni por ciega persecución, sino por la más estricta necesidad. La actitud agresiva del Clero ante el Estado liberal, obliga al Estado a hacerse respetar enérgicamente. Si el Clero en México, como en otros países, se mantuviera siempre dentro de la esfera religiosa, no lo afectarían los cambios políticos; pero estando, como lo está, a la cabeza de un partido militante -el conservador- tiene que resignarse a sufrir las consecuencias de su conducta. Donde la Iglesia es neutral en política, es intocable para cualquier Gobierno; en México, donde conspira sin tregua, aliándose a todos los despotismos y siendo capaz hasta de la traición a la Patria para llegar al poder, debe darse por satisfecha con que los liberales, cuando triunfen sobre ella y sus aliados, sólo impongan algunas restricciones a sus abusos.

Nadie ignora que el clero tiene muy buenas entradas de dinero, el que no siempre es obtenido con limpios procedimientos. Se conocen numerosos casos de gentes tan ignorantes como pobres, que dan dinero a la Iglesia con inauditos sacrificios, obligados por sacerdotes implacables que exigen altos precios por un bautismo, un matrimonio, etc.; amenazando a los creyentes con el infierno si no se procuran esos sacramentos al precio señalado. En los templos se venden, a precios excesivos, libros ó folletos de oraciones, estampas y hasta cintas y estambritos sin ningún valor. Para mil cosas se piden limosnas, y espoleando el fanatismo, se logra arrancar dinero hasta de gentes que disputarían un centavo si no creyeran que con él compran la gloria. Se ve con todo esto un lucro exagerado a costa de la ignorancia humana, y es muy justo que el Estado, que cobra impuesto sobre todo lucro o negocio, los cobre también sobre éste, que no es por cierto de los más honrados.

Es público y notorio que el Clero para burlar las Leyes de Reforma ha puesto sus bienes a nombre de algunos testaferros. De hecho, el Clero sigue poseyendo los bienes que la Ley prohibe poseer. Es, pues, preciso, poner fin a esa burla y nacionalizar esos bienes.

Las penas que las Leyes de Reforma señalan para sus infractores son leves, y no inspiran temor al Clero.

Los sacerdotes pueden pagar tranquilamente una pequeña multa, por darse el gusto de infringir esas Leyes. Por tanto, se hace necesario, para prevenir las infracciones, señalar penas que impongan respeto a los eclesiásticos atrevidos.

La supresión de las escuelas del Clero es una medida que producirá al país incalculables beneficios. Suprimir la escuela clerical es acabar con el foco de las divisiones y los odios entre los hijos de México; es cimentar sobre la más sólida base, para un futuro próximo, la completa fraternidad de la gran familia mexicana. La escuela clerical, que educa a la niñez en el más intolerante fanatismo, que la atiborra de prejuicios y de dogmas caprichosos, que le inculca el aborrecimiento a nuestras más preclaras glorias nacionales y le hace ver como enemigos a todos los que no son siervos de la Iglesia, es el gran obstáculo para que la democracia impere serenamente en nuestra Patria y para que entre los mexicanos reine esa armonía, esa comunidad de sentimientos y aspiraciones, que es el alma de las nacionalidades robustas y adelantadas. La escuela laica, que carece de todos estos vicios, que se inspira en un elevado patriotismo, ajeno a mezquindades religiosas, que tiene por lema la verdad, es la única que puede hacer de los mexicanos el pueblo ilustrado, fraternal y fuerte de mañana, pero su éxito no será completo mientras que al lado de la juventud emancipada y patriota sigan arrojando las escuelas clericales otra juventud que, deformada intelectualmente por torpes enseñanzas, venga a mantener encendidas viejas discordias en medio del engrandecimiento nacional. La supresión de las escuelas del Clero acaba de un golpe con lo que ha sido siempre el germen de amargas divisiones entre los mexicanos y asegura definitivamente el imperio de la democracia en nuestro país, con sus naturales consecuencias de progreso, paz y fraternidad.

Un Gobierno que se preocupe por el bien efectivo de todo el pueblo no puede permanecer indiferente ante la importantísima cuestión del trabajo. Gracias a la Dictadura de Porfirio Díaz, que pone el poder al servicio de todos los explotadores del pueblo, el trabajador mexicano ha sido reducido a la condición mas miserable; en dondequiera que presta sus servicios, es obligado a desempeñar una dura labor de muchas horas por un jornal de unos cuantos centavos. El capitalista soberano impone sin apelación las condiciones del trabajo, que siempre son desastrosas para el obrero, y éste tiene que aceptarlas por dos razones: porque la miseria lo hace trabajar a cualquier preció o porque, si se rebela contra el abuso del rico, las bayonetas de la Dictadura se encargan de someterlo. Así es como el trabajador mexicano acepta labores de doce o más horas diarias por salarios menores de setenta y cinco centavos, teniendo que tolerar que los patrones le descuenten todavía de su infeliz jornal diversas cantidades para médico, culto católico, fiestas religiosas o cívicas y otras cosas, aparte de las multas que con cualquier pretexto se le imponen.

En más deplorable situación que el trabajador industrial se encuentra el jornalero de campo, verdadero siervo de los modernos señores feu­dales. Por lo general, estos trabajadores tienen asignado un jornal de veinticinco centavos o menos, pero ni siquiera este menguado salario per­ciben en efectivo. Como los amos han tenido el cuidado de echar sobre sus peones una deuda más o menos nebulosa, recogen lo que ganan esos desdichados a título de abono, y sólo para que no se mueran de hambre les proporcionan algo de maíz y frijol y alguna otra cosa que les sirva de alimento.

De hecho, y por lo general, el trabajador mexicano nada gana; des­empeñando rudas y prolongadas labores, apenas obtiene lo muy estricta­mente preciso para no morir de hambre. Esto no sólo es injusto: es inhumano, y reclama un eficaz correctivo. El trabajador no es ni debe ser en las sociedades una bestia macilenta, condenada a trabajar hasta el agotamiento sin recompensa alguna; el trabajador fabrica con sus manos cuanto existe para beneficio de todos, es el productor de todas las riquezas y debe tener los medios para disfrutar de todo aquello de que los demás disfrutan. Ahora le faltan los dos elementos necesarios: tiempo y dinero, y es justo proporcionárselos, aunque sea en pequeña escala. Ya que ni la piedad ni la justicia tocan el corazón encallecido de los que explotan al pueblo, condenándolo a extenuarse en el trabajo, sin salir de la miseria, sin tener una distracción ni un goce, se hace necesario que el pueblo mismo, por medio de mandatarios demócratas, realice su propio bien obligando al capital inconmovible a obrar con menos avaricia y con mayor equidad.

Una labor máxima de ocho horas y un salario mínimo de un peso es lo menos que puede pretenderse para que el trabajador esté siquiera a salvo de la miseria, para que la fatiga no le agote, y para que le quede tiempo y humor de procurarse instrucción y distracción después de su trabajo. Seguramente que el ideal de un hombre no debe ser ganar un peso por día, eso se comprende; y la legislación que señale tal salario mínimo no pretenderá haber conducido al obrero a la meta de la felici­dad. Pero no es eso de lo que se trata. A esa meta debe llegar el obrero por su propio esfuerzo y su exclusiva aspiración, luchando contra el capital en el campo libre de la democracia. Lo que ahora se pretende es cortar de raíz los abusos de que ha venido siendo víctima el trabajador y ponerlo en condiciones de luchar contra el capital sin que su posición sea en absoluto desventajosa. Si se dejara al obrero en las condiciones en que hoy está, difícilmente lograría mejorar, pues la negra miseria en que vive continuaría obligándolo a aceptar todas las condiciones del ex­plotador. En cambio, garantizándole menos horas de trabajo y un salario superior al que hoy gana la generalidad, se le aligera el yugo y se le pone en aptitud de luchar por mejores conquistas, de unirse y orga­nizarse y fortalecerse para arrancar al capital nuevas y mejores con­cesiones.

La reglamentación del servicio doméstico y del trabajo a domicilio se hace necesaria, pues a labores tan especiales como éstas es difícil apli­carles el término general del máximum de trabajo y el mínimum de salario que resulta sencillo para las demás labores. Indudablemente, de­berá procurarse que los afectados por esta reglamentación obtengan ga­rantías equivalentes a las de los demás trabajadores.

El establecimiento de ocho horas de trabajo es un beneficio para la totalidad de los trabajadores, aplicable generalmente sin necesidad de modificaciones para casos determinados. No sucede lo mismo con el sa­lario mínimo de un peso, y sobre esto hay que hacer una advertencia en extremo importante. Las condiciones de vida no son iguales en toda la República: hay regiones en México en que la vida resulta mucho más cara que en el resto del país. En esas regiones los jornales son más altos, pero a pesar de eso el trabajador sufre allí tanta miseria como la que sufren con más bajos salarios los trabajadores en los puntos donde es más barata la existencia.

Los salarios varían, pero la condición del obrero es la misma: en todas partes no gana, de hecho, sino lo preciso para no morir de hambre. Un jornal de más de $1.00 en Mérida como de $0.50 en San Luis Potosí mantiene al trabajador en el mismo estado de miseria, porque la vida es doblemente o más cara en el primer punto que en el segundo. Por tanto, si se aplica con absoluta generalidad el salario mínimo de $1.00 que no los salvan de la miseria, continuarían en la misma desastrosa condición en que ahora se encuentran sin obtener con la ley de que hablamos el más insignificante beneficio. Es, pues, preciso prevenir tal injusticia, y al formularse detalladamente la ley del trabajo deberán expresarse las excepciones para la aplicación del salario mínimo de $ 1.00, estableciendo para aquellas regiones en que la vida es más cara, y en que ahora ya se gana ese jornal, un salario mayor de $1 .00. Debe procurarse que todos los trabajadores obtengan en igual proporción los beneficios de esta ley.

Los demás puntos que se proponen para la legislación sobre el tra­bajo son de necesidad y justicia patentes. La higiene en fábricas, talleres, alojamientos y otros lugares en que dependientes y obreros deben estar por largo tiempo; las garantías a la vida del trabajador; la prohibición del trabajo infantil; el descanso dominical; la indemnización por acci­dentes y la pensión a obreros que han agotado sus energías en el trabajo; la prohibición de multas y descuentos; la obligación de pagar con dinero efectivo; la anulación de la deuda de los jornaleros; las medidas para evitar abusos en el trabajo a destajo y las de protección a los medieros; todo esto lo reclaman de tal manera las tristes condiciones del trabajo en nuestra Patria, que su conveniencia no necesita demostrarse con ninguna consideración.

La obligación que se impone a los propietarios urbanos de indem­nizar a los arrendatarios que dejen mejoras en sus casas o campos es de gran utilidad pública. De este modo, los propietarios sórdidos que jamás hacen reparaciones en las pocilgas que rentan serán obligados a sus posesiones con ventaja para el público. En general no es justo que un pobre mejore la propiedad de un rico, sin recibir ninguna compensa­ción, y sólo para beneficio del rico.

La aplicación práctica de esta y de la siguiente parte del Programa Liberal, que tienden a mejorar la situación económica de la clase más numerosa del país, encierra la base de una verdadera prosperidad na­cional. Es axiomático que los pueblos no son prósperos sino cuando la generalidad de los ciudadanos disfrutan de particular y siquiera rela­tiva prosperidad. Unos cuantos millonarios, acaparando todas las riquezas y siendo los únicos satisfechos entre millones de hambrientos, no hacen el bienestar general sino la miseria pública, como lo vemos en México. En cambio el país donde todos o los más pueden satisfacer cómodamente sus necesidades será próspero con millonarios o sin ellos.

El mejoramiento de las condiciones del trabajo, por una parte, y por otra, la equitativa distribución de las tierras, con las facilidades de cul­tivarlas y aprovecharlas sin restricciones, producirán inapreciables ventajas a la Nación. No sólo salvarán de la miseria y procurarán cierta comodidad a las clases que directamente reciben el beneficio, sino que impulsarán notablemente el desarrollo de nuestra agricultura, de nues­tra industria, de todas las fuentes de la pública riqueza, hoy estancadas por la miseria general. En efecto; cuando el pueblo es demasiado pobre, cuando sus recursos apenas le alcanzan para mal comer, consume sólo artículos de primera necesidad, y aún estos en pequeña escala. ¿Cómo se han de establecer industrias, cómo se han de producir telas o muebles o cosas por el estilo en un país en que la mayoría de la gente no puede procurarse ningunas comodidades? ¿Cómo no ha de ser raquítica la producción donde el consumo es pequeño? ¿Qué impulso han de recibir las industrias donde sus productos sólo encuentran un reducido número de compradores, porque la mayoría de la población se compone de ham­brientos? Pero si estos hambrientos dejan de serlo; si llegan a estar en condiciones de satisfacer sus necesidades normales; en una palabra, si su trabajo les es bien o siquiera regularmente pagado, consumirán infinidad de artículos de que hoy están privados, y harán necesaria una gran pro­ducción de esos artículos. Cuando los millones de parias que hoy vegetan en el hambre y la desnudez coman menos mal, usen ropa y calzado y dejen de tener petate por todo ajuar, la demanda de mil géneros y ob­jetos que hoy es insignificante aumentará en proporciones colosales, y la industria, la agricultura, el comercio, todo será materialmente empujado a desarrollarse en una escala que jamás alcanzaría mientras subsistieran las actuales condiciones de miseria general.

La falta de escrúpulos de la actual Dictadura para apropiarse y distribuir entre sus favoritos ajenas heredades, la desatentada rapacidad de los actuales funcionarios para adueñarse de lo que a otros pertenece, ha tenido por consecuencia que unos cuantos afortunados sean los aca­paradores de la tierra, mientras infinidad de honrados ciudadanos lamen­tan en la miseria la pérdida de sus propiedades. La riqueza pública nada se ha beneficiado y sí ha perdido mucho con estos odiosos monopolios. El acaparador es un todopoderoso que impone la esclavitud y explota horriblemente al jornalero y al mediero; no se preocupa ni de cultivar todo el terreno que posee ni de emplear buenos métodos de cultivo, pues sabe que esto no le hace falta para enriquecerse: tiene bastante con la natural multiplicación de sus ganados y con lo que le produce la parte de sus tierras que cultivan sus jornaleros y medieros, casi gratuitamente. Si esto se perpetúa, ¿cuándo se mejorará la situación de la gente de campo y se desarrollará nuestra agricultura?

Para lograr estos dos objetos no hay más que aplicar por una parte la ley del jornal mínimo y el trabajo máximo, y por otra la obligación del terrateniente de hacer productivos todos sus terrenos, so pena de perderlos. De aquí resultará irremediablemente que, o el poseedor de in­mensos terrenos se decide a cultivarlos y ocupa miles de trabajadores y contribuye poderosamente a la producción, o abandona sus tierras o parte de ellas para que el Estado las adjudique a otros que las hagan producir y se aprovechen de sus productos. De todos modos, se obtie­nen los dos grandes resultados que se pretenden: primero, el de propor­cionar trabajo, con la compensación respectiva a numerosas personas, y segundo, el de estimular la producción agrícola. Esto último no sólo aumenta el volumen de la riqueza general sino que influye en el abaratamiento de los productos de la tierra.

Esta medida no causará el empobrecimiento de ninguno y se evitará el de muchos. A los actuales poseedores de tierras les queda el derecho de aprovecharse de los productos de ellas, que siempre son superiores a los gastos de cultivo; es decir, pueden hasta seguir enriqueciéndose. No se les van, a quitar las tierras que les producen beneficios, las que cultivan, aprovechan en pastos para ganado, etc., sino sólo las tierras improduc­tivas, las que ellos mismos dejan abandonadas y que, de hecho, no les reportan ningún beneficio. Y estas tierras despreciadas, quizá por inútiles, serán, sin embargo, productivas, cuando se pongan en manos de otros más necesitados o más aptos que los primitivos dueños. No será un perjuicio para los ricos perder tierras que no atienden y de las que ningún provecho sacan, y en cambio será un verdadero beneficio para los pobres poseer estas tierras, trabajarlas y vivir de sus productos. La restitución de ejidos a los pueblos que han sido despojados de ellos es clara justicia.

La Dictadura ha procurado la despoblación de México. Por millar­es, nuestros conciudadanos han tenido que traspasar las fronteras de la Patria, huyendo del despojo y la tiranía. Tan grave mal debe remediarse, y lo conseguirá el Gobierno que brinde a los mexicanos expatriados las facilidades de volver a su suelo natal, para trabajar tranquilamente, colaborando con todos a la prosperidad y engrandecimiento de la Nación.

Para la cesión de tierras, no debe haber exclusivismos; debe darse a todo el que las solicite para cultivarlas. La condición que se impone de no venderlas tiende a conservar la división de la propiedad y a evitar que los capitalistas puedan de nuevo acaparar terrenos. También para evitar el acaparamiento y hacer equitativamente la distribución de las tierras se hace necesario fijar un máximum de las que se pueden ceder a una persona. Es, sin embargo, imposible fijar ese máximum, mientras no se sepa aproximadamente la cantidad de tierras de que pueda dispo­ner el Estado para distribución entre los ciudadanos.

La creación del Banco Agrícola, para facilitar a los agricultores pobres los elementos que necesitan para iniciar o desarrollar el cultivo de sus terrenos, hace accesible a todos el beneficio de adquirir tierras y evita que dicho beneficio esté sólo al alcance de algunos privilegiados.

En lo relativo a impuestos, el Programa se concreta a expresar la abolición de impuestos notoriamente inicuos y a señalar ciertas medidas generales de visible conveniencia. No se puede ir más adelante en ma­teria tan compleja, ni trazar de antemano al Gobierno todo un sistema hacendario. El impuesto sobre sueldos y salarios y la contribución per­sonal son verdaderas extorsiones. El impuesto del Timbre, que todo lo grava, que pesa aun sobre las más insignificantes transacciones, ha llegado hasta hacer irrisoria la declaración constitucional de que la justicia se impartirá gratuitamente, pues obliga a los litigantes a desembolsar cin­cuenta centavos por cada foja de actuaciones judiciales, es una pesada carga cuya supresión debe procurarse. Multitud de serias opiniones es­tán de acuerdo en que no se puede abolir el Timbre de un golpe, sin producir funestos desequilibrios en la Hacienda pública, de los que sería muy difícil reponerse. Esto es verdad; pero si no se puede suprimir por completo y de un golpe ese impuesto oneroso, sí se puede disminuir en lo general y abolir en ciertos casos, como los negocios judiciales, puesto que la justicia ha de ser enteramente gratuita, y sobre compras y ventas, herencias, alcoholes, tabacos y en general sobre todos los ra­mos de producción o de comercio de los Estados que éstos solamente pueden gravar.

Los otros puntos envuelven el propósito de favorecer el capital pequeño y útil, de gravar lo que no es de necesidad o beneficio público en provecho de lo que tiene estas cualidades y de evitar que algunos contribuyentes paguen menos de lo que legalmente les corresponde. En la simple enunciación llevan estos puntos su justificación.

Llegamos a la última parte del Programa, en la que resalta la decla­ración de que se confiscarán los bienes de los funcionarios enriquecidos en la presente época de tiranía. Esta medida es de la más estricta justicia. No se puede ni se debe reconocer derecho de legítima propiedad sobre los bienes que disfrutan a individuos que se han apoderado de esos bienes abusando de la fuerza de su autoridad, despojando a los legítimos due­ños, y aun asesinándolos muchas veces para evitar toda reclamación. Algunos bienes han sido comprados, es verdad; pero no por eso dejan de ser ilegítimos, pues el dinero con que se obtuvieron fué previamente substraído de las arcas públicas por el funcionario comprador. Las ri­quezas de los actuales opresores, desde la colosal fortuna del Dictador hasta los menores capitales de los más ínfimos caciques, provienen sen­cillamente del robo, ya a los particulares, ya a la Nación; robo siste­mático, y desenfrenado, consumado en todo caso a la sombra de un puesto público. Así como a los bandoleros vulgares se les castiga y se les despoja de lo que habían conquistado en sus depredaciones, así tam­bién se debe castigar y despojar a los bandoleros que comenzaron por usurpar la autoridad y acabaron por entrar a saco en la hacienda de todo el pueblo. Lo que los servidores de la Dictadura han defraudado a la Nación y arrebatado a los ciudadanos, debe ser restituido al pueblo, para desagravio de la justicia y ejemplo de tiranos.

La aplicación que haga el Estado de los bienes que confisque a los opresores debe tender a que dichos bienes vuelvan a su origen primi­tivo. Procediendo muchos de ellos de despojos a tribus indígenas, comunidades de individuos, nada más natural que hacer la restitución correspondiente. La deuda enorme que la Dictadura ha arrojado sobre la Nación ha servido para enriquecer a los funcionarios: es justo, pues, que los bienes de éstos se destinen a la amortización de dicha deuda. En general, con la confiscación de que hablamos, el Estado podrá dis­poner de las tierras suficientes para distribuir entre todos los ciudadanos que la soliciten. Un punto de gran importancia es el que se refiere a simplificar los procedimientos del juicio de amparo, para hacerlo práctico. Es preciso, si se quiere que todo ciudadano tenga a su alcance este recurso cuando sufra una violación de garantías, que se supriman las formalidades que hoy se necesitan para pedir un amparo, y los que suponen ciertos conocimientos jurídicos que la mayoría del pueblo no posee. La justicia con trabas no es justicia. Si los ciudadanos tienen el recurso del amparo como una defensa contra los atentados de que son víctimas, debe este recurso hacerse práctico, sencillo y expedito, sin tra­bas que lo conviertan en irrisorio.

Sabido es que todos los pueblos fronterizos comprendidos en lo que era la Zona Libre sufrieron, cuando ésta fué abolida recientemente por la Dictadura, inmensos perjuicios que los precipitaron a la más com­pleta ruina. Es de la más estricta justicia la restitución de la Zona Libre, que detendrá las ruinas de las poblaciones fronterizas y las resarcirá de los perjuicios que han padecido con la torpe y egoísta. medida de la Dictadura.

Establecer la igualdad civil para todos los hijos de un mismo padre es rigurosamente equitativo. Todos los hijos son naturalmente hijos le­gítimos de sus padres, sea que éstos estén unidos o no por contrato matrimonial. La Ley no debe hacer al hijo víctima de una falta que, en todo caso, sólo corresponde al padre.

Una idea humanitaria, digna de figurar en el Programa del Partido Liberal y de que la tenga presente para cuando sea posible su realización, es la de substituir las actuales penitenciarías y cárceles por colonias penitenciarias en las que sin vicios, pero sin humillaciones, vayan a rege­nerarse los delincuentes, trabajando y estudiando con orden y medida, pudiendo tener el modo de satisfacer todas las exigencias de la naturaleza y obteniendo para sí los colonos el producto de su trabajo, para que puedan subvenir a sus necesidades. Los presidios actuales pueden servir para castigar y atormentar a los hombres, pero no para mejorarlos,. y por tanto, no corresponden al fin a que los destina la sociedad que no es ni puede ser una falange de verdugos que se gozan en el sufrimiento de sus víctimas, sino un conjunto de seres humanos que buscan la regeneración de sus semejantes extraviados.

Los demás puntos generales se imponen por sí mismos. La supresión de los Jefes Políticos que tan funestos han sido para la Repú­blica, como útiles al sistema de opresión reinante, es una medida demo­crática, como lo es también la multiplicación de los municipios y su robustecimiento. Todo lo que tienda a combatir el pauperismo, directa indirectamente, es de reconocida utilidad. La protección a la raza indígena que, educada y dignificada, podrá contribuir poderosamente al fortalecimiento de nuestra nacionalidad, es un punto de necesidad indiscutible. En el establecimiento de firmes lazos de unión entre los países latinoamericanos, podrán encontrar estos países —entre ellos Mé­xico— una garantía para la conservación de su integridad, haciéndose respetables por la fuerza de su unión ante otros poderes que pretendieran abusar de la debilidad de alguna nación latinoamericana. En general, y aun en el orden económico, la unión de estas naciones las beneficiaria a todas y cada una de ellas: proponer y procurar esa unión es, por tanto, obra honrada y patriótica.

Es inconcuso que cuanto consta en el Programa del Partido Liberal necesita la sanción de un Congreso para tener fuerza legal y realizarse: se expresa, pues, que un Congreso Nacional dará forma de Ley al Programa para que se cumpla y se haga cumplir por quien corresponda. Esto no significa que se dan órdenes al Congreso, ultrajando su dignidad y soberanía, no. Esto significa sencillamente el ejercicio de un derecho del pueblo, con el cual en nada ofende a sus representantes. En efecto, e1 pueblo liberal lucha contra un despotismo, se propone destruirlo aun costa de los mayores sacrificios, y sueña con establecer un gobierno honrado que haga más tarde la felicidad del país, ¿se conformará el pueblo con derrocar la tiranía, elevar un nuevo gobierno y dejarlo que haga en seguida cuanto le plazca? ¿El pueblo que lucha, que tal vez derramará su sangre por constituir un nuevo gobierno, no tiene el derecho de imponer algunas condiciones a los que van a ser favorecidos con el poder, no tiene el derecho de proclamar sus anhelos y declarar que no elevará mañana a determinado gobierno sino con la condición de que realice las aspiraciones populares?

Indudablemente que el pueblo liberal que derrocará la Dictadura y elegirá después un nuevo gobierno tiene el más perfecto derecho de advertir a sus representantes que no los eleva para que obren como les plazca, sino para que realicen la felicidad del país conforme a las aspiraciones del pueblo que los honra colocándolos en los puestos públicos. Sobre la soberanía de los congresos, está la soberanía popular.

No habrá un solo mexicano que desconozca la peligroso que es para la Patria el aumento de nuestra ya demasiado enorme Deuda Extranjera. Por tanto, todo paso encaminado a impedir que la Dictadura contraiga nuevos empréstitos o aumentar de cualquier modo la Deuda Nacional no podrá menos que obtener la aprobación de todos los ciudadanos honrados que no quieran ver envuelta a la Nación en más peligros y compromisos de los que ya ha arrojado sobre ella la rapaz e infidente Dictadura.

Tales son las consideraciones y fundamentos con que se justifican los propósitos del Partido Liberal, condensados concretamente en el Pro­grama que se insertará a continuación.

PROGRAMA DEL PARTIDO LIBERAL

REFORMAS CONSTITUCIONALES

1. Reducción del período presidencial a cuatro años.

2. Supresión de la reelección para el Presidente y los Gobernadores de los Estados. Estos funcionarios sólo podrán ser nuevamente electos hasta después de dos períodos del que desempeñaron.

3. Inhabilitación del Vice-Presidente para desempeñar funciones le­gislativas o cualquier otro cargo de elección popular, y autorización al mismo para llenar un cargo conferido por el Ejecutivo.

4. Supresión del servicio militar obligatorio y establecimiento de la Guardia Nacional. Los que presten sus servicios en el Ejército per­manente lo harán libre y voluntariamente. Se revisará la ordenanza mili­tar para suprimir de ella lo que se considere opresivo y humillante para la dignidad del hombre, y se mejorarán los haberes de los que sirvan en la Milicia Nacional.

5. Reformar y reglamentar los artículos 6º y Constitucionales suprimiendo las restricciones que la vida privada y la paz pública im­ponen a las libertades de palabra y de prensa, y declarando que sólo se castigarán en este sentido la falta de 'verdad que entrañe dolo, el chan­taje, y las violaciones de la ley en lo relativo a la moral.

6. Abolición de la pena de muerte, excepto para los traidores a la Patria.

7. Agravar la responsabilidad de los funcionarios públicos, impo­niendo severas penas de prisión para los delincuentes.

8. Restituir a Yucatán el territorio de Quintana Roo.

9. Supresión de los tribunales militares en tiempo de paz.

MEJORAMIENTO Y FOMENTO DE LA INSTRUCCIÓN

l0 Multiplicación de escuelas primarias, en tal escala que queden ventajosamente suplidos los establecimientos de instrucción que se clau­suren por pertenecer al Clero.

11. Obligación de impartir enseñanza netamente laica en todas las escuelas de la República, sean del Gobierno o particulares, declarándose la responsabilidad de los directores que no se ajusten a este precepto.

12. Declarar obligatoria la instrucción hasta la edad de catorce años, quedando al Gobierno el deber de impartir protección en la forma que le sea posible a los niños pobres que por su miseria pudieran perder los beneficios de la enseñanza.

13. Pagar buenos sueldos a los maestros de instrucción primaria.

14. Hacer obligatoria para todas las escuelas de la República la enseñanza de los rudimentos de artes y oficios y la instrucción militar, y prestar preferente atención a la instrucción cívica que tan poco aten­dida es ahora.

EXTRANJEROS

15. Prescribir que los extranjeros, por el solo hecho de adquirir bienes raíces, pierden su nacionalidad primitiva y se hacen ciudadanos mexicanos.

16. Prohibir la inmigración china.

RESTRICCIONES A LOS ABUSOS DEL CLERO CATÓLICO

17. Los templos se consideran como negocios mercantiles, quedan­do, por tanto, obligados a llevar contabilidad y pagar las contribuciones correspondientes.

18. Nacionalización, conforme a las Leyes, de los bienes raíces que el Clero tiene en poder de testaferros.

19. Agravar la penas que las Leyes de Reforma señalan para los infractores de las mismas.

20. Supresión de las escuelas regenteadas por el Clero.

CAPITAL Y TRABAJO

21. Establecer un máximum de ocho horas de trabajo y un salario mínimo en la proporción siguiente: $1.00 para la generalidad del país, en que el promedio de los salarios es inferior al citado, y de más de un peso para aquellas regiones en que la vida es más cara y en las que este salario no bastaría para salvar de la miseria al trabajador.

22 Reglamentación del servicio doméstico y del trabajo a domi­cilio.

23. Adoptar medidas para que con el trabajo a destajo los patronos no burlen la aplicación del tiempo máximo y salario mínimo.

24. Prohibir en lo absoluto el empleo de niños menores de cator­ce ,años.

25. Obligar a los dueños de minas, fábricas, talleres, etc., a mante­ner las mejores condiciones de higiene en sus propiedades y a guardar los lugares de peligro en un estado que preste seguridad a la vida de los operarios.

26. Obligar a los patronos o propietarios rurales a dar alojamiento higiénico a los trabajadores, cuando la naturaleza del trabajo de éstos exija que reciban albergue de dichos patronos o propietarios.

27. Obligar a los patronos a pagar indemnización por accidentes del trabajo.

28. Declarar nulas las deudas actuales de los jornaleros de campo para con los amos.

29. Adoptar medidas para que los dueños de tierras no abusen de los medieros.

30. Obligar a los arrendadores de campos y casas, que indemnicen a los arrendatarios de sus propiedades por las mejoras necesarias que dejen en ellas.

31. Prohibir a los patronos, bajo severas penas, que paguen al tra­bajador de cualquier otro modo que no sea con dinero efectivo; prohibir y castigar que se impongan 'multas a los trabajadores o se les hagan descuentos de su jornal o se retarde el pago de la raya por más de una semana o se niegue al que se separe del trabajo el pago inmediato de lo que tiene ganado; suprimir las tiendas de raya.

32. Obligar a todas las empresas o negociaciones a no ocupar entre sus empleados y trabajadores sino una minoría de extranjeros. No per­mitir en ningún caso que trabajos de la misma clase se paguen peor al mexicano que al extranjero en el mismo establecimiento, o que a los me­xicanos se les pague en otra forma que a los extranjeros.

33. Hacer obligatorio el descanso dominical.

TIERRAS

34. Los dueños de tierras están obligados a hacer productivas todas las que posean; cualquier extensión de terreno que el poseedor deje improductiva la recobrará el Estado y la empleará conforme a los artícu­los siguientes.

35. A los mexicanos residentes en el extranjero que lo soliciten los repatriará el Gobierno pagándoles los gastos de viaje y les proporcio­nará tierra para su cultivo.

36. El Estado dará tierras a quienquiera que lo solicite, sin más condición que dedicarías a la producción agrícola, y no venderlas. Se fijará la extensión máxima de terreno que el Estado pueda ceder a una persona.

37. Para que este beneficio no sólo aproveche a los pocos que ten­gan elementos para el cultivo de las tierras, sino también a los pobres que carezcan de estos elementos, el Estado creará o fomentará un Banco Agrícola que hará a los agricultores pobres préstamos con poco rédito y redimibles a plazos.

IMPUESTOS

38. Abolición del impuesto sobre capital moral y del de capita­ción, quedando encomendado al Gobierno el estudio de los mejores medios para disminuir el impuesto del Timbre hasta que sea posible su completa abolición.

39. Suprimir toda contribución para capital menor de $ 100.00, ex­ceptuándose de este privilegio los templos y otros negocios que se consideren nocivos y que no deben tener derecho a las garantías de las empresas útiles.

40. Gravar el agio, los artículos de lujo, los vicios, y aligerar de contribuciones los artículos de primera necesidad. No permitir que los ricos ajusten igualas con el Gobierno para pagar menos contribuciones que las que les impone la ley.

PUNTOS GENERALES

41. Hacer práctico el juicio de amparo, simplificando los proce­dimientos.

42. Restitución de la Zona Libre.

43. Establecer la igualdad civil para todos los hijos de un mismo padre, suprimiendo las diferencias que hoy establece la Ley entre legí­timos e ilegítimos.

44. Establecer, cuando sea posible, colonias penitenciarias de rege­neración, en lugar de las cárceles y penitenciarías en que hoy sufren el castigo los delincuentes.

45. Supresión de los jefes políticos.

46. Reorganización de los municipios que han sido suprimidos y robustecimiento del poder municipal.

47. Medidas para Suprimir o restringir el agio, el pauperismo y la carestía de los artículos de primera necesidad.

48. Protección a la raza indígena.

49. Establecer lazos de unión con los países latinoamericanos.

50. Al triunfar el Partido Liberal, se confiscarán los bienes de los funcionarios enriquecidos bajo la Dictadura actual, y lo que se produzca se aplicará al cumplimiento del Capitulo de Tierras —especialmente a restituir a los yaquis, mayas y otras tribus, comunidades o individuos, los terrenos de que fueron despojados— y al servicio de la amortización de la Deuda Nacional.

51. El primer Congreso Nacional que funcione después de la caída de la Dictadura anulará todas las reformas hechas a nuestra Constitución por el Gobierno de Porfirio Díaz; reformará nuestra Carga Magna, en cuanto sea necesario para poner en vigor este Programa; creará las leyes que sean necesarias para el mismo objeto; reglamentará los artículos de la Constitución y de otras leyes que lo requieran, y estudiará todas aque­llas cuestiones que considere de interés para la Patria, ya sea que estén enunciadas o no en el presente Programa, y reforzará los puntos que aquí constan, especialmente en materia de Trabajo y Tierra.

CLAUSULA ESPECIAL

52. Queda a cargo de la Junta Organizadora del Partido Liberal dirigirse a la mayor brevedad a los gobiernos extranjeros, manifestán­doles, en nombre del Partido, que el pueblo mexicano no quiere más deudas sobre la Patria y que, por tanto, no reconocerá ninguna deuda que bajo cualquiera forma o pretexto arroje la Dictadura sobre la Nación ya contratando empréstitos, o bien reconociendo tardíamente obliga­ciones pasadas sin ningún valor legal.

Reforma, Libertad y Justicia.

St. Louis, Mo., julio 1º de 1906.

Presidente, Ricardo Flores Magón. Vice-Presidente, Juan Sarabia. Secretario, Antonio L Villarreal. Tesorero, Enrique Flores Magón. ler. Vocal, Prof. Librado Rivera. 2º Vocal, Manuel Sarabia. 3er. Vocal, Rosalio Bustamante.

MEXICANOS:

He aquí el Programa, la bandera del Partido Liberal, bajo la cual debéis agruparos los que no hayáis renunciado a vuestra calidad de hom­bres libres, los que os ahoguéis en esa atmósfera de ignominia que os envuelve desde hace treinta años, los que os avergoncéis de la esclavitud de la Patria, que es vuestra propia esclavitud, los que sintáis contra vuestros tiranos esas rebeliones de las almas indóciles al yugo, rebeliones benditas, porque son la señal de que la dignidad y el patriotismo no han muerto en el corazón que las abriga.

Pensad, mexicanos, en lo que significa para la Patria la realización de este Programa que hoy levanta el Partido Liberal como un pendón fulgurante, para llamaros a una lucha santa por la libertad y la justicia, para guiar vuestros pasos por el camino de la redención, para señalaros la meta luminosa que podéis alcanzar con sólo que os decidáis a unir vuestros' esfuerzos para dejar de ser esclavos. El Programa, sin duda, no es perfecto: no hay obra humana que lo sea; pero es benéfico y, para las circunstancias actuales de nuestro país, es salvador. Es la encarnación de muchas nobles aspiraciones, el remedio de muchos males, el correctivo de muchas injusticias, el término de muchas infamias. Es una transformación radical: todo un mundo de opresiones, corrupcio­nes, de crímenes, que desaparece, para dar paso a otro mundo más libre, más honrado, más justo.

Todo cambiará en el futuro.

Los puestos públicos no serán para los aduladores y los intrigantes, sino para los que, por sus merecimientos, se hagan dignos al cariño del pueblo; los funcionarios no serán esos sultanes depravados y feroces que hoy la Dictadura protege y faculta para que disponga de la hacienda, de la vida y de la honra de los ciudadanos: serán, por el contrario, hombres elegidos por el pueblo que velarán por los intereses públicos, y que, de no hacerlo, tendrán que responder de sus faltas ante el mismo pueblo que los había favorecido; desaparecerá de los tribunales de jus­ticia esa venalidad asquerosa que hoy los caracteriza, porque ya no habrá Dictadura que haga vestir la toga a sus lacayos, sino pueblo que designará con sus votos a los que deban administrar justicia, y porque la responsabilidad de los funcionarios no será un mito en la futura demo­cracia; el trabajador mexicano dejará de ser, como es hoy, un paria en su propio suelo: dueño de sus derechos, dignificado, libre para defenderse de esas explotaciones villanas que hoy le imponen por la fuerza, no tendrá que trabajar más que ocho horas diarias, no ganará menos de un peso de jornal, tendrá tiempo para descansar de sus fatigas, para solazarse, y para instruirse, y llegará a disfrutar de algunas comodidades que nunca podría procurarse con los actuales salarios de $0.50 y hasta de $ 0.25; no estará allí la Dictadura para aconsejar a los capitalistas que roben al trabajador y para proteger con sus fuerzas a los extranje­ros que contestan con una lluvia de balas a las pacíficas peticiones los obreros mexicanos: habrá en cambio un Gobierno que, elevado por el pueblo, servirá al pueblo, y velará por sus compatriotas, sin atacar derechos ajenos, pero también sin permitir las extralimitaciones y abusos tan comunes en la actualidad; los inmensos terrenos que los grandes propietarios tienen abandonados y sin cultivo dejarán de ser mudos y desolados testimonios de infecundo poderío de un hombre, y, recogidos por el Estado, distribuidos entre los que quieran trabajarlos, se convertirán en alegres y feraces campos, que darán el sustento a muchas honradas familias: habrá tierras para todo él que quiera cultivarlas, y la riqueza que produzcan no será ya para que la aproveche un amo que puso el menor esfuerzo en arrancarla, sino que será para el activo labrador que después de abrir el surco y arrojar la semilla con su mano trémula de esperanza, levantará la cosecha, que le ha pertenecido por su fatiga y su trabajo; arrojados del poder los vampiros insaciables que y lo explotan y para cuya codicia son muy pocos los más onerosos puestos y los empréstitos enormes de que estamos agobiados, se redu­cirán, considerablemente las contribuciones; ahora, las fortunas de los gobernantes salen del Tesoro Público: cuando esto no suceda, se habrá realizado una gigantesca economía, y los impuestos tendrán que reba­jarse, suprimiéndose en absoluto, desde luego, la contribución personal y el impuesto sobre capital moral, exacciones verdaderamente intolera­bles; no habrá servicio militar obligatorio, ese pretexto con que los ac­tuales caciques arrancan de su hogar a los hombres, a quienes odian por su altivez o porque son el obstáculo para que los corrompidos tiranuelos abusen de débiles mujeres, se difundirá la instrucción, base del progreso y del engrandecimiento de todos los pueblos; el Clero, ese traidor impe­nitente, ese súbdito de Roma y enemigo irreconciliable de las libertades patrias, en vez de tiranos a quienes servir y de quienes recibir protec­ción, encontrará leyes inflexibles, que pondrán coto a sus excesos y lo re­ducirán a mantenerse dentro de la esfera religiosa; la manifestación de las ideas no tendrá ya injustificadas restricciones que le impidan juzgar libremente a los hombres públicos: desaparece la inviolabilidad de la vida privada, que tantas veces ha sido el escudo de la corrupción y la maldad y la paz pública dejará de ser un pretexto para que los gobiernos per­sigan a sus enemigos: todas las libertades serán restituidas al pueblo y no sólo habrán conquistado los ciudadanos sus derechos políticos, sino también un gran mejoramiento económico; no sólo será un triunfo so­bre la tiranía, sino también sobre la miseria. Libertad, prosperidad: he ahí la síntesis del Programa.

Pensad, conciudadanos, en lo que significa para la Patria la reali­zación de estos ideales redentores; mirad a nuestro país hoy oprimido, miserable, despreciado, presa de extranjeros, cuya insolencia se agiganta por la cobardía de nuestros tiranos; ved cómo los déspotas han pisoteado la dignidad nacional, invitando a las fuerzas extranjeras a que invadan nuestro territorio; imaginad a qué desastres y a qué ignominias pueden conducirnos los traidores que toleramos en el poder, los que aconsejan que se robe y se maltrate al trabajador mexicano, los que han pretendido reconocer la deuda que contrajo el pirata Maximiliano para sostener su usurpación, los que continuamente están dando pruebas del desprecio que sienten por la nacionalidad de que estamos orgullosos los compatrio­tas de Juárez y de Lerdo de Tejada! Contemplad, mexicanos, ese abismo que abre a vuestros pies la Dictadura, y comparad esa negra sima con la cumbre radiosa qué os señala el Partido Liberal para que os dispongáis a ascendería.

Aquí, la esclavitud, la miseria, la vergüenza; allá, la liberación, el bienestar, el honor; aquí, la Patria encadenada, exangüe por tantas ex­plotaciones, sometida a lo que los poderes extranjeros quieran hacer de ella, pisoteada su dignidad por propios y extraños; allá, la Patria sin yugos, próspera, con la prosperidad de todos sus hijos, grande y respetada por la altiva independencia de su pueblo; aquí el despotismo con todos sus horrores; allá la libertad con toda su gloria. ¡Escoged!

Es imposible presentaros con simples y entorpecidas palabras el cua­dro soberbio y luminoso de la Patria de mañana, redimida, dignificada, llena de majestad y de grandeza. Pero no por eso dejaréis de apreciar ese cuadro magnífico, pues vosotros mismos lo evocaréis con el entu­siasmo si sois patriotas, si amáis este suelo que vuestros padres santifi­caron con el riego de su sangre, si no habéis renegado de vuestra raza que ha sabido aplastar despotismos y tronos, si no os habéis resignado a morir como esclavos bajo el carro triunfal del cesarismo dominante. Es inútil que nos esforcemos en descorrer a vuestros ojos el velo del futuro, para mostraros lo que está tras él: vosotros miráis lo que pudié­ramos señalaros. Vosotros consoláis la tristeza de vuestra actual servi­dumbre, evocando el cuadro de la Patria libre del porvenir; vosotros, los buenos mexicanos, los que odiáis el yugo, ilumináis las negruras de la opresión presente con la visión radiosa del mañana y esperáis que de un momento a otro se realicen vuestros ensueños de libertad.

De vosotros es de quién la Patria espera su redención, de vosotros, los buenos hijos, los inaccesibles a la cobardía y a la corrupción que los tiranos siembran en torno suyo, los leales, los inquebrantables, los que os sentís llenos de fe en el triunfo de la justicia, responded al llamado de la Patria: el Partido Liberal os brinda un sitio bajo sus estandartes, que se levantan desafiando al despotismo; todos los que luchamos por la libertad os ofrecemos un lugar en nuestras filas; venid a nuestro lado, contribuid a fortalecer nuestro partido, y así apresuraréis la realización de lo que todos anhelamos. Unámonos, sumemos nuestros esfuerzos, unifiquemos nuestros propósitos, y el Programa será una hecho.

¡Utopía!, ¡ensueño!, clamarán, disfrazando su terror con filosofías abyectas, los que pretenden detener las reivindicaciones populares para no perder un puesto productivo o un negocio poco limpio. Es el viejo estribillo de todos los retrógrados ante los grandes avances de los pue­blos, es la eterna defensa de la infamia. Se tacha de utópico lo que es rendentor, para justificar que se le ataque o se le destruya: todos los que han atentado contra nuestra sabia Constitución se han querido dis­culpar declarándola irrealizable; hoy mismo, los lacayos de Porfirio Díaz repiten esa necedad para velar el crimen del tirano, y no recuerdan esos miserables que esa Constitución que llaman tan utópica, tan inade­cuada para nuestro pueblo, tan imposible de practicar, fué perfecta­mente realizable para gobernantes honrados como Juárez y Lerdo de Tejada. Para los malvados, el bien tiene que ser irrealizable; para la bellaquería, tiene que ser irrealizable la honradez. Los corifeos del des­potismo juzgarán impracticable y hasta absurdo el Programa del Partido Liberal; pero vosotros, mexicanos que no estaréis cegados por la conveniencia y ni por el miedo; vosotros, hombres honrados que anheláis el bien de la Patria, encontraréis de sencilla realización cuanto encierra ese Programa inspirado en la más rudlmentaria justicia.

MEXICANOS:

Al proclamar solemnemente su Programa el Partido Liberal, con el inflexible propósito de llevarlo a la práctica, os invita a que toméis parte en esta obra grandiosa y redentora, que ha de hacer para siempre a la Patria libre, respetable y dichosa.

La decisión es irrevocable: el Partido Liberal luchará sin descanso por cumplir la promesa solemne que hoy hace al pueblo, y no habrá obstáculo que no venza ni sacrificio que no acepte por llegar hasta el fin. Hoy os convoca para que sigáis sus banderas, para que engroséis sus filas, para que aumentéis su fuerza y hagáis menos difícil y reñida la victoria. Si escucháis el llamamiento y acudís al puesto que os designa vuestro deber de mexicanos, mucho tendrá que agradeceros la Patria, pues apresuraréis su redención; si veis con indiferencia la lucha santa a que os invitamos, si negáis vuestro apoyo a los que combatimos por el derecho y la justicia, si, egoístas o tímidos, os hacéis con vuestra inacción cómplices de los que nos oprimen, la Patria no os deberá más que desprecio y vuestra conciencia sublevada no dejará de avergonzaros con el recuerdo de vuestra falta. Los que neguéis vuestro apoyo a la causa de la libertad, merecéis ser esclavos.

MEXICANOS:

Entre lo que os ofrece el despotismo y lo que os brinda el Programa del Partido Liberal, ¡escoged! Si queréis el grillete, la miseria, la humillación ante el extranjero, la vida gris del paria envilecido sostened la Dictadura que todo eso os proporciona; si preferís la libertad, el mejoramiento económico, la dignificación de la ciudadanía mexicana, la vida altiva del hombre dueño de sí mismo venid al Partido Liberal que frater­niza con los dignos y los viriles, y unid vuestros esfuerzos a los de los que combatimos por la justicia, para apresurar la llegada de ese día radiante en que caiga para siempre la tiranía y surja la esperada democracia con todos los esplendores de un astro que jamás dejará de brillar en el horizonte sereno de la Patria.

Reforma, Libertad y Justicia.

Saint Loui5, Mo., Julio 1, de 1906.

Presidente, Ricardo Flores Magón. Vice-Presidente, Juan Sarabia. Secretario, Antonio 1. VillarreaL Tesorero, Enrique Flores Magón. ler. Vocal, Prof. Librado Rivera. 2o. Vocal, Manuel Sarabia. 3er. Vocal, Rosalio Rustamante.


La Revolución.

REGENERACION. 19 Noviembre 1910

Ricardo Flores Magón

(Como se ve por la fecha, este articulo fue escrito 24 horas antes de que estallara la Revolución.)

Está para caer el fruto bien maduro de la revuelta intestina; el fruto amargo para todos los engreídos con una situación que produce honores, riquezas, distinciones a los que fundan sus goces en el dolor y en la esclavitud de la humanidad; pero fruto dulce y amable para todos los que por cualquier motivo han sentido sobre su dignidad las pezuñas de las bestias que en una noche de treinta y cuatro años han robado, han violado, han matado han engañado, han traicionado, ocultando sus crímenes bajo el manto de la ley, esquivando el castigo tras la investidura oficial.

¿Quienes temen la Revolución? Los mismos que la han provocado; los que con su opresión o su explotación sobre las masas populares han hecho que la desesperación se apodere de las víctimas de sus infamias; los que con la injusticia y la rapiña han sublevado las conciencias y han hecho palidecer de indignación a los hombres honrados de la tierra.

La Revolución va a estallar de un momento a otro. Los que por tantos años hemos estado atentos a todos los incidentes de la vida social y política del pueblo mexicano, no podemos engañarnos. Los síntomas del formidable cataclismo no dejan lugar a la duda de que algo está por surgir y algo por derrumbarse, de que algo va a levantarse y algo está por caer. Por fin, después de treinta y cuatro años de vergüenza, va a levantar la cabeza el pueblo mexicano, y por fin, después de esa larga noche, va a quedar convertido en ruinas el negro edificio cuya pesadumbre nos ahogaba.

Es oportuno ahora volver a decir lo que tanto hemos dicho: hay que hacer que este movimiento, causado por la desesperación, no sea el movimiento ciego del que hace un esfuerzo para librarse del peso de un enorme fardo, movimiento en que el instinto domina casi por completo a la razón. Debemos procurar los libertarios que este movimiento tome la orientación que señala la Ciencia. De no hacerlo así, la Revolución que se levante no serviría más que para substituir un Presidente por otro Presidente, o lo que es lo mismo un amo por otro amo. Debemos tener presente que lo que se necesita es que el pueblo tenga pan, tenga albergue, tenga tierra que cultivar; debemos tener presente que ningún Gobierno puede decretar la abolición de la miseria. Es el pueblo mismo, son los hambrientos, son los desheredados los que tienen que abolir la miseria, tomando, en primer lugar, posesión de la tierra que, por derecho natural, no puede ser acaparada por unos cuantos, sino que es la propiedad de todo ser humano. No es posible predecir hasta dónde podrá llegar la obra reinvindicadora de la próxima Revolución; pero si llevamos los luchadores de buena fe el propósito de avanzar lo más posible por ese camino; si al empuñar el winchester vamos decididos, no al encumbramiento de otro amo, sino a la reivindicación de los derechos del proletariado; si llevamos al campo de la lucha armada el empeño de conquistar la libertad económica, que es la base de todas las libertades, que es la condición sin la cual no hay libertad ninguna; si llevamos ese propósito encauzaremos el próximo movimiento popular por un camino digno de esta época; pero si por el afán de triunfar fácilmente; si por querer abreviar la contienda quitamos de nuestras tendencias el radicalismo que las hace incompatibles con las tendencias de los partidos netamente burgueses y conservadores, entonces habremos hecho obra de bandidos y de asesinos, porque la sangre derramada no servirá más que para dar mayor fuerza a la burguesía, esto es, a la casta poseedora de la riqueza, que después del triunfo pondrá nuevamente la cadena al proletariado con cuya sangre, con cuyo sacrificio, con cuyo martirio ganó el poder.

Preciso es, pues, proletarios preciso es, pues, desheredados, que no os confundáis. Los partidos conservadores y burgueses os hablan de libertad, de justicia de ley, de gobierno honrado, y os dicen que, cambiando el pueblo los hombres que están en el Poder por otros, tendréis libertad tendréis justicia, tendréis ley, tendréis Gobierno honrado. No os, dejéis embaucar. Lo que necesitáis es que se os asegure el bienestar de vuestras familias y el pan de cada día; el bienestar de las familias no podrá dároslo ningún Gobierno. Sois vosotros los que tenéis que conquistar esas ventajas, tomando desde luego posesión de la tierra, que es la fuente primordial de la riqueza y la tierra no os la podrá dar1 ningún Gobierno, ha entendido bien!, porque la ley defiende e "derecho" de los detentadores de la riqueza; tenéis que toma río vosotros a despecho de la ley a despecho del Gobierno, a despecho del pretendido derecho de propiedad; tendréis que tomarlo vosotros en nombre de la justicia natural, en nombre del derecho que todo ser humano tiene a vivir y a desarrollar su cuerpo y su inteligencia.

Cuando vosotros estéis en posesión de la tierra, tendréis libertad, tendréis justicia, porque la libertad y la justicia no se decretan: son el resultado de la independencia económica, esto es, de la facultad que tiene un individuo de vivir sin depender de un amo, esto es, de aprovechar para si y para los suyos el producto íntegro de su trabajo.

Así, pues, tomad la tierra. La ley dice que no la toméis, que la ley que tal cosa dice fue es de propiedad particular. pero y escrita por los que os tienen en la esclavitud, y tan no responde a una necesidad general, que necesita el apoyo de la fuerza. Si la ley fuera el resultado del consentimiento de todos, no necesitaría el apoyo del polizonte, del carcelero, del juez, del verdugo, del soldado y del funcionario. La ley os fue impuesta, y contra las imposiciones arbitrarias apoyadas por la fuerza, debemos los hombres dignos responder con nuestra rebeldía.

Ahora, a luchar! La Revolución incontenible, avasalladora, no tarda en llegar. Si queréis ser libres de veras, agrupaos bajo las banderas libertarias del Partido Liberal; pero si queréis solamente daros el extraño placer de derramar sangre y derramar la vuestra "jugando a los soldados", agrupaos bajo otras banderas, las antirreeleccionistas por ejemplo, que después de que juguéis a los soldados", os pondrán nuevamente el yugo patronal y el yugo gubernamental; pero, eso si, os habréis dado el gustazo de cambiar al viejo Presidente, que ya os chocaba, por otro flamante, acabadito de hacer.

Compañeros, la cuestión es grave. Comprendo que estáis dispuestos a luchar; pero luchad con fruto para la clase pobre. Todas las revoluciones han aprovechado hasta hoy a las clases encumbradas, porque no habéis tenido idea clara de vuestros derechos y de vuestros intereses, que, como lo sabéis, son completamente opuestos a los derechos y a los intereses de las clases intelectuales y ricas. El interés de los ricos es que los pobres sean pobres eternamente, porque la pobreza de las masas es la garantía de sus riquezas. Si no hay hombres que tengan necesidad de hacer trabajar a otro hombre, los ricos se verán obligados a hacer alguna cosa útil, a producir algo de utilidad general para poder vivir; ya no tendrán entonces esclavos a quienes explotar.

No es posible predecir, repito, hasta dónde llegarán las reivindicaciones populares en la Revolución que se avecina; pero hay que procurar lo más que se pueda. Ya sería un gran paso hacer que la tierra fuera de propiedad de todos; y si no hubiera fuerza suficiente o suficiente conciencia entre los revolucionarios para obtener más ventaja que esa, ella sería la base de reivindicaciones próximas que por la sola fuerza de las circunstancias conquistaría el proletariado.

¡Adelante, compañeros! Pronto escucharéis los primeros disparos; pronto lanzarán el grito de rebeldía los oprimidos. Que no haya uno solo que deje de secundar el movimiento, lanzando con toda la fuerza de la convicción este grito supremo: ¡Tierra y Libertad!

NO QUERÉIS PAN, QUEREÍS LIBERTAD

FUENTE.- Federico González Garza La Revolución mexicana. Mi: contribución, pp. 417-422.

El discurso de Madero, pronunciado desde los balcones del Hotel France en Orizaba, Veracruz domingo 22 de mayo de l910, y dirigido a los obreros textiles que por millares lo aclamaban, es fiel reflejo de la idea que lo obsesionaba: la conquista de la democracia. Estaba convencido que los problemas en general se resolverían si el pueblo era lo suficientemente libre para ejercerla. Una frase lo demuestra: "vosotros no queréis pan, queréis únicamente libertad, porque la libertad os servirá para conquistar el pan".

CONCIUDADANOS.

Me causa verdadera emoción encontrarme en medio de vosotros, en medio de este pueblo tan calumniado por sus opresores, tan noble y que ha escrito en nuestra Historia páginas tan gloriosas. La recepción con que me honráis, señores, viene a ser el mentís más solemne a vuestros calumniadores, puesto que este acto, cívico por excelencia, en que demostráis vuestras simpatías hacia una causa santa, porque en ella están encarnadas las aspiraciones nacionales, lo hacéis con tanto orden, con tanta cordura y con tanto civismo, demostrando estáis aptos para la Democracia.

La contienda que se inicia, es esencialmente democrática, por cuyo motivo, estas manifestaciones son precursoras de la gran lucha que deberá entablarse en los comicios, y en la cual el Pueblo Mexicano obtendrá una vez más la victoria.

Conocedor de la ansiedad que palpita en todos los corazones mexicanos por obtener su libertad, por lograr que los gobernantes ciñan sus actos a la Constitució­n, desde un principio acepté ponerme al frente de vosotros, y aun antes de ser vuestro candidato, como simple propagandista de la Democracia, anduve recorriendo la República, para animar a los conciudadanos con mi palabra, para decirles que no debían perder las esperanzas, que todo el Pueblo de la Repú­blica piensa lo mismo que vosotros los que estáis aquí reunidos, que la ansiedad que os hace palpitar en este momento, es la que conmueve a todos los mexicanos; que para vencer, todo era cuestión de unirnos, de hacer un esfuerzo vigoroso, y el esfuerzo que haría el Pueblo Mexicano sería irresistible, y ya lo veis señores, apenas ha principiado la campaña, y ya la fuerza de nuestro pueblo a quien tanto calumnian, ante este pueblo que lo mismo se cubre de gloria en el campo de batalla que en el de la Democracia.

Desde el momento, señores, que esa ansia de libertad, que esas aspiraciones tan profundas del pueblo, encarnaron en mi personalidad, desde el momento en que me designasteis para ocupar el puesto de honor, de ir a la cabeza de vosotros, no podía sin haber faltado a mis principios y a mis convicciones, re­chazar tal honor. La modestia, señores, hubiese sido únicamente para encubrir mi cobardía, y yo, a falta de otras cualidades, tengo por lo menos la de no ser cobarde cuando se trata de servir a la Patria.

Pero no es un valor temerario el que me anima y me ha dado energía para seguir adelante, es principalmente la fe que tengo en el Pueblo, es el conocimiento que tengo de las energías que dormitan en los mexicanos; por eso, señores, no he vacilado ni un momento en aceptar la lucha, porque. sé que el Pueblo Mexicano está conmigo y sé que el Pueblo es invencible.

El edificio de la Dictadura ya se bambolea, ya vacila, ya está próximo a derrumbarse y no podrá resistir al primer embate del Pueblo. Y ese embate, lo daremos todos unidos en los comicios electorales, en ese nuevo campo de batalla, ya ­no iréis a encumbrar a algún caudillo que luego se convierta en tirano, ya no iréis a elevar al poder a un hombre que suba sobre vuestra sangre. Si yo llego al poder, será por vuestro voto, por vuestra voluntad, y no sobre la sangre de mis conciudadanos. Y esto, señores, constituirá la mejor garantía para vosotros. Es verdaderamente extraordinario este acontecimiento, porque es la primera vez que vamos a luchar en ese campo de batalla, pero será el principio de una era verdaderamente constitucional.

El hecho de que triunfemos, os dará confianza en vosotros mismos, os demostrará cuán grande es el poder del pueblo, y en lo sucesivo ya no temblaréis ante vuestros tiranos; sabréis cuál es el arma que deberéis esgrimir contra ellos y estaréis siempre listos para esgrimirla.

Señores: en nuestro programa de gobierno, hemos señalado las necesidades y aspiraciones que anidan en estos momentos en el pecho de los mexicanos, y que en estos momentos os tienen aquí congregados. En ese programa hemos procurado señalar no solamente los males que aquejan a la República, sino también el remedio, y para llevarlo a la práctica, como principal medio, implantare­mos el régimen constitucional. Entonces la soberanía del pueblo será un hecho, el gobierno será el primero en respetar. y en acatar la ley, y por último, señores, entraremos en una era de verdadero progreso y de verdadera felicidad para nuestra Patria.

Hace apenas dos semanas que vosotros mismos fuisteis víctimas de un atentado brutal, contra vuestros derechos políticos. A raíz de ese atentado se me invitó para que viniese a visitaros, y yo, viendo que estabais aquí en peligro, viendo que no se os respetaban vuestros derechos, vine a unirme con vosotros para conquistarlos, porque mi puesto, señores, desde el momento que me habéis honrado con vuestra confianza, debe ser allí donde sea mayor el peligro, porque allí es donde se conquistan las charreteras, no únicamente las del militar, sino también las del simple ciudadano que desea servir a su Patria.

Además, señores, muy cerca de esta ciudad se ha desarrollado uno de los dramas más sangrientos de la Dictadura y era preciso, con una demostración democrática, lavar esa mancha roja que perdurará para siempre en nuestra Historia. Pero queremos lavarla con un acto esencialmente democrático, esen­cialmente cívico, pues no deseamos que se derrame más sangre hermana, desea­mos que todas las contiendas se diriman en el campo de la Democracia, en las urnas electorales. Y ese atentado, señores, ese. ultraje que han cometido al Pue­blo, clama justicia; ha llegado la hora, ha llegado el tiempo en que se debe hablar claro.

Conciudadanos: Cuando ese sangriento atentado tuvo verificativo, todos los mexicanos, tened la seguridad, palpitamos de indignación, pero nos era impo­sible volar a vuestra ayuda, venir en vuestro socorro. La situación en que se encontraba en, aquellos momentos nuestra Patria, nos impidió hacer todo es fuerzo para ayudaros.

En un país constitucional, ese acto sólo hubiese bastado para que el gobierno hubiese rodado; pero aquí, que no había libertad, no podíamos volar en vuestra. defensa, no podíamos hacerlo ni siquiera por la prensa, ni podíamos manifestar nuestra indignación, porque en un país oprimido, es un crimen amar a sus conciudadanos, es un crimen indignarse por los atropellos que se cometen con­tra ellos, es un crimen abrigar sentimientos de fraternidad, a pesar de ser éste el sentimiento que más enaltece al hombre. . . Y nosotros, señores, nos vimos en el duro trance de ocultar nuestra indignación. Pero no por eso hemos olvi­dado esa ofensa que se infirió. Desde entonces, señores, ha principiado a sen­tirse más ardiente el deseo de un cambio.

Ahora se comprende, que si seguimos con el actual régimen de gobierno no habrá ya ningunas esperanzas de libertad, ya no serán únicamente los monopo­lios los que agobien al pueblo, será la sangre del pueblo la que será derramada a cada momento por sus "Dueños" y "Señores". Necesitamos remediar vuestra situación, y para ello necesitamos conocer al enemigo, para estar alerta, y ese enemigo, señores, es la Dictadura; por ese motivo debemos .asegurar nuestro triunfo sobre ella. Para mejor apreciar su proceder debemos analizar cuál debía haber sido la conducta del gobierno, en los últimos acontecimientos de Río Blanco, si ese gobierno hubiese sido democrático. Del gobierno no depende aumentaros el salario ni disminuir las horas de trabajo, y nosotros, que encar­namos vuestras aspiraciones, no venimos a ofrecer tal cosa, porque no es eso que vosotros deseáis; vosotros deseáis libertad, deseáis que se os respeten vuestros derechos, que se os permita agruparos en sociedades poderosas, a fin que unidos podáis defender vuestros derechos; vosotros deseáis que haya , libertad de emitir el pensamiento. a fin de que todos los que aman al pueblo, todos los que se compadecen de vuestros sufrimientos, puedan ilustraros, puedan ­enseñaros cuál es el camino que os llevará a vuestra felicidad; eso es lo que vosotros deseáis, señores, y es bueno que en este momento, que en esta reunión tan numerosa y netamente democrática, demostréis al mundo entero que vosotros, no queréis pan, queréis únicamente libertad, porque la libertad os servirá para conquistar el pan. (Ruidosas, prolongadas y entusiastas mues­tras de aprobación).

Los que piden pan, señores, son los hombres que no saben luchar por la vida, que no tienen energías suficientes para ganarlo, que están atenidos a un mendrugo que les dé el gobierno; pero vosotros no sois de esos...

Señores: Hasta hace aun muy poco tiempo ningún ciudadano se había atrevid­o a parársele frente a frente al Sr. Gral. Porfirio Díaz, y todos los partidos políticos se limitaban modestamente a lanzar un candidato para la Vice-Presi­dencia; por ese motivo no se había podido decir la verdad. Se acusaba al Par­tido "Científico" de todas nuestras desdichas. No niego, señores, la parte tan importante que el Partido "Científico" tiene en ellas; pero ha llegado el momento de hablar claro, y yo digo altamente que el principal responsable de todo lo que pasa en la República es el señor Gral. Porfirio Díaz.

Y la prueba de ello la tenemos con lo que pasó en Río Blanco. Recordad que vuestros hermanos de Puebla, queriendo depositar su confianza en el ve­nerable Caudillo, creyendo que vendría en su ayuda, le nombraron árbitro, diciéndole: "Tú resuelves esta cuestión, arréglalo como quieras, tenemos fe en ¿Y cuál fue el resultado, señores, de haber depositado vuestra confianza en él? Desde el momento que se le nombró árbitro y aprovechando el inmenso ascendiente que él tiene con los dueños de las fábricas, ¡cuán fácil le hubiese sido arreglar satisfactoriamente aquella cuestión tan trascendental!'

Pero no, señores, más bien favoreció a los industriales y les permitió que se pusieran en huelga, para impedir que vosotros mandaseis auxilios a vuestros hermanos de Puebla.

Eso fue lo que hizo el General Díaz. permitió que se cometiese un atentado, .único en el mundo, porque no tengo noticia de que los industriales sean en alguna otra parte los huelguistas.

Y el resultado de ello, vosotros sabéis cuán terrible fue. En un momento de agitación los obreros indignados cometieron una falta, una gran torpeza, que merecía castigo, sí, pero no cruel y tan infame como el que recibieron; pues sí se había cometido un crimen ¿por qué no se procesó a los culpables? ¿por qué matar indistintamente a culpables e inocentes? ¿por qué aquellos fusilamientos sin formación de causa?

Ya sabéis lo que resolvió el árbitro, en vez de procurar obtener algunas concesiones para vosotros. Yo no hubiese exigido al Gral. Díaz que obligase a 1os industriales a aumentaros el salario; no, señores, eso no podía él hacerlo, eso no era lo principal que vosotros deseabais, porque vosotros deseabais que se os reconocieran vuestros derechos de ciudadanos, que os fueran respetados los sagrados derechos del hombre, puesto que tales derechos son la base de la Constitución; vosotros deseabais que se os hubiese dejado libertad para escribir, para tener vuestra prensa, la cual os hubiese guiado, y por último exigíais un tratamiento más humano, acorde con nuestras leyes y también exigíais escuelas. En vez de esas concesiones que el Gral. Díaz estaba en la obligación de haceros, os dio un reglamento en que prácticamente establecía la previa censura para vuestros escritos, y las famosas libretas que considerasteis denigrantes y rechazasteis con indignación.

Pero ahora, señores, no vengo a incendiar pasiones, en vuestros corazones únicamente quise recordaros esos acontecimientos, para que comprendáis la inminencia del peligro que nos amenaza si dejamos que nuestros actuales gobernantes se reelijan o se reímpongan por medio del fraude electoral, porque nunca podrán contar con vuestro voto, ni con el voto de la inmensa mayoría de los mexicanos, ansiosos de libertad. No quiero, pues, señores, que en vuestros corazones se abrigue odio hacia ninguna persona; no, señores, el Pueblo Mexicano siempre magnánimo y siempre noble, no sabe abrigar odios. Contentaos con fomentar en vuestros corazones el noble amor a la Patria, encendedle una hoguera en cada uno de vuestros pechos, alimentadla con vuestros actos cívicos y con ello, señores, habréis salvado a vuestra patria, habréis salvado nuestra causa y os habréis colocado en el puesto que os corresponde, en el puesto que debéis tener, de ser el soberano, como lo es el pueblo en los países democráticos.

Os invito, pues, señores, a que con todo orden, con toda compostura, terminéis la manifestación que habéis organizado en mi honor y que en lo sucesivo en todos vuestros trabajos preparatorios para las elecciones, trabajéis con orden, con respeto a la Ley, con respeto a las autoridades constituidas, pero también, señores, os exhorto a que trabajéis con energía y con vigor, y así como vosotros sois los primeros en respetar a vuestras autoridades, obligad a vuestras autoridades a que os respeten.

PLAN DE SAN LUIS POTOSI

Documento tomado de: Memorias Políticas. Francisco Vázquez Gómez. (Imprenta Mundial), 1933. Págs. 581-590.

Los pueblos, en su esfuerzo constante porque triunfen los ideales de libertad y justicia, se ven precisados en determinados momentos históricos a realizar los mayores sacrificios.

Nuestra querida Patria ha llegado a uno de esos momentos: una tiranía que los mexicanos no estábamos acostumbrados a sufrir, desde que conquistamos nuestra independencia, nos oprime de tal manera, que ha llegado a hacerse intolerable. En cambio de esta tiranía se nos ofrece la paz, pero es una paz vergonzosa para el pueblo mexicano, porque no tiene por base el derecho, sino la fuerza; porque no tiene por objeto el engrandecimiento y prosperidad de la Patria, sino enriquecer un pe­queño grupo que, abusando de su influencia, ha convertido los puestos públicos en fuente dé beneficios exclusivamente personales, explotando sin escrúpulos las concesiones y contratos lucrativos.

Tanto el poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados, la libertad de los Ayuntamientos y los derechos del ciudadano sólo existen escritos en nuestra Carta Magna; pero, de hecho, en Mé­xico casi puede decirse que reina constantemente la Ley Marcial; la justicia, en vez de impartir su protección al débil, sólo sirve para legalizar los despojos que comete el fuerte; los jueces, en vez de ser los representantes de la Justicia, son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente ; las cámaras de la Unión no tienen otra voluntad que la del Dictador; los gobernadores de los Estados son designados por él y ellos a su vez designan e imponen de igual manera las autoridades municipales.

De esto resulta que todo el engranaje administrativo, judicial y legislativo obedecen a una sola voluntad, al capricho del general Porfirio Díaz, quien en su larga administración ha demostrado que el principal móvil que lo guía es mantenerse en el poder y a toda costa.

Hace muchos años se siente en toda la República profundo malestar, debido a tal régimen de Gobierno; pero el general Díaz, con gran astucia y perseverancia, había logrado aniquilar todos los elementos in­dependientes, de manera que no era posible organizar ninguna clase de movimiento para quitarle el poder de que tan mal uso hacía. El mal se agravaba constantemente, y el decidido empeño del general Díaz de imponer a la Nación un sucesor, y siendo éste el señor Ramón Co­rral, llevó ese mal a su colmo y determinó que muchos mexicanos, aunque carentes de reconocida personalidad política, puesto que había sido imposible labrársela durante 36 años de Dictadura, nos lanzáramos a la lucha, intentando reconquistar la soberanía del pueblo y sus de­rechos en el terreno netamente democrático.

Entre otros partidos que tendían al mismo fin, se organizó el Par­tido Nacional Antirreeleccionista proclamando los principios de SUFRA­GIO EFECTIVO Y NO REELECCIÓN, como únicos capaces de salvar a la República del inminente peligro con que la amenazaba la prolongación de una dictadura cada día más onerosa, más despótica y más inmoral.[13]

El pueblo mexicano secundó eficazmente a ese partido y, respon­diendo al llamado que se le hizo, mandó a sus representantes a una Convención, en la que también estuvo representado el Partido Nacional Democrático, que asimismo interpretaba los anhelos populares. Dicha Convención designó sus candidatos para la Presidencia y Vicepresiden­cia de la República, recayendo esos nombramientos en el señor Dr. Francisco Vázquez Gómez y en mi para los cargos respectivos de Vicepresidente y Presidente de la República.

Aunque nuestra situación era sumamente desventajosa porque nues­tros adversarios contaban con todo el elemento oficial, en el que se apoyaban sin escrúpulos, creímos de nuestro deber, para servir la causa del' pueblo, aceptar tan honrosa designación. Imitando las sabias cos­tumbres de los países republicanos, recorrí parte de la República ha­ciendo un llamamiento a mis compatriotas. Mis jiras fueron verdaderas marchas triunfales, pues por donde quiera el pueblo, electrizado por las palabras mágicas de SUFRAGIO EFECTIVO Y NO REELECCIÓN, daba pruebas evidentes de su inquebrantable resolución de obtener el triunfo de tan salvadores principios. Al fin, llegó un momento en que el general Díaz se dió cuenta de la verdadera situación de la República y comprendió que no podía luchar ventajosamente conmigo en el campo de la Demo­cracia y me mandó reducir a prisión antes de las elecciones, las que se llevaron a cabo excluyendo al pueblo de los comicios por medio de la violencia, llenando las prisiones de ciudadanos independientes y cometiendo los fraudes más desvergonzados.

En México, como República democrática, el poder público no pue­de tener otro origen ni otra base que la voluntad nacional, y ésta no puede ser supeditada a fórmulas llevadas a cabo de un modo frau­dulento.

Por este motivo el pueblo mexicano ha protestado contra la ilega­lidad de las últimas elecciones; y queriendo emplear sucesivamente todos los recursos que ofrecen las leyes de la República en la debida forma, pidió la nulidad de las elecciones ante la Cámara de Diputados, a pesar de que no reconocía al dicho cuerpo un origen legítimo y de que sabía de antemano que, no siendo sus miembros representantes del pueblo, acatarían la voluntad del general Díaz, a quien exclusivamente deben su investidura.

En tal estado las cosas, el pueblo, que es el único soberano, también protestó de un modo enérgico contra las elecciones en imponentes manifestaciones llevadas a cabo en diversos puntos de la República, y si no se generalizaron en todo el territorio nacional fué debido a terrible presión ejercida por el gobierno, que siempre ahoga en sangre cualquiera manifestación democrática, como pasó en Puebla, Veracruz, Tlaxcala, México y otras partes.

Pero esta situación violenta e ilegal no puede subsistir más.

Yo he comprendido muy bien que si el pueblo me ha designado como su candidato para la Presidencia, no es porque haya tenido la oportunidad de descubrir en mí las dotes del estadista o del gobernante, sino la virilidad del patriota resuelto a sacrificarse, si es preciso, con tal de conquistar la libertad y ayudar al pueblo a librarse de la odiosa tiranía que lo oprime.

Desde que me lancé a la lucha democrática sabía muy bien que el general Díaz no acataría la voluntad de la Nación, y el noble pueblo mexicano, al seguirme a los comicios, sabía también perfectamente el ultraje que le esperaba; pero a pesar de ello, el pueblo dió para la causa de la Libertad un numeroso contingente de mártires cuando éstos eran necesarios, y con admirable estoicismo concurrió a las casillas a recibir toda clase de vejaciones.

Pero tal conducta era indispensable para demostrar al mundo en­tero que el pueblo mexicano está apto para la democracia, que está sediento de libertad, y que sus actuales gobernantes no responden a sus aspiraciones.

Además, la actitud del pueblo antes y durante las elecciones, así como después de ellas, demuestra claramente que rechaza con energía al Gobierno del general Díaz y que, si se hubieran respetado esos dere­chos electorales, hubiese sido yo electo para la Presidencia de la Re­pública.

En tal virtud, y haciéndome eco de la voluntad nacional, declaro ilegales las pasadas elecciones, y quedando por tal motivo la República sin gobernantes legítimos, asumo provisionalmente, la Presidencia de la República, mientras el pueblo designa conforme a la ley sus gobernan­tes. Para lograr este objeto es preciso arrojar del poder a los audaces usurpadores que por todo título de legalidad ostentan un fraude escan­daloso e inmoral.

Con toda honradez declaro que consideraría una debilidad de mi parte y una traición al pueblo que en mí ha depositado su confianza no ponerme al frente de mis conciudadanos, quienes ansiosamente me llaman, de todas partes del país, para obligar al general Díaz, por me­dio de las armas, a que respete la voluntad nacional.

El Gobierno actual, aunque tiene por origen la violencia y el fraude, desde el momento que ha sido tolerado por el pueblo, puede tener para las naciones extranjeras ciertos títulos de legalidad hasta el 30 del mes entrante en que expiran sus poderes; pero como es nece­sario que el nuevo gobierno dimanado del último fraude no pueda recibirse ya del poder, o por lo menos se encuentre con la mayor parte Nación protestando con las armas en la mano, contra esa usurpación, he designado el DOMINGO 20 del entrante noyiembre para que de las seis de la tarde en adelante, en todas las poblaciones de la Repú­blica se levanten en armas bajo el siguiente

PLAN

Se declaran nulas las elecciones para Presidente y Vicepresidente de la República, Magistrados a la Suprema Corte de la Nación y Dipu­tados y Senadores, celebradas en junio y julio del corriente año.

Se desconoce al actual Gobierno del general Díaz, así como a las autoridades cuyo poder debe dimanar del voto popular, por­que además de no haber sido electas por el pueblo, han perdido los títulos que' podían tener de legalidad, cometiendo y apoyando, con los elementos que el pueblo puso a su disposición para la defensa de sus intereses, el fraude electoral más escandaloso que registra la historia de México.

Para evitar hasta donde sea posible los trastornos inherentes a todo movimiento revolucionario, se declaran vigentes, a reserva de refor­mar oportunamente por los medios constitucionales aquellas que requie­ran reformas, todas las leyes promulgadas por la actual administración y sus reglamentos respectivos, a excepción de aquellas que manifiestamente se hallen en pugna con los principios proclamados en este Plan. Igualmente se exceptúan las leyes, fallos de tribunales y decretos que hayan sancionado las cuentas y manejos de fondos de todos los funcio­narios de la administración porfirista en todos los ramos; pues tan pron­to como la revolución triunfe, se iniciará la formación de comisiones de investigación para dictaminar acerca de las responsabilidades en que hayan podido incurrir los funcionarios de la Federación, de los Estados y de los Municipios.

En todo caso serán respetados los compromisos contraídos por la administración porfirista con gobiernos y corporaciones extranjeras antes del ­20 del entrante.

Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños pro­pietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran, sujetas a revisión tales disposiciones y fallos y se les exigirá a los que los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en caso de que esos terrenos hayan pasado a tercera persona antes de la promulgación de este Plan, los antiguos propietarios recibirán indemnización de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo.

Además de la constitución y leyes vigentes, se declara Ley Suprema de la República el principio de NO REELECCIÓN del Presidente y Vicepresidente de la República, de los Gobernadores de los Estados y de los Presidentes Municipales, mientras se hagan las reformas consti­tucionales respectivas.

Asumo el carácter de Presidente Provisional de los Estados Uni­dos Mexicanos con las facultades necesarias para hacer la guerra al Go­bierno usurpador del general Díaz.

Tan pronto como la capital de la República y más de la mitad de los Estados de la Federación estén en poder de las fuerzas del Pueblo, el Presidente Provisional convocará a elecciones generales extraordina­rias para un mes después y entregará el poder al Presidente que resulte electo, tan luego como sea conocido el resultado de la elección.

El Presidente Provisional, antes de entregar el poder, dará cuenta al Congreso de la Unión del uso que haya hecho de las facultades que le confiere el presente Plan.

El día 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelan­te, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arro­jar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan. Los pueblos que estén retirados de las vías de comunicación lo harán desde la víspera.

Cuando las autoridades presenten resistencia armada, se les obli­gará por la fuerza de las armas a respetar la voluntad popular, pero en este caso las leyes de la guerra serán rigurosamente observadas, llamán­dose especialmente la atención sobre las prohibiciones relativas a no usar balas explosivas ni fusilar a los prisioneros. También se llama la atención respecto al deber de todo mexicano de respetar a los extran­jeros en sus personas e intereses.

Las autoridades que opongan resistencia a la realización de este Plan serán reducidas a prisión para que se les juzgue por los tribunales de la República cuando la revolución haya terminado. Tan pronto como cada ciudad o pueblo recobre su libertad, se reconocerá como autoridad legítima provisional al principal jefe de las armas, con fa­cultad de delegar sus funciones en algún otro ciudadano caracterizado, quien será confirmado en su cargo o removido por el Gobierno Pro­visional.

Una de las principales medidas del Gobierno Provisional será poner libertad a todos los presos políticos.

10º El nombramiento de Gobernador Provisional de cada Estado que haya sido ocupado por las fuerzas de la revolución será hecho por e1 Presidente Provisional. Este Gobernador tendrá la estricta obligación de convocar a elecciones para Gobernador Constitucional del Estado, tan pronto como sea posible, a juicio del Presidente Provisional. Se exceptúan de esta regla los Estados que de dos años a esta parte han sostenido campañas democráticas para cambiar de gobierno, pues en éstos casos se considerará como Gobernador provisional al que fué candidato del pueblo siempre que se adhiera activamente a este Plan.

En caso de que el Presidente Provisional no haya hecho el nom­bramiento de Gobernador, que este nombramiento no haya llegado a su destino o bien que el agraciado no aceptara por cualquiera circunstancia, ­entonces el Gobernador será designado por votación de todos los Jefes de las armas que operen en el territorio del Estado respectivo, a reserva de que su nombramiento sea ratificado por el Presidente Provi­sional tan pronto como sea posible.

11º Las nuevas autoridades dispondrán de todos los fondos que se encuentren en todas las oficinas públicas para los gastos ordinarios de la administración; para los gastos de la guerra, contratarán emprés­titos voluntarios o forzosos. Estos últimos sólo con ciudadanos o instituciones ­nacionales. De estos empréstitos se llevará una cuenta escru­pulosa y se otorgarán recibos en debida forma a las interesados a fin de que al triunfar la revolución se les restituya lo prestado.

TRANSITORIO.

A. Los jefes de las fuerzas voluntarias tomarán el grado que corresponda al número de fuerzas a su mando. En caso de operar fuerzas voluntarias y militares unidas, tendrá el mando de ellas el de graduación, pero en caso de que ambos jefes tengan el mismo el mando será del jefe militar.

Los jefes civiles disfrutarán de dicho grado mientras dure la guerra, y una vez terminada, esos nombramientos, a solicitud de los interesados, se revisarán por la Secretaría de Guerra, que los ratificara en su grado o los rechazará, según sus méritos.

B. Todos los jefes, tanto civiles como militares, harán guardar a sus tropas la más estricta disciplina, pues ellos serán responsables ante el Gobierno Provisional de los desmanes que cometan las fuerzas a su mando, salvo que justifiquen no haberles sido posible contener a sus soldados y haber impuesto a los culpables el castigo merecido.

Las penas más severas serán aplicadas a los soldados que saqueen alguna población o que maten a prisioneros indefensos.

C. Si las fuerzas y autoridades que sostienen al general Díaz fusilan a los prisioneros de guerra, no por eso y como represalias se hará lo mismo con los de ellos que caigan en poder nuestro; pero en cambio serán fusilados, dentro de las veinticuatro horas y después de un juicio su­mario, las autoridades civiles y militares al servicio del general Díaz que una vez estallada la revolución hayan ordenado, dispuesto en cual­quier forma, trasmitido la orden o fusilado a alguno de nuestros sol­dados.

De esa pena no se eximirán ni los más altos funcionarios, la única excepción será el general Díaz y sus ministros, a quienes en caso de or­denar dichos fusilamientos o permitirlos, se les aplicará la misma pena, pero después de haberlos juzgado por los tribunales de la República, cuando ya haya terminado la Revolución.

En caso de que el general Díaz disponga que sean respetadas las leyes de guerra, y que se trate con humanidad a los prisioneros que cai­gan en sus manos, tendrá la vida salva; pero de todos modos deberá responder ante los tribunales de cómo ha manejado los caudales de la Nación y de cómo ha cumplido con la ley.

D. Como es requisito indispensable en las leyes de la guerra que las tropas beligerantes lleven algún uniforme o distintivo y como seria difícil uniformar a las numerosas fuerzas del pueblo que van a tomar parte en la contienda, se adoptará como distintivo de todas las fuerzas libertadoras, ya sean voluntarias o militares, un listón tricolor; en el tocado o en el brazo.

CONCIUDADANOS: Si os convoco para que toméis las armas y derroquéis al Gobierno del general Díaz, no es solamente por el atentado que cometió durante las últimas elecciones, sino para salvar a la Patria del porvenir sombrío que le espera continuando bajo su dictadura y bajo el gobierno de la nefanda oligarquía científica, que sin escrúpulo y a gran prisa están absorbiendo y dilapidando los recursos naciona­les, y si permitimos que continúe en el poder, en un plazo muy breve habrán completado su obra: habrá llevado al pueblo a la ignominia y lo habrá envilecido; le habrán chupado todas sus riquezas y dejado en la más absoluta miseria; habrán causado la bancarrota de nuestra Patria, que débil, empobrecida y maniatada se encontrará inerme para defender sus fronteras, su honor y sus instituciones.

Por lo que a mí respecta, tengo la conciencia tranquila y nadie podrá acusarme de promover la revolución por miras personales, pues está en la conciencia nacional que hice todo lo posible para llegar a un arre­glo pacífico y estuve dispuesto hasta a renunciar mi candidatura siempre que el general Díaz hubiese permitido a la Nación designar aunque fuese al Vicepresidente de la República; pero, dominado por incomprensible orgullo y por inaudita soberbia, desoyó la voz de la Patria y prefirió precipitarla en una revolución antes de ceder un ápice, antes de devol­ver al pueblo un átomo de sus derechos, antes de cumplir, aunque fuese en las postrimerías de su vida, parte de las promesas que hizo en la Noria y Tuxtepec.

Él mismo justificó la presente revolución cuando dijo: "Que nin­gún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y ésta será la última revolución."

Si en el ánimo del general Díaz hubiesen pesado más los intereses de la Patria que los sórdidos intereses de él y de sus consejeros, hubiera evitado esta revolución, haciendo algunas concesiones al pueblo; pero ya que no lo hizo... ¡tanto mejor!, el cambio será más rápido y más radical, pues el pueblo mexicano, en vez de lamentarse como un co­barde, aceptará como un valiente el reto, y ya que el general Díaz pre­tende apoyarse en la fuerza bruta para imponerle un yugo ignominioso, el pueblo recurrirá a esa misma fuerza para sacudirse ese yugo, para arrojar a ese hombre funesto del poder y para reconquistar su libertad.

San Luis Potosí, octubre 5 de 1910.

Francisco I. Madero

Carta Abierta a Don Francisco I. Madero

Lic. Blas Urrea. Luis Cabrera. 27 de abril de 1911.

Fuente: Obras Completas.

NOTA PRELIMINAR

Ante el arrollador empuje de la opinión pública, el gobierno del general Díaz había abandonado por fin la alta torre de hierro y marfil ensangrentada de su "Principio de Autoridad", y se decidía a entrar en tratos con el Jefe de la Revolución, reconociendo de hecho a ésta la beligerancia. Habíase pactado ya un armisticio entre las dos fuerzas contendientes, e iniciábanse en Ciudad Juárez las pláticas para convenir en una transacción entre ambos beligerantes.

La expectación nacional había llegado a su máximum, y era que justamente se temía que la Revolución quedase a medias. No se ignoraba que el Sr. Madero, deseoso de abreviar la lucha, había manifestado ciertas ideas de conformarse con un cambio parcial de las personalidades del Gobíerno y no era un secreto que a su alrededor había algunos elementos que inclinaban su ánimo siempre bondadoso a esa transacción en que la Revolución haría el mayor número de concesiones a cambio del menor número de ventajas.

Frente al peligro del aborto de la Revolución, era preciso dar el grito de alarma, señalando los gravísimos peligros que entrañaba el pacto de Ciudad Juárez, insistiendo en que la renuncia del general Díaz, todavía indecisa, debía ser la base de las negociaciones, y era urgente evidenciar la necesidad de que el Gobierno quedase controlado por elementos del Partido Renovador, a fin de que realizara no sólo el ideal político, móvil aparente de la Revolución, sino el de la implantación de todas las reformas sociales, tendencia instintiva que hizo levantarse en armas a los revolucionarios, aprovechando para ello la rebelión iniciada por don Francisco 1. Madero.

Cumpliendo con su deber, y persiguiendo tales fines, Blas Urrea escribió la siguiente carta abierta con el propósito de evitar que los revolucionarios se dejasen sorprender por pérfidas combinaciones del Gobierno, si éste pretendía prolongar el armisticio.

Bien sabido es cómo el alma piadosa y sentimental del Jefe de la Revolución se sublevó ante la idea de la continuación de la guerra, y ante el horror de la sangre que habría de seguirse derramando, no pudiendo o no queriendo en aquellos momentos exigir todo lo que debía y podía exigir para salvar la Revolución y salvarse él mismo. Creyó ingenuamente que con la renuncia de Díaz y de Corral, se abrían las puertas a todas las reformas, se realizaban todos los ideales, y la paz orgánica, justa y digna, haría la felicidad de la patria, por lo cual se apresuró a aceptar el interinato del gobierno de De la Barra.

Las consecuencias de la transacción de Ciudad Juárez fueron terribles para la República y para el mismo caudillo que apostólicamente las firmara.

México, a 27 de abril de 1911.

Muy distinguido y estimado amigo:

Las circunstancias especiales en que usted se ha encontrado desde hace cerca de seis meses, y mi intención de conservarme siempre dentro de la ley, me habían hecho cortar toda comunicación con usted. [14]Mas ahora que por actos expresos y deliberados del gobierno del general Díaz ha pasado usted oficialmente de la categoría de delincuente a la de caudillo político, aprovecho la ocasión para dirigirle las presentes líneas en público, con el objeto de contribuir en la medida de mis fuerzas al restablecimiento de la paz.

No puedo ni quiero discutir si hizo usted bien o mal en levantarse en armas para sostener los principios de no-reelección y de efectividad del sufragio; eso es de la incumbencia de la Historia, y cualquier juicio que yo anticipara, correría el riesgo de parecer apología de un hecho reprobado por la ley. Básteme decir que la Revolución es un hecho, que el movimiento iniciado por usted en Chihuahua se ha convertido en un gran sacudimiento nacional; que el país se halla casi por completo envuelto en una conflagración más poderosa y más vasta de lo que usted mismo pudo suponer o esperar; y que al comprender que esta revolución amenazaba tornarse irrefrenable, todos los mexicanos nos hemos puesto a trabajar para apagarla.[15]

Todos hemos sentido las consecuencias de la Revolución; pero nos hemos resignado a sufrirlas en la esperanza de que trajera consigo algunos bienes en medio de tantos males. Usted, señor Madero, tiene contraída una inmensa responsabilidad ante la Historia, no tanto por haber desencadenado las fuerzas sociales, cuanto porque al hacerlo, ha asumido usted implícitamente la obligación de restablecer la paz, y el compromiso de que se realicen las aspiraciones que motivaron la guerra, para que el sacrificio de la Patria no resulte estéril.

Desde hace algún tiempo venia mirándose que el único medio de que disponía el gobierno del general Díaz para restablecer la paz era el de una transacción con los elementos revolucionarios. Pero precisamente al saberse que por fin se concertaba un armisticio y que se iniciaban pláticas para discutir las bases de la paz, aun los más serenos dejaron escapar un movimiento de ansiedad y la expectación pública alcanzó su máxima tensión, porque se comenzó a comprender que lo que Ud. va a defender en las conferencias de paz no son precisamente las pretensiones de la Revolución, sino principalmente la suerte de nuestras libertades politicas.[16]

Las revoluciones son siempre operaciones dolorosísimas para el cuerpo social; pero el cirujano tiene ante todo el deber de no cerrar la herida antes de haber limpiado la gangrena. La operación, necesaria o no, ha comenzado; usted abrió la herida y usted está obligado a cerrarla; pero guay de usted, si acobardado ante la vista de la sangre o conmovido por los gemidos de dolor de nuestra patria cerrara precipitadamente la herida sin haberla desinfectado y sin haber arrancado el mal que se propuso usted extirpar; el sacrificio habría sido inútil y la Historia maldecirá el nombre de usted, no tanto por haber abierto la herida, sino porque la patria seguiría sufriendo los mismos males que ya daba por curados y continuaría además expuesta a recaídas cada vez más peligrosas, y amenazada de nuevas operaciones cada vez más agotantes y cada vez más dolorosas.

En otros términos, y para hablar sin metáforas: usted, que ha provocado la revolución, tiene el deber de apagarla; pero guay de usted si asustado por la sangre derramada, o ablandado por los ruegos de parien­tes y de amigos, o envuelto por la astuta dulzura del Príncipe de la Paz, o amenazado por el yanqui, deja infructuosos los sacrificios hechos.[17] El país seguiría sufriendo de los mismos males, quedaría expuesto a crisis cada vez más agudas, y una vez en el camino de las revoluciones que usted le ha enseñado, querría levantarse en armas para la conquista de cada una de las libertades que dejara pendientes de alcanzar.

La revolución debe concluir; es necesario que concluya pronto, y usted debe ayudar a apagarla; pero a apagarla definitivamente y de modo que no deje rescoldos.

En todo el país hay muchos millares de hombres que, como yo, son fervientes y sinceros partidarios de la paz, supuesto que a pesar de estar convencidos de la esterilidad de los esfuerzos hechos dentro de la ley para la conquista de las libertades, y no obstante las vejaciones y perse­cuciones políticas que han sufrido, han permanecido sin embargo, firmes en su deliberado propósito de no levantarse en armas. Estos son los que constituyen esa opinión pública pacífica, pero omnipotente, a la cual debe la revolución su fuerza y ante la que ha tenido que doblegarse la inque­brantable voluntad del general Díaz.

Mis palabras no son más que la traducción del sentir y del modo de pensar de esa opinión pública pacífica, que no por no haberse levantado en armas deja de tener derecho a hacer oír su voz ante los que están dis­cutiendo el porvenir de la nación.

En nombre de esa opinión pública dirijo a usted la presente para exhor­tarlo a que reflexione detenida y hondamente sobre lo que está a punto de hacer.

El objeto de las negociaciones de paz, emprendidas entre usted y el gobierno del general Díaz, es, como su mismo nombre lo indica, el resta­blecimiento de la tranquilidad del país; pero esa tranquilidad no debe ser transitoria, sino definitiva.

Ahora bien, los propósitos de pacificación pueden frustrarse de dos maneras: o por falta de acuerdo para llegar a una transacción o por ine­ficacia de los remedios que se acepten como buenos.

La ruptura del armisticio y la reanudación de las hostilidades será un mal sensible; pero tal vez sea más grave no lograr la paz más que a medias en algunos lugares, o sólo por poco tiempo.

Para lograr la paz de un modo definitivo se necesita dar satisfacción a las necesidades nacionales; no sólo a las expresadas por la Revolución, sino también a las no definidas por ella, pero que la opinión pública se­ñala, y que constituyen las causas de desacuerdo entre el general Díaz y el pueblo.[18]

Se cree generalmente que la Revolución está obligada a conformarse con un mínimo de concesiones, y así debe ser en efecto; pero tratándose no ya de contentar las pretensiones de la rebelión misma, sino de dar satisfacción a las necesidades nacionales, cuanto más exigentes se mues­tren los representantes de la Revolución, y cuanto más liberal se muestre el gobierno del general Díaz, tanto más firme y duradera será la paz obtenida; mientras que, por el contrario, cuanto más condescendientes se muestren los comisionados revolucionarios, o cuanto más mezquino y avaro de libertades y reformas se muestre el general Díaz, tanto más probable será que no se restablezca enteramente la paz, o que si se resta­blece, sea sólo transitoriamente y dejando en pie la causa de perturbacio­nes futuras.

Las condiciones de una transacción entre el general Díaz y usted, para ser eficaces, deben abarcar, pues, tres puntos principales:

lº.- Las exigencias de la Revolución misma.

2º.-Las necesidades del país.

3º.-Las garantías que ofrezca el Gobierno de cumplir con sus com­promisos.

Las exigencias de la Revolución, a saber: amnistías, indemnizaciones, condiciones de sumisión, forma de disolución y de desarme, etc., etc., de­ben atenderse con moderación; pero teniendo en cuenta las condiciones especiales de cada región levantada. Sólo así podrá usted estar seguro de apagar la revolución con rapidez y en todos los lugares del país, en el momento en que llegue a firmarse un convenio de paz.

Para esto necesitaría usted: o contar con el consentimiento expreso de cada subjefe local, delegado, o lo que sea, o haber tenido en cuenta el estado de la revolución en cada comarca del país, y haber atendido a llenar las condiciones en las cuales los sublevados estarían dispuestos a someterse.

No dudo que usted, señor Madero, tendrá motivos fundados para supo­ner que puede controlar fácilmente los movimientos de cada región de las levantadas, ya sean Chihuahua o Sinaloa, Puebla o Yucatán; pero sí por desgracia al llegar el caso de ordenar la deposición general de las armas, usted se viera desobedecido en Guerrero, o en Puebla, por ejemplo, considere usted el ridículo que caería sobre el Gobierno, el desprestigio que caería sobre usted y el desaliento que caería sobre toda la nación, ante semejante contingencia!

Por otra parte, las exigencias de la Revolución en Chihuahua o Coahuila, son sin duda distintas de las de Guerrero o Yucatán, por ejemplo, y por lo tanto, no es lógico suponer que los rebeldes del sur se encontraran fácilmente dispuestos a someterse con sólo hallarse satisfechos los de Chihua­hua o Coahuila. Ni parecería humano tampoco que si algunos grupos se resistieran a deponer las armas por no haber sido tenidas en cuenta las condiciones especiales en que se encuentran, los dejara usted abandonados a la represión del Gobierno y expuestos a un exterminio Sangriento y doloroso.[19]

Después de haber atendido a las exigencias de la Revolución misma, la parte más difícil de la tarea de usted será, sin duda, discernir cuáles son las necesidades del país en lo económico y en lo político y cuál la mejor forma de darles satisfacción para suprimir las causas de malestar social que han dado origen a la Revolución.

El catalogar esas necesidades y sus remedios, ya equivale a formular todo un vasto programa de Gobierno.

La responsabilidad de usted en este punto es tan seria, que si no acier­ta a percibir con claridad las reformas políticas y económicas que exige el país, correrá usted el riesgo de dejar vivos los gérmenes de futuras perturbaciones de la paz o de no lograr restablecer por completo la tran­quilidad en el pais.[20]

En otra ocasión he mencionado las reformas que en mi concepto es más urgente implantar y algunos escritores, como Molina Enríquez, han hecho un catálogo completo de las necesidades del país, que usted puede consultar, teniendo cuidado principalmente de discernir que las necesida­des políticas y democráticas no son en el fondo más que manifestaciones de las necesidades económicas.

Desde el punto de vista económico la necesidad más urgente del país, Según he tenido ocasión de decirlo, es el restablecimiento del equilibrio entre los múltiples pequeños intereses (agrícolas, industriales y mercan­tiles) que se hallan desventajosamente oprimidos, y los pocos grandes intereses (agrícolas, industriales o mercantiles), que se encuentran sin­gularmente privilegiados.

En lo político, puede decirse que la principal de las necesidades es la efectividad de los principios legales que garantizan la vida del hombre y sus libertades civiles y políticas, para lo cual se necesita ante todo una sana administración de justicia.

Mas como esto requiere un cambio político para dominar y las mu­taciones de sistema no se consiguen sino con un cambio de hombres, es muy fácil confundirse y creer que los problemas principales consisten en la elevación de tales o cuales personalidades a determinados cargos pú­blicos. Hay, pues, que procurar conocer bien las necesidades para poder darles satisfacción, y no confundirlas con las puras cuestiones de personalidades, que no son más que uno de los medios de garantizar la satisfac­ción de esas necesidades.

Una vez formulado el catálogo de las necesidades de la Revolución y de las del país, y alcanzado el acuerdo sobre las medidas que deben em­plearse para darles satisfacción, queda por resolver un punto que es el de más difícil solución, a saber: la garantía que el Gobierno puede ofrecer de que llevará a cabo los cambios o reformas que haya prometido, ya es­pontáneamente, ya por vía de compromiso con usted.

La primera forma que ocurre, como más fácil, es dictar ciertas me­didas legislativas encaminadas a hacer difícil el abuso de las autoridades ejecutivas; reformar las leyes electorales para obtener la efectividad del sufragio y establecer por donde quiera el principio de no-reelección para los poderes ejecutivos.

La segunda forma de garantizar la nueva orientación política, y que parece más práctica, consiste en introducir en los gobiernos locales y federales, y aun en el mismo Gabinete del general Díaz, hombres salidos de la Revolución, para que vigilen el cumplimiento de los compromisos del Gobierno.

Hay que convencerse, sin embargo, de que ni uno ni otro medio cons­tituyen una garantía suficientemente sólida, si el general Díaz ha de seguir al frente del Gobierno.

En efecto, el general Díaz ha mostrado muchas veces una gran habi­lidad para dominar las situaciones más difíciles sin oponerse abiertamente a las corrientes de la opinión pública, sino al contrario, aparentando so­meterse a ella.

Por más que el Congreso reforme la Constitución y expida leyes y más leyes con el firme propósito de maniatar al Ejecutivo, como tan pue­rilmente lo está haciendo; por más que proclamen nuevos sistemas y que los gobiernos de los Estados y el Gabinete mismo se llenen de antirreelec­cionistas, eso no será obstáculo para que el general Díaz vuelva paciente e indefectiblemente a sus antiguos sistemas, aun sin darse cuenta él mis­mo de que reacciona. Ya encontrará él las formas suaves y estudiadamente legales de eludir las nuevas leyes, o de cumplirlas sólo en la forma; ya encontrará él la manera de destituir o nulificar, o convencer a los hombres nuevos, y a la vuelta de seis meses, cuando esta revolución de usted esté perfectamente sofocada,, sus jefes más prominentes estarán destituidos o desprestigiados, o corrompidos o cansados, y las leyes dero­gadas o relegadas al olvido.[21]

No. Hay que desengañarse; sólo existe una forma de garantizar efi­cazmente la regeneración política del Gobierno, y ésta es el cambio de hombres, es decir, la retirada del general Díaz y el nombramiento de un Vicepresidente renovador y honradamente decidido a llevar a cabo las concesiones hechas a la Revolución.

La retirada del general Díaz constituye el único medio expedito de comenzar una serie de cambios gubernamentales y una reforma de los sistemas de gobierno, y, por lo tanto, si usted desea hacer obra duradera, debe insistir en ella como la única garantía realmente efectiva del cum­plimiento de las promesas del Gobierno.

La idea de la retirada del general Díaz a la vida privada ha ga­nado mucho terreno desde hace dos meses a esta parte en todo el país, al grado de que puede decirse que casi no hay ya quien dude de que ese sería el remedio más radical para aliviar nuestra situación política.[22]

Después de que usted ha puesto al general Díaz el ejemplo del desin­terés personal, declarando que está dispuesto a renunciar a sus preten­siones a la Presidencia de la República, no le queda al Gobierno otra razón que dar para oponerse a la separación del general Díaz, que los escrúpu­los oficiales de que tal medida seria poco decorosa para la dignidad del Gobierno actual.

En mi opinión, el restablecimiento de la paz y el porvenir del país están por encima no solamente del amor propio de los hombres, sino aun del decoro de los gobiernos, pues creo honradamente que la patria, que en caso de necesidad no vacila en sacrificar las vidas de sus hijos, tampoco debe vacilar en caso de necesidad en sacrificar el decoro o el amor propio de un grupo político que pudiera poner en peligro su tranquilidad, su so­beranía o su existencia.

En el presente caso, la retirada del general Díaz de la Presidencia de la República, constituye un acto personalísimo suyo que en nada afecta al decoro de la institución oficial que se llama el Gobierno; pero esto no lo quieren ver todos, porque es difícil distinguir hasta dónde llega el amor propio de los nombres y donde comienza el decoro de las instituciones.

Sí no se han considerado indecorosas para el gobierno del general Díaz las brutales remociones de Gobernadores, verdaderos golpes de Estado locales, ¿por qué habría de considerarse indecorosa una renuncia hecha en las formas constitucionales?

Sí no se han considerado indecorosas para el Gobierno las destitucio­nes de seis Secretarios de Estado, sin motivo suficiente y por sólo dar satisfacción a la opinión pública, ¿por qué habría de llamarse indecorosa la renuncia del Jefe de Estado, cuando con ella puede restablecer la paz y aun salvar de paso su nombre ante la Historia?

Por último, el cambio de bandería se considera como tipo de los actos indignos en política cuando lo efectúa un mandatario, y sin embargo, Li­mantour ha abandonado al grupo científico sin resentir gran cosa en su prestigio, y el Gobierno en masa, tanto el Ejecutivo como las Cámaras, no han creído hacer una indignidad declarándose antírreeleccionistas después de haberse apoyado en la reelección para conservarse en el poder.[23] ¿Por qué, pues, tantos escrúpulos para una renuncia que estaría perfectamente justificada por la incompatibilidad entre el sistema republicano impuesto por la Revolución y el sistema tuxtepecano dictatorial, único que ha sabido practicar el general Díaz?

No hay, pues, razón para que usted deje de insistir en la retirada del general Díaz, que no sólo es necesaria y patriótica, sino que precisamente es el acto más decoroso que se impone después de transigir con la Re­volución.

La garantía de cumplimiento de los compromisos del Gobierno, en mi concepto más eficaz, seria aquélla que produjera sus efectos de un modo automático y sin necesidad de estar ejerciendo una constante vigilancia sobre el Gobierno. Esta garantía, como antes digo, sólo se consigue trans­formando por completo el Gobierno dictatorial del general Díaz en un Gobierno democrático formado de elementos nuevos.

El ingreso al Gabinete o a otros puestos públicos de algunos elementos revolucionarios, solamente significa una especie de vigilancia pero no implica necesariamente un contralamiento sobre los actos del Gobierno, y requeriría un esfuerzo constante y una lucha entre los componentes mismos del poder.

Para obtener un verdadero contralamíento automático de los actos del Gobierno, se necesitaría que los antirreeleccionistas, o, en general, el par­tido renovador, contara con representantes en las Cámaras locales y federales. La renovación de las Cámaras Legislativas en todo el país y su subs­titución por otras constituidas con elementos independientes y de origen verdaderamente popular, sería una garantía efectiva de reforma en el sistema de Gobierno dictatorial.

En otra ocasión he dicho que me parecía muy difícil la disolución de las Cámaras; pero, sin embargo, dado el origen de las credenciales y la sumisión que parecen mostrar todavía hasta ahora todos los diputados del Congreso de la Unión al general Díaz, tal vez no fuera imposible hallar un medio de obtener una disolución del actual Congreso sin provocar gran escándalo, o quizás, dada la excitación política a que hemos llegado, no fuera demasiado ruda la conmoción que produjera una disolución general del actual Congreso y la convocación a nuevas elecciones, en vista de las circunstancias críticas por las que atraviesa el país.

Este remedio me parece, sin embargo, utópico, e indudablemente es menos decoroso para el Gobierno que la renuncia del general Díaz, pues significaría el sacrificio de un poder en masa, mientras que la separación de aquél sólo afectaría al Jefe del Poder Ejecutivo, dejando a salvo la ins­titución del Gobierno mismo.

Otro de los medios que parecen haberse sugerido como garantía del cumplimiento del Gobierno, consiste en la conservación de las armas por los rebeldes, y me parece el más peligroso de los errores que puedan come­ter el general Díaz y usted al tratar de restablecer la paz.

Los partidos políticos pueden y deben controlar los actos del Gobier­no; pero siempre dentro del orden y por medios pacíficos. Las armas en manos de un partido político no pueden producir una situación normal, y el dejarlas en poder de un partido revolucionario, equivale a establecer como sistema de Gobierno la fuerza y la revolución endémica como régi­men constitucional.

El único medio sensato de asegurar un cambio de sistema político y de garantizar el cumplimiento de las promesas del Gobierno, es, en mi concepto, el de facilitar el contralamíento de los actos del Gobierno por medio de uno o varios partidos políticos independientes reconocidos ofi­cialmente y de un modo expreso por el gobierno del general Díaz, y cuya injerencia en los actos oficiales o cuyas relaciones con el poder estuvieran perfectamente definidas en la transacción o en una ley.

Este medio, que es el seguido por el partido independiente de Guada­lajara, y que ha sido ampliamente estudiado por Molina Enríquez, me ha parecido de tal importancia y de tal eficiencia, que acaso puedo decir que el objeto principal de la presente carta es llamar a usted la atención sobre la conveniencia de que se discuta y se proponga como una de las principales formas de garantía que puede tener el país, que el Gobierno cumplirá con sus compromisos,

Es casi seguro que todo lo que pueda yo haber dicho en esta carta, haya sido motivo de largas reflexiones por parte de usted y de los demás miembros de la Revolución; pero como tengo el deber de contribuir como mexicano al restablecimiento de la paz, no creería yo haber cumplido con ese deber sin estar seguro de haber llamado la atención de usted, respecto de los puntos cuya resolución le incumbe, del mismo modo que he pro­curado, en recientes artículos políticos, llamar la atención del general Díaz sobre los que a él le corresponden.

Antes de concluir esta carta deseo decir a usted con toda franqueza cuál es mi opinión acerca del éxito de la Revolución actual.

El fracaso de las negociaciones de paz no será un obstáculo para la terminación de la guerra, porque por el sólo hecho de haberse celebrado el armisticio, la suerte de la Revolución ha quedado echada. El triunfo de usted o del general Díaz será solamente cuestión de semanas y el vencido tendrá que ser usted o el general Díaz, según que el armisticio se prolon­gue por más o menos tiempo. Si el armisticio se rompe antes de una semana, la caída del general Díaz será inevitable, porque el reconocimien­to oficial que de la Revolución ha hecho el general Díaz, es de tal impor­tancia moral, que por sí solo lo coloca en la condición de vencido. Las naciones extranjeras, y principalmente los Estados Unidos, no tendrán en realidad escrúpulo ni razón alguna de peso para no reconocer el carácter de beligerantes a los mismos revolucionarios, a quienes el Gobierno ha dado ese carácter por el hecho de consentir en una suspensión de hosti­lidades contra ellos.

Si el armisticio se prolonga, en cambio, durante más de quince días sin que se extienda al resto de la República, facilitará al gobierno del general Díaz la manera de fortalecerse para poder luchar contra la Revo­lución, la cual para entonces habrá sufrido el natural relajamiento de sus energías, que se mantenían por la tensión de la lucha ya entablada, y al romperse nuevamente las hostilidades, el Gobierno actual vencerá fácilmente sobre grupos ya desorganizados. Por otra parte, el general Reyes está a punto de venir, y no hay duda alguna de que por disci­plina, por sumisión al general Díaz y hasta por rivalidad política hacia usted, pondrá todo su empeño en sofocar la Revolución, y lo logrará, aun­que sea a costa de su prestigio y de su popularidad. He concluido.

Pesa sobre usted la más grande de las responsabilidades políticas que hombre alguno haya tenido desde hace más de treinta años en México, no tanto por haber encendido esta revolución, sino porque si no sabe usted dar satisfacción a las legítimas necesidades de la nación, dejará sembrada la semilla de futuras revoluciones,[24]después de haber enseñado al país una forma peligrosa de levantarse en armas, que pondrá a cada paso en peligro nuestra soberanía.

Tiene usted con sus partidarios armados el compromiso sagrado de salvarlos y de retirarlos honradamente de la lucha.

Tiene usted con los elementos renovadores que no se han rebelado, el compromiso moral de obtener por vía de transacción los principios por los cuales acudió usted a las armas.

Tiene usted también el deber de asegurar la conquista de esos principios por medio de garantías adecuadas.

Tiene usted con la nación el deber de dar satisfacción a las necesida­des que han originado la actual crisis política.

Y tiene usted, por último, con la Patria, la obligación sagrada de res­tablecer en todo el país y de un modo definitivo, esa paz de que usted dispuso.

Sí así la hiciereis, la nación os lo premiará, olvidando la sangre de­rramada; pero si por falta de entereza o de habilidad política o por sim­ple desconocimiento de la verdadera fuerza que la Revolución ha puesto en vuestras manos, no podéis lograrlo, la nación os lo demandará ante el Tribunal de la Historia.

Lic. Blas Urrea.

CONVENIO DE CIUDAD JUÁREZ

FUENTE: Isidro Fabela, Documentos históricos..., v. 5, t. 1, pp. 400-401.

Después de un largo período de discusiones en las que intervinieron representantes de ambos bandos, la revolución, ya reconocida como beligerante, obtuvo el triunfo sobre el gobierno. El Convenio de Paz atendió las exigencias políticas que se habían presentado a lo largo de los meses de lucha y aún más de lo que los mismos revolucionarios esperaban .

Por otra parte, al aplicarse la mecánica constitucional para la sucesión presidencial, se dejó a Madero en la posibilidad de jugar en las futuras elecciones.

En Ciudad Juárez, a los veintiún días del mes de mayo de mil novecientos once, reunidos en el edificio. de la Aduana Fronteriza los señores licenciado don Francisco S. Carbajal, representante del gobierno del señor general Por­firio Díaz, doctor don Francisco Vázquez Gómez, don Francisco Madero y licenciado don José M. Pino Suárez, como representantes los tres últimos de la Revolución, para tratar sobre el modo de hacer cesar las hostilidades en todo el Territorio Nacional, y considerando:

1º. Que el señor general Porfirio Díaz ha manifestado su resolución de renunciar la Presidencia de la República antes de que termine el mes en curso.

2º. Que se tienen noticias fidedignas de que el señor Ramón Corral renunciará igualmente la Vice-presidencia de la República dentro del mismo plazo.

3º. Que por ministerio de la Ley el señor licenciado don Francisco L. de la Barra, actual Secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno del señor gene­ral Díaz, se encargará interinamente del Poder Ejecutivo de la Nación y convocará a elecciones generales dentro de los términos de la Constitución.

Que el nuevo gobierno estudiará las condiciones de la opinión pública en la actualidad para satisfacerlas en cada Estado dentro del orden constitu­cional y acordará lo conducente a las indemnizaciones de los perjuicios cau­sados directamente por la Revolución.

Las dos partes representadas en esta conferencia, por las anteriores consideraciones, han acordado formalizar el presente Único. Desde hoy cesarán en todo el territorio de la República las hostilidades que han existido entre las fuerzas del gobierno del general Díaz y las de la Revolución, debiendo éstas ser licenciadas a medida que en cada Estado se vayan dando los pasos necesarios para restablecer y garantizar la tranquilidad y el orden públicos.

Transitorio. Se procederá desde luego a la reconstrucción o reparación de las vías telegráficas y ferrocarrileras que hoy se encuentran interrumpidas.

El presente convenio se firma por duplicado.

Francisco S. Carbajal, F. Vázquez Gómez, Francisco Madero, J. M. Pino Suárez.

RENUNCIA DE PORFIRIO DÍAZ.

FUENTE: Gustavo Casasola, Historia gráfica... , t. I, p.311.

A los CC. Secretarios de la Cámara de Diputados.

Presente.

El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores ha in­surreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es causa de su insurrección.

No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social, pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser un culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos apropósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.

En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución Federal vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República, con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.

Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas. Con todo respeto. PORFIRIO DÍAZ

México, mayo 25 de 1911.

Zapata y el Plan de Ayala.

Plantel Azcapotzalco Area Histórico-social.

Prof. Román Arturo Sánchez Morales.

Introducción.- Proponemos algunos temas para debatir las perspectivas con que frecuentemente se analizan las propuestas politicas del Zapatismo y por extensión de los movimientos campesinos, se ha extendido la noción analítica que destaca sus limitaciones, deficiencias e imposibilidades. Se sostiene que los campesinos no pueden generar un proyecto global para la transformación de la sociedad. Los orígenes de este prejuicio pueden rastrearse con precisión hasta los modelos evolucionistas decimonónicos, aunque se encuentran antecedentes previos, el campesino fue concebido como el remanente de una etapa evolutiva previa, sin otro destino histórico posible que la extinción.

El Zapatismo generó un proyecto político radical y coherente para la transformación global de la sociedades complejas desde una posición de clase, por ello, el impacto de la lucha zapatista en la sociedad fue tan grande como lo demuestran los esfuerzos orientados a la lucha encarnizada tanto en lo militar como en lo ideológico. Al movimiento de Emiliano Zapata, sus contemporáneos urbanos y conservadores lo llamaron bárbaro y nombraron tribus y hordas a sus tropas contradictoriamente tambien los llamaron socialistas y comunistas.

Encabezado por Emiliano Zapata entre 1910 y 1919 es notable en muchos sentidos. Es conocida su intransigencia en cuestión del reparto de tierras que tanta influencia ejerció en el desarrollo posterior del país. Es posible afirmar que la influencia ideológica del Zapatismo rebasó su capacidad militar y se extendió mas amplia y profundamente que su actividad directa. La propuesta política de la revolución del Sur si bien se articula en la cuestión agraria, en realidad abarca múltiples aspectos de la realidad económica, social y política. Fue el movimiento campesino que estuvo mas cerca de la toma del poder, no del gobierno y que ejerció el gobierno sobre un territorio por periodos prolongados.

Tomando en cuenta que el líder del zapatismo fue y seguirá siendo Emiliano Zapata, es necesario e importante saber quién fué o porqué él y no otra persona inició este movimiento, para comprender y entender un poco más la revolución de nuestro país.

Nació en el pueblo de Anenecuilco, municipio de Ayala el 8 de agosto de 1879, era descendiente de familia conocida y su padre era propietario de un pequeño lote de tierra o rancho en Morelos, ésta se había distinguido por su actuación en las guerras de independencia y reforma, dicha distinción que debió transcender en él, no fue así, ya que Zapata pretendía, la desaparición de la expropiación de tierras, al grito de “ abajo las haciendas y vivan los pueblos”.

Emiliano Zapata, un propietario de Anenecuilco buen jinete y experto en el ganado, arriero a veces, pariente del antiguo agente de Porfirio Diaz en la villa de Ayala; —José Zapata, nacido en 1866, fundó el club porfirista de Anenecuilco en 1870, que en 1892 preside Eufemio Zapata— es uno de los hombres mas respetables de su pueblo y se convertirá en su jefe mas tarde. La familia de Zapata Porfirista de tradición y la presencia de este muestra como porfiristas clásicos, cambian al bando de la oposición, progresivamente desamparado. Eufemio Zapata, futuro general revolucionario vivio una fidelidad familiar y pueblerina con Díaz, fidelidad difícilmente comprensible si no hubiera recibido a cambio servicios de Díaz como la protección del pueblo.

Cuando en las elecciones en Anenecuilco, Modesto González, fue el primero en ser propuesto, luego Bartolo Parral propuso a Emiliano Zapata y éste a su vez propuso a Parral, se hizo la votación y Zapata ganó fácilmente. Tras los problemas del pueblo el iba a ser el mejor dirigente. No podían encontrar a ningún otro mejor que Zapata pues poseía un sentido muy claro y verdadero de lo que era ser el responsable del pueblo. La reputación del conocedor de los caballos le dio buenos resultados pues los dueños de los puestos hacendados del centro y del este de Morelos y del oeste de Puebla le conocían muy bien porque Zapata había prestado servicios para ellos. Este fue el hombre que los aldeanos eligieron para presidente de su Consejo pero cuando lo eligieron, también están apostando a que no habría de cambiar. Lo que los convencía de que estando en el poder no habría de cambiar y abusar de su confianza fue la reputación de su familia la que estaba en juego. Zapata era su mejor dirigente.

Anenecuilco era en 1909, una aldea tranquila, entristecida de menos de 400 habitantes. Situada a unos cuantos kilómetros al sur de Cuautla, en el rico Plan de Amilpas, del estado de Morelos, con sus casa de adobe y sus chozas de palma dispersas bajo el sol,. Era un pueblo que estaba al borde del colapso, y su crisis era tanto la consecuencia de una historia que tenía 700 años de antigüedad de luchas específicas. Durante 30 años, los grandes terratenientes cultivadores de caña de azúcar le habían disputado a Anenecuilco los derechos sobre las tierras y las aguas de la comarca.

Al ir creciendo Zapata como defensor del bienestar del pueblo, (empezando por la defensa de Anenecuilco; su lugar de origen) en cuanto a las tierras que les correspondía a cada uno de los campesinos, así como sus derechos ante situaciones políticas del estado, poco a poco fue ganando gente hasta formar su propio ejército, incluso se unieron a los zapatistas algunos pueblos, que con su colaboración se beneficiaron contando con el apoyo y la ayuda armada de Zapata.

Desde 1911 hasta 1919, Zapata y la mayoría de sus lugartenientes no se alejaron del camino de la revolución; ni de su lugar de origen en cuanto a las tierras que les correspondía a cada uno de los campesinos, así como sus derechos ante situaciones políticas del estado, poco a poco fue ganando gente hasta formar su propio ejército, incluso se unieron a los zapatistas algunos pueblos, que con su colaboración se beneficiaron contando con el apoyo y la ayuda armada de Zapata, los sembradores de caña de azúcar le habían disputado a la revolución agraria se autonomía, aunque concertaron años después alianzas nunca perdieron el control de la rebelión morelense, ni entraron al servicio del gobierno y menos fueron mercenarios.Esta forma de fidelidad a la revolución surgió de la gran lealtad al pueblo y a sus tradiciones, ya que Zapata y la mayoría de sus jefes no habían perdido el sentido de lo que eran; hijos de sencillos campesinos de trabajadores del campo. El compromiso zapatista, sólido, regional y colectivo, los alejo de las alianzas nacionales al igual que otros movimientos campesinos, mostró profunda sensibilidad respecto a los derechos y obligaciones, y esto lo presentaba ante quienes negociaban con él, ajeno a componendas. En 1908 surge en México un grave problema político, el de la sucesión presidencial. Porfirio Díaz en vez de decidirse por un sucesor se hace reelegir por octava vez, esto provoca un descontento entre el pueblo, el equilibrio entre compromiso y consenso se rompe. Las élites se dividen y los pueblos siguen a Madero. Los hermanos Flores Magón se levantan con Zapata a las puertas de la capital.

Del siglo XIX provienen muchos levantamientos rurales, por las condiciones deplorables que existían en el campo, pero muchos de ellos por diferentes razones eran llevados al fracaso, hasta el surgimiento del nuevo Zapatista que combinado con otros movimientos, llegaron a pesar en la politica agraria del país. En enero de 1909 en Morelos surgen movilizaciones simbólicas del pueblo, que los notables de la oposición querían efectuar para mostrar su influencia ante Díaz, se convierten entonces en una movilización real de la sociedad, movilizaciones como la del club leyvista, aqui hay muchos vecinos de Villa de Ayala pero también de otros como Anenecuilco entre ellos Francisco Franco y Emiliano Zapata de Anenecuilco. El liberalismo en Morelos se amplia y llega hasta los pueblos mas cercanos. Con las reeleciones de Diaz se prepara Madero para levantarse como antireelecionista.

Desde antes de la reelección del 27 de septiembre de 1910 de Porfirio Díaz, los seguidores de Madero ya habían comenzado a planear levantamientos. Entre estos bosquejos de insurrección se encontraba el zapatismo.En Morelos en junio de 1909 una nueva ley de revaluación de bienes raíces penaliza la pequeña propiedad. De esta nueva ofensiva el descontento del pueblo crece, en Anenecuilco, el pueblo donde Zapata fue elegido jefe hay una disputa con una hacienda vecina por tierras de siembra en febrero de 1910, Zapata es recluido en el ejercito. Liberado en marzo de 1910, gracias a la influencia del yerno de Díaz, el rico hacendado Mier y Terán. A su regreso a Anenecuilco, protegido por 80 hombres armados logra que la gente de Anenecuilco siembre, obligando la retirada de las autoridades de la Villa de Ayala. Su prestigio crece y cuando la revolución maderista comienza Zapata ya es una autoridad en su comarca. Niega entonces ser maderista. En Morelos la insurrección con Zapata se coloca en la larga tradición de resistencia de pueblos, el sigue de cerca la revolución maderista y por su parte comienza a derribar las barreras de las haciendas en las tierras en litigio. Los movimientos revolucionarios como el zapatismo, perseguían sus propios objetivos sin darle demasiada importancia a las preocupaciones políticas nacionales de México.

Zapata, al conocer el plan de San Luis a fines de noviembre de 1910, comprendió que se dirigía al pueblo y decide tomar las armas el 10 de marzo de 1911, (después de que el maestro Pablo Torres Burgos, de tradición liberal y leyvista en su momento se entreviste en Estados Unidos con Madero). En 1911, Zapata comenzó a tomar pueblos, llegando a Puebla reunió 4000 hombres para su ejército, armado así, se dirigió a tomar el Estado. de Guerrero, mientras que Madero negociaba en Ciudad. Juárez, sus hombres combatieron en Cuautla, para finalmente ocupar la ciudad. el 19 de mayo.

En Anenecuilco Zapata y su gente toman las armas y cabalgan hacia las montañas de Puebla incorporando gente en los pueblos; su ejercito esta integrado por varios miles de hombres. La revolución pone en movimiento a las masas populares. Toman Cuautla el 19 de mayo, Zapata guía su ejercito a través del territorio de Tabasco, Chiapas y Guerrero otras guerrillas combaten en el norte como Villa. El ejercito Zapatista fue el único que estaba constituido por campesinos y dirigido por campesinos. en su forma de organización y defensa eran únicos, el era el representativo de la revolución mexicana.

En 1911 renuncia Díaz y después de una serie de procesos Madero asciende a la presidencia con el plan de San Luis Potosí, mismo que Zapata al conocer, apoya. Pero la relación de Zapata con el presidente Interino León de la Barra es muy tensa, Madero que lo consideraba su aliado se entrevista con él, Madero fue a Morelos el 15 de junio para terminar una gira estaba convencido de que Zapata era incapaz de controlar a sus tropas que tenían fama de bárbaras.

Madero y los hacendados estaban intrigando, impidieron a Zapata tomar el cargo limitado que de mala gana había convenido aceptar. Le solicita que acepte el licenciamiento de su tropa, el mayor descontento de los hacendados con Zapata es por el hecho de que autorizo de facto el inicio de la reforma agraria, a lo que se opone el nuevo régimen ordenándole suspender todo acto de expropiación, Madero le aconseja paciencia, Zapata regresa a Morelos pero es atacado en la prensa acusándolo de “el moderno Atila”, a veces se le acusaba de haber recibido cien mil dólares, a el ofrecimiento de un rancho para que se retirara de la revolución; Zapata simula la rendición y se repliega encubierto a los pueblos, sin embargo ante las provocaciones de los federales se repliega en las montañas por algún tiempo.

Pero no se engaña, y al no ver avances en el aspecto agrario y después de una serie de entrevistas con Madero, en marzo toma las armas, Siendo triunfadores de la toma de Cuautla, poco después dominaron Morelos, lo que permitió al pueblo satisfacer sus demandas agrarias a pesar de la oposición de hacendados y políticos.

Más tarde, casi todo el estado se encontró bajo control militar y Zapata tuvo que refugiarse en las montañas, buscó apoyo revolucionario y proclamó sus demandas al gobierno, las cuales reflejaron con precisión:

a) La independencia de factores políticos y agrarios.

b)Exigió autoridades y comandantes militares populares.

c)Abolición de jefaturas políticas.

EL PLAN DE AYALA

Al enterarse Zapata que tomo la presidencia Madero y que éste pretendía cambiar las políticas de Morelos, se reunió con su gente cerca de Villa de Ayala para elaborar el Plan de Ayala, publicado el 28 de noviembre de 1911, este plan hace un llamado a la reforma agraria., el documento fundador del Zapatismo promulgado en noviembre de 1911 casi un año después del levantamiento armado y como resultado del fracaso en las negociaciones para implementar de inmediato y radicalmente las propuestas agrarias del Plan de San Luis. La discusión por los jefes militares del zapatismo fue prolongada y detallada hasta la obtención del consenso como sucedería con los otros documentos importantes. Zapata junto con sus jefes redactan el Plan de Ayala el cual dice que Madero es un usurpador y lo desconoce como jefe de la revolución:

a)Indignación, producto de la traición de Madero a la causa revolucionaria. además de que menciona que los campesinos que tengan sus papeles en orden y que hayan sido despojados las recuperaran de inmediato y las defenderán con las armas en la mano.

En el Plan de Ayala se reconoce a Orozco como jefe de la revolución pero cuando este se une con Huerta se nombra a Zapata.La propuesta pública del Zapatismo se propone cambiar la estructura agraria por medio de la restitución de la propiedad y establecer las formas de organización de la producción. A la restitución se agrega un sistema de dotación individual de la tierra una vez ejecutada las restituciones se procedería a la expropiación total de la tierra que excediera los limites establecidos de la pequeña propiedad que eran menores que en el articulo 27 de constitución de 1917.

b)La expropiación se limitaba a un tercio de la propiedad de los terratenientes. Se establece la indemnización para los propietarios afectados y la confiscación de bienes a los enemigos de la revolución.

c)Los terratenientes, científicos o jefes que se opusieran a las disposiciones estarían sujetos a la posibilidad de expropiación total.

e) Y por último, a los pueblos, lo que en justicia merecen, en cuanto a tierras, montes y aguas; exigencias que afirmó eran el origen de la presente contrarrevolución.

Como se ve el Plan de Ayala aún era moderado, estipulaba indemnizaciones y se limitaba a expropiar un tercio de la propiedad, le daba su lugar a la hacienda, pero también insistían en que se les reconociese su lugar, algunos lo han calificado de defensivo, retrospectivo y nostálgico, un verdadero movimiento comunal.

Para los zapatistas significaba muy poco los límites estatales, como los revolucionarios de Puebla, Tlaxcala, Hidalgo y de las tierras altas de Veracruz, incursionaban las veces necesarias en estados vecinos, aunque estos algunas veces colaboraban y otras discutian queriendo llegar a un acuerdo, los zapatistas tenían bien claro lo que querían y no querían ser.

Los rebeldes como Zapata, buscaban reformas específicas y rápidas, aunque modestas, por ejemplo:

a)Confirmación de los derechos de los pueblos sobre tierras específicas.

b)Protección en contra de la expansión de los terratenientes.

c)Y un grado de autonomía política.

Es evidente que cuando era permitida en los pueblos libres, se daba una democracia informal, la cual aseguraba la elección de funcionarios de manera libre, seria y respetuosa, esta forma de democracia estaba en el corazón del zapatismo. Sin embargo nada garantizaba que los pobladores quisieran cambiar la antigua forma por la nueva y aceptar procedimientos y autoridades formales, legales y racionales que sustituyeran los modos tradicionales más añejos. A sus ojos las boletas, los partidos y los discursos electorales de la nueva política parecían incursiones urbanas ajenas que amenazaban una forma de vida.

Los zapatistas no estaban preparados para sacrificar sus objetivos inmediatos y locales en favor de un gran proyecto nacional abstracto: la construcción de un régimen constitucional que ubicara a México a la par de las naciones democráticas y progresistas de Europa y Norteamérica.

Conforme se extendió el zapatismo, el gobierno optó por aplicar medidas más severas como ordenar en caso de acoso por alguno de los dirigentes del zapatismo, la destrucción total a fuego y metralla de refugios donde estos se encontraban, y no solo eso, si no que también eran cesados los presidentes municipales de dudosa lealtad; fusilados los sospechosos sin juicio previo, capturaban rehenes entre las familias de rebeldes prominentes (incluso de Zapata) y apresaron a campesinos en campos de concentración.

Al concentrar así a la población civil, los federales pudieron patrullar al campo y abrir fuego a voluntad, incluso Madero ordeno este exterminio.

Finalmente sólo la traición de Guajardo logró que en abril de 1919, y después de mantener viva la llama de la revolución agraria por casi una década en el sur del país, Zapata cayera asesinado en Chinameca, Morelos.

PLAN DE AYALA

Documento tomado de Emiliano Zapata y el agrarismo en México. Gral. Gildardo Magana. México, 1911. Editorial Ruta. Tomo II. Fuente. Manuel González Ramirez. pp. 83-87.

PLAN LIBERTADOR de los hijos del Estado de Morelos, afiliados al Ejército Insurgente que defiende el cumplimiento del Plan de San Luis Potosí, con las reformas que ha creído conveniente aumentar en benefi­cio de la Patria Mexicana.

Los que suscribimos, constituidos en Junta Revolucionaria, para sostener y llevar a cabo las promesas que hizo la Revolución de 20 de noviembre de 1910 próximo pasado, declaramos solemnemente ante la faz del mundo civilizado que nos juzga y ante la Nación a que pertenecemos y amamos, los principios que hemos formulado para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria de las dictaduras que se nos imponen, las cuales quedan determinadas en el siguiente Plan:

Teniendo en consideración que el pueblo mexicano acaudillado por don Francisco 1. Madero fué a derramar su sangre para reconquis­tar sus libertades y reivindicar sus derechos conculcados y no para que un hombre se adueñara del poder violando los sagrados principios que juró defender bajo el lema de "Sufragio Efectivo, No Reelección", ultrajando la fe, la. causa, la justicia y las libertades del pueblo; teniendo en consideración que ese hombre a que nos referimos es don Francisco 1. Madero, el mismo que inició la precitada Revolución, el cual impuso por norma su voluntad e influencia al Gobierno Provisional del ex Pre­sidente de la República, licenciado don Francisco L. de la Barra, por haberlo aclamado el pueblo su Libertador, causando con este hecho rei­terados derramamientos de sangre y multiplicadas desgracias a la Patria de una manera solapada y ridícula, no teniendo otras miras que el satis­facer sus ambiciones personales, sus desmedidos instintos de tirano y su profundo desacato al cumplimiento de las leyes preexistentes, emanadas del inmortal Código de 57, escrito con la sangre de los revolucionarios de Ayutla; teniendo en consideración que el llamado jefe de la Revolución Libertadora de México, don Francisco 1. Madero, no llevó a feliz tér­mino la Revolución que tan gloriosamente inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en pie la mayoría de poderes gubernativos elementos corrompidos de opresión del gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, que no son ni pueden ser en manera alguna la legítima representación de la Soberanía Nacional, y que por ser acérrimos adversarios nuestros y de los principios que hasta hoy defendemos está provocan­do el malestar del país y abriendo nuevas heridas al seno de la Patria para darle a beber su propia sangre; teniendo en consideración e1 supradicho señor Francisco 1. Madero, actual Presidente de la República, tras de eludir el cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación en el Plan de San Luis Potosí, ciñendo las precitadas promesas a los convenios de Ciudad Juárez, ya nulificando, encarcelando, persiguie­ndo o matando a los elementos revolucionarios que le ayudaron a que ocupara el alto puesto de Presidente de la República por medio de sus falsas promesas y numerosas intrigas a la Nación; teniendo en con­sideración que el tantas veces repetido don Francisco 1. Madero ha tratado ­de acallar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la Revolución, llamándoles bandidos y rebeldes, condenandolos a una guerra de exterminio, sin concederles ni otorgarles ninguna de las garantías que prescriben la razón, la justicia y la ley.

Teniendo en consideración que el Presidente de la República señor don Francisco I. Madero ha hecho del Sufragio Efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo en la Vicepresidencia de la República al licenciado José María Pino Suárez a los Gobernadores de los Estados designados por él, como el llamado general Ambrosio Figueroa, verdugo y tirano del pueblo de Morelos, ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico, hacendados feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución proclamada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y de seguir el molde de una nueva dictadura más oprobiosa y más terrible que la de Porfirio Díaz; pues ha sido claro y patente que ha ultrajado la soberanía d­e los Estados, conculcando las leyes sin ningún respeto a vidas e intereses, como ha sucedido en el Estado de Morelos y otros, conduciendonos a la más horrorosa anarquía que registra la historia contemporánea; por estas consideraciones declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolución de que fué autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la fe del pueblo y pudo haber escalado el poder, incapaz para gobernar por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos y traidor a la Patria por estar humillando a sangre y fuego a los mexicanos que desean sus libertades, por complacer a los científicos, hacendados y ca­ciques que nos esclavizan, y desde hoy comenzaremos a continuar la revolución principiada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.

2º Se desconoce como Jefe de la Revolución al C. Francisco I. Madero y como Presidente de la República, por las razones que antes se expresan, procurando el derrocamiento de este funcionario.

3º Se reconoce como Jefe de la Revolución Libertadora al ilustre general Pascual Orozco, segundo del caudillo don Francisco I. Madero, y en caso de que no acepte este delicado puesto, se reconocerá como Jefe de la Revolución al C. general Emiliano Zapata.

La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la Nación bajo formal protesta:

Que hace suyo el Plan de San Luis Potosí con las adiciones que a continuación se expresan en beneficio de los pueblos oprimidos y se hará defensora de los principios que defiende hasta vencer o morir.

La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos no admitirá tran­sacciones ni componendas políticas hasta no conseguir el derrocamiento de los elementos dictatoriales de Porfirio Díaz y don Francisco I. Ma­dero, pues la Nación está cansada de hombres falaces y traidores que hacen promesas como libertadores pero que, al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.

6º Como parte adicional del Plan que invocamos, hacemos cons­tar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacenda­dos, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes a estas propieda­des, de las cuales han sido despojados por la mala fe de nuestros opreso­res, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellos lo de­ducirán ante tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.

En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudada­nos mexicanos no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopo­lizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para ~do la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.

8º Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al presente Plan se nacionalizarán sus bienes, y las dos terceras partes que a ellos les correspondan se destinarán para indemniz­aciones de guerra, pensiones para las viudas y huérfanos de las víctimas ue sucumban en la lucha por este Plan.

9º Para ajustar los procedimientos respecto a los bienes antes menc­ionados, se aplicarán leyes de desamortización y nacionalización según convenga, pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez a los bienes eclesiásticos, que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y del retroceso.

10º Los jefes militares insurgentes de la República que se levantar­on con las armas en la mano, a la voz de don Francisco I. Madero, para defender el Plan de San Luis Potosí, y que ahora se opongan con fuerza armada al presente Plan, se juzgarán traidores a la causa que defendieron y a la Patria, puesto que en la actualidad muchos de ellos, por com­placer a los tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o so­borno, están derramando la sangre de sus hermanos que reclaman el cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación don Francisco I. Madero.

11º Los gastos de guerra serán tomados conforme a lo que prescribe el articulo XI del Plan de San Luis Potosí, y todos los procedi­mientos empleados en la Revolución que emprendemos serán conforme las instrucciones mismas que determine el mencionado Plan.

12º Una vez triunfante la Revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios de los distintos Estados nombrará o designará un Presidente Interino de la República, quien convocará a elecciones para la nueva formación del Congreso de la Unión y éste, a su vez, convocará a elecciones para la organización de los demás poderes federales.

13º Los principales jefes revolucionarios de cada Estado, en junta, designarán al Gobernador Provisional del Estado a que correspondan y este elevado funcionario convocará a elecciones para la debida organización de los poderes públicos, con el objeto de evitar consignas for­zadas que labran la desdicha de los pueblos como la tan conocida con­signa de Ambrosio Figueroa, en el Estado de Morelos, y otros que nos conducen a conflictos sangrientos sostenidos por el capricho del dic­tador Madero y el círculo de científicos y hacendados que lo han sugestionado.

14º Si el Presidente Madero y demás elementos dictatoriales del antiguo régimen desean evitar las inmensas desgracias que afligen a la Patria, que hagan inmediata renuncia de los puestos que ocupan, y con eso en algo restañarán las grandes heridas que han abierto al seno de la Patria; pues, de no hacerlo así, sobre sus cabezas caerá la sangre derra­mada de nuestros hermanos.

15º Mexicanos: considerad que la astucia y la mala fe de un hom­bre está derramando sangre de una manera escandalosa por ser incapaz para gobernar, considerad que su sistema de gobierno está agarrotando a la Patria y hollando con la fuerza bruta de las bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al poder, ahora las volveremos contra él por haber faltado a sus compro­misos con el pueblo mexicano y haber traicionado a la Revolución iniciada por él; no somos personalistas, somos partidarios de los princi­pios y no de los hombres.

Pueblo mexicano: apoyad con las armas en la mano este Plan y ha­réis la prosperidad y bienestar de la Patria.

Justicia y Ley.

Ayala, Nov. 28-1911.

General Emiliano Zapata. General Otilio E. Montaño. General José Trinidad Ruiz. General Eufemio Zapata. General Jesús Morales. General Próculo Capistrán. General Francisco Mendoza.

Coroneles: Amador Salazar. Agustín Cázares. Rafael Sánchez. Cris­tóbal Domínguez. Fermín Omaña. Pedro Salazar. Emigdio L. Mar­molejo. Pioquinto Galis. Manuel Vergara. Santiago Aguilar. Clotilde Sosa. Júlio Tapia. Felipe Vaquero. Jesús Sánchez. José Ortega. Gonzalo Aldape. Alfonso Morales.

Capitanes: Manuel Hernández. Feliciano Domínguez. José Pineda. Ambrosio López. Apolinar Adorno. Por firio Cázares. Antonio Gutié­rrez. Odilón Neri. Arturo Pérez. Agustín Ortiz. Pedro Valbuena Huertero. Catarino Vergara. Margarito Camacho. Serafín Rivera. Teó­filo Galindo. Felipe Torres. Simón Guevara. Avelino Cortés. José María Carrillo. Jesús Escamilla. Florentino Osorio. Camerino Mencha­ca. Juan Esteves. Francisco Mercado. Sotero Guzmán. Melesio Rodriguéz

La revolución mexicana frente a los Estados Unidos.

Plantel Azcapotzalco. Prof. Román Arturo Sánchez Morales.

Es importante, para la mejor comprensión de este período ubicar la presencia de los Estados Unidos en el proceso revolucionario.

Normalmente se estudia la revolución mexicana poniendo énfasis en lo que indudablemente es el elemento fundamental, las contradicciones internas que llevaron al campesinado a su participación revolucionaria, pero en mi opinión es fundamental que el alumno aprenda a analizar todo los factores que influyeron en la lucha armada. Si bien es innegable que las contradicciones internas del gobierno de Díaz con el campesinado son las causas más claras del proceso, no podemos ignorar el importante papel que los Estados Unidos jugaron.

Es por ello que propongo el estudio de la intervención norteamericana a lo largo de todo el proceso como uno de los factores importantes que influyeron en el derrotero de nuestra revolución; y no reducirlo a algún punto aislado como los tratados de Bucareli, el pacto de la Embajada o a algún otro pequeño subtema.

La anterior propuesta de estudio de la intervención norteamericana, parte del supuesto fundamental de que este abordaje se facilita si revisamos los procesos a la luz de los fenómenos mundiales podremos comprenderlos en su justa dimensión; es difícil hacer la revisión de los procesos como parte de una totalidad, sin embargo, es de esta manera como podemos realizar estudios históricos que nos permitan acercar los alumnos a la problemática de la historia.

Esto nos llevará a revisar el siguiente aspecto fundamental; la mayoría de los historiadores y docentes pone énfasis en la causa agraria como motor del proceso revolucionario, pero tal parece que esto nos lleva erróneamente a deducir causa-efecto, o a pretender explicar los procesos históricos como resultado de una sola causa, lo que desde mi perspectiva teórica resulta una falsedad, ya que todo proceso es resultado de múltiples determinaciones, y si bien no me atrevería a negar la importancia fundamental del problema agrario, tampoco podría afirmar que es la única contradicción manifiesta en el proceso, y en algunos momentos, no es la fundamental.

1.- Las entrevistas Díaz-Taft y Díaz-Creelman.

Estos son algunos de los problemas que provocaron que las relaciones del gobierno de Díaz con su vecino del norte se fueran deteriorando en la primera década del siglo, y que culminaran con su caída del poder en 1911, un papel importante lo jugo el hecho de que no pudo contar con el apoyo de su aliado del norte, aunque realizó diversos intentos para lograr un acercamiento, uno de ellos la entrevista con Taft en la que buscaba su fortalecimiento. Para acudir, Díaz informa al Congreso de la invitación que le hizo Taft para celebrar una entrevista en la frontera mexicana, misma que se realizó del 16 al 18 de octubre de 1909, don Porfirio manifiesta que es la primera vez que un presidente de Estados Unidos visita México.

La entrevista se realizó en medio de gran publicidad, aunque fue negativa porque durante la misma, se negó el Presidente mexicano a prorrogar el permiso para que la flota norteamericana siguiera ocupando la Bahía Magdalena; por las negociaciones de la presa del Río Colorado, las activas gestiones del régimen para la devolución del Chamizal, la protección que México dio al presidente Zelaya de Nicaragua.

Aunque el asunto principal que trataron ambos presidentes fue sobre la neutralidad que los Estados Unidos deberían guardar respecto a los enemigos de Díaz refugiados en los Estados Unidos. Lo que fue reconocido públicamente por Taft en una carta en la que afirma que "la única petición que usted me hizo, y antes de la movilización, fue que se incitara a los varios organismos del gobierno y al gobernador de Texas a mantener las leyes de neutralidad, violadas, en opinión de usted, por las expediciones que se organizaban en Texas contra el gobierno mexicano de entonces."

No será la única vez que el gobierno mexicano le manifieste a Estados Unidos la solicitud de que vigile y persiga a los emigrados políticos, lo que patentiza la dependencia del gobierno mexicano al norteamericano. La petición se repetirá constantemente, por ejemplo, cuando Creel solicita "que el gobierno de Estados Unidos intervenga con toda energía para impedir en su territorio cualquier reunión hostil a México, toda 'acaparación' de armas y municiones, cualquier acto, en suma, que viole las leyes de neutralidad, garantía con que cuentan las naciones amigas de Estados Unidos."

Entre algunos historiadores existen controversias sobre el punto, algunos consideran que el gobierno de los Estados Unidos estaba deseoso de apoyar a Díaz pero no podían violar la Constitución de los Estados Unidos, sin embargo si tomamos en cuenta los conflictos que Díaz ha enfrentado con el vecino país es posible creer que había un descontento con el Gobierno de Díaz lo que explica que las peticiones de aplicar las leyes de neutralidad, como el memorándum de fecha 11 de enero de 1911 enviado por De la Barra en donde "llamaba la atención del Departamento de Estado, acerca de que en El Paso Texas, se hallaban concentradas importantes grupos revolucionarios armados," eran respondidas cada vez de manera más insolente, el gobierno de Estados Unidos decía Knox titular del Departamento de Estado no podía aceptar el cargo de que los revolucionarios infringían despreocupadamente las leyes de neutralidad; antes bien, estaba dispuesto a proceder contra ellos si se presentaban las pruebas necesarias.

Quedó claro en la entrevista que el periodista norteamericano Creelman le hizo a Porfirio Díaz que, por un lado, le resultaba más importante a Díaz la opinión de los norteamericanos, y que se encontraba dispuesto a abandonar el poder ante un país que ya estaba maduro para ejercer la democracia.

Es importante recordar que la importancia de le entrevista radica en el hecho de que los dos principales movimiento organizados contra la dictadura de Díaz parten prácticamente de momentos posteriores a la realización de la misma. Me refiero a la lucha del PL.M. (Magonismo) y del Maderismo.

2. Madero y el P.L.M. frente a los Estados Unidos.

Es significativo que frente a dos enemigos del régimen de Díaz, la actitud norteamericana fuera totalmente distinta, mientras que el movimiento magonista fue duramente perseguido en los Estados Unidos, fue clara la actitud de condescendencia ante los maderistas.

Buscando en los antecedentes del magonismo podríamos encontrar alguna explicación, recordemos que una de las principales huelgas de las postrimerías del porfiriato se realiza en una de las principales actividades de los norteamericanos, la minería, en 1906, el PL.M. se ve envuelto en una importantísima huelga en Cananea, propiedad de William C. Greene, que empleaba a 5,360 mexicanos y 2,200 extranjeros, pero mientras que a los mexicanos les pagaba sólo tres pesos de plata, a los extranjeros les pagaba el doble. Esta es una de las causas que va a originar una huelga rota finalmente con el apoyo de Díaz y con la invasión directa de Rangers traídos de Texas por el propio gobernador de Sonora, Izábal, aquí se podría ya notar que este movimiento no era nada agradable a los ojos de los empresarios norteamericanos.

El otro acontecimiento importante que podríamos ubicar es el levantamiento magonista de 1908, que tenía por objeto derrumbar el poder porfirista y que se prolonga hasta 1911, y que tuvo como uno de su principales episodios las tomas de Tijuana y Mexicali en Baja California. Aquí será arrinconado y eliminado gradualmente el magomsmo por un movimiento de pinzas que realizan por un lado Porfirio Díaz y por el otro los empresarios norteamericanos como Otis, que acusan al P.L.M. de ser un movimiento filibustero para aislarlo de la opinión pública.

Un caso muy diferente será la actitud que los empresarios asumen, cuando menos en su primera etapa, con Madero a quien consideran "un pararrayos que conjura las revoluciones en los campos y las calles." Era sabido que los preparativos para entrar a México con armas se realizaban en San Antonio, Texas, desde ahí, Madero, Carranza, Abraham González, Aquiles Serdán y otros se preparaban para incendiar la mecha revolucionario, sin embargo a pesar de las presiones porfiristas, los maderistas no fueron molestados, se ha llegado a sostener que incluso los intereses petroleros estaban detrás de Madero financiando la revolución, esto es algo que no ha podido comprobarse, lo cierto es que las compañías norteamericanas estaban cansadas de la política de equilibrio seguida por Díaz que frente a los norteamericanos había apoyado a los petroleros ingleses.

3. El pacto de la embajada. Lane Wilson y la decena trágica.

Tan pronto llegó Madero a la presidencia se hicieron notarlas contradicciones entre su gobierno y algunos intereses norteamericanos, quedaba claro que no permitirían que los destinos de México se dirigieran por los mexicanos, parece que la sola decisión de cobrar impuestos al petróleo provoco la indignación del embajador norteamericano H. Lane Wilson, quien de inmediato empezó a presionar a Madero enviando además noticias alarmantes a Washington, lo que provocó que Taff movilizara tropas en la frontera para proteger los intereses norteamericanos, hay quien ha sostenido que fue sólo la actitud del embajador la que le provoco tantos problemas a Madero y que el sólo hecho de que no le haya regalado una partida de gastos de representación lo orilló a enfrentarse a Madero, lo dudo, más bien creo que toda la actitud seguida por el embajador norteamericano contaba con el pleno acuerdo del presidente Taft, y que eran medidas tendientes a arrinconar al gobierno de Madero, lo que al parecer no lograron, decidiendo destituirlo.

Actualmente no hay ninguna duda en la responsabilidad del embajador norteamericano en las presiones ilegales que lo llevaron a obligar a los embajadores acreditados en México y a algunos diputados y Senadores mexicanos, a pedirle la renuncia a Madero bajo la amenaza de la invasión norteamericana, cuando esto falló, Wilson acordó con Félix Díaz y Huerta el golpe de estado, en la propia embajada norteamericana, llevando a Huerta de manera provisional a la presidencia.

4. Huerta. Sus relaciones con Estados Unidos.

Con el apoyo de Lane Wilson, Huerta obtiene de manera muy rápida el reconocimiento de algunos países como Inglaterra, sin embargo, el reconocimiento de los Estados Unidos que creía tener tan seguro pronto se le escapa de las manos, el cambio de Presidente en el país vecino, sólo unos días después del asesinato de Madero, cambia el panorama, W. Wilson decide postergar el reconocimiento hasta que no se aclare la situación en México.

El embajador Lane Wilson buscó por todos los medios limpiarle el panorama a Huerta, por un lado le ordena al cónsul en Saltillo, Mr. Holland que se entreviste con Carranza con el fin de hacerlo desistir de su levantamiento contra Huerta y por otro lado presiona a su gobierno para que reconozcan a Huerta "Su obediente servidor". Nada de ello le resulta.

Sólo logra que un grupo de empresarios encabezados por el banquero Speyer, presenten a través del juez de Kansas, un plan al Departamento de Estado, donde se propone el reconocimiento al gobierno de Huerta bajo la condición de que cesen las hostilidades y se convoque en el corto plazo a elecciones.

Muy pronto la situación se le complica a Huerta pues es removido de su cargo Lane Wilson y enviado en su lugar como encargado de los negocios norteamericanos O'Shaughnessy, con lo que se esfuman las posibilidades de que el gobierno de W Wilson lo reconozca, por el contrario, es enviado como representante personal de Wilson John Lind, quien tiene como misión informar sobre la situación en México. Se entrevista con Huerta a quien le comunica que debe abandonar la presidencia, no queda claro si esto orillo a Huerta a estrechar relaciones con Inglaterra o si más bien lo estrecho de sus relaciones con Inglaterra le valió esta actitud norteamericana, lo cierto es que la propuesta de Lind ante la negativa de Huerta es obligarlo a abandonar la Presidencia por todos los medios a su alcance, sobre todo por el hecho de que Huerta había disuelto el Congreso.

5. El Constitucionalismo y sus problemas con el imperialismo norteamericano.

5.1.- La ocupación de Veracruz.

De febrero a diciembre de 1913, Huerta pareció tener alguna oportunidad, pero en 1914 era claro que W Wilson buscaría la caída de Huerta. El primer paso fue aislarlo presionando en primer lugar a Inglaterra que no estaba dispuesta a tener un conflicto con Estados Unidos, sobre todo ante la cercanía de la Guerra, otro movimiento fué permitir el paso de armas a los constitucionalistas reconociéndoles en los hechos su estatus de beligerantes y por último aprovecho un pretexto en Tampico para invadir Veracruz -abril de 1914- declarando que era una acción que emprendía exclusivamente contra Huerta, acto que fue rechazado por el gobierno constitucionalista quien solicito de inmediato qué se retirara el ejercito norteamericano de Veracruz.

5.2.- La intervención del ABC.

Huerta está dispuesto a aprovechar este incidente para obligar a los Constitucionalistas a deponer las armas sin embargo no lo logra, mientras que los Estados Unidos realizan otro intento para lograr la salida de Huerta, le solicitan a tres paises sudamericanos, Argentina Brasil y Chile que medien en el conflicto originado a raíz de la ocupación de Veracruz. Ante la invitación del ABC, Carranza acepta en principio las negociaciones en un lugar neutral, Canadá, pero las Conferencias de Niágara Falls fracasan porque los Estados Unidos pretenden imponer que se negocien asuntos internos a lo que Carrranza se opone pues lo considera un asunto exclusivo de los mexicanos, lo que no sucede con los Huertistas que si envían representantes y negocian con Estados Unidos y los mediadores. Las conferencias no tuvieron el efecto deseado por los Estados Unidos, sin embargo si permitieron amortiguar los problemas generados por la ocupación de Veracruz.

Realmente para Carranza no era conveniente negociar con Huerta la transmisión del poder pues sólo trece meses después de las conferencias este se ve obligado a renunciar -15,VII,1915-.

Desde 1914 era —para los norteamericanos— un verdadero problema resolver a favor de cuál de las facciones habría de inclinarse, Carranza no les acababa de gustar es por ello que mantuvieron representantes ante todos los grupos revolucionarios, pero principalmente frente a Villa y Carranza. Será el 19 de octubre de 1915, cuando el gobierno norteamericano se decida a reconocer al gobierno de Carranza como gobierno de facto después de haber fracasado en una segunda intervención del ABC impulsada por el nuevo secretario de Estado Norteamericano Lansing en agosto de 1915, sin embargo se reservaran durante algún tiempo el reconocimiento "de jure" a su gobierno, con la intención de resolver lo que los norteamericanos consideraban asuntos pendientes y que se agravaron con los acuerdos del Constituyente de Querétaro que afectaban directamente sus intereses.

5.3.- Los intereses norteamericanos y el articulo 27.

Teniendo en cuenta los grandes intereses norteamericanos en México es fácilmente comprensible su actitud ante el articulo 27. Reunido el Congreso Constituyente de Querétaro, recibió el proyecto de articulo 27 de Carranza, estipulando que la propiedad privada no podía ocuparse para uso público sin previa indemnización. La reforma del Primer Jefe consistía en que la declaración de utilidad pública debía ser hecha por la autoridad administrativa correspondiente y que el justo valor de lo expropiado fuera fijado por la autoridad judicial.

Naturalmente que el constituyente se mostró insatisfecho ante el proyecto, ya que no se podía olvidar que la tierra había sido el principal problema que desencadeno la revolución; la errónea política porfirista en el campo que llevó al despojo de los Yaquis, y la proliferación de los latifundios, fueron unos de los elementos que generó el descontento en el campo y que constituyó una de las principales banderas del Partido Liberal Mexicano. La revolución fue un movimiento fundamentalmente agrarista, no podía ni debía el constituyente olvidar los postulados de Zapata entre otros.

La Constitución de 1917 pretendió reunir los principales logros de la revolución, aún en contra de Carranza, quien contemplaba sólo pequeños cambios. Adictos al Primer Jefe, como Pastor Rouaix, reconocían este hecho; se decidió por lo tanto formar una nueva comisión que elaborara un nuevo anteproyecto del artículo 27. La comisión fue encabezada por Andrés Molina Enríquez profundo conocedor de los problemas del campo, presentando en un lapso de 10 días, en enero de 1917, un articulo que contiene algunos puntos desordenados pero de suma importancia. Se sentaron las bases de que, en materia de minerales y aguas, corresponde a la nación el derecho inalienable e indestructible de su dominio. En cuanto a las propiedades de los extranjeros, fue el General Jara el encargado de argumentar su restricción, trasladando algunos principios del artículo 33 al 27. "El Estado podrá conceder el mismo derecho a los extranjeros cuando manifiesten ante la Secretaria de Relaciones que renuncian a la calidad de tales y a la protección de sus gobiernos en todo lo que a dichos bienes se refiera, quedando enteramente sujetos respecto a ellos, a las leyes y autoridades de la nación.."

Lo que vale decir que el artículo 27 además de establecer las bases para la integridad del patrimonio nacional, se orienta fuertemente hacia un nacionalismo que es esencia de la revolución. El aspecto defensivo se redondea prohibiendo absolutamente a los extranjeros adquirir el dominio directo de tierras o aguas en una faja de 100 kilómetros a lo largo de las fronteras y de 50 en las playas. Es claro que este problema existía y todavía durante el gobierno de Adolfo de la Huerta, en 1920, informa que se ha levantado la estadística para detectar el cumplimiento del artículo 27. El resultado fue que las propiedades alcanzan aproximadamente una superficie de 22.000,000 de hectáreas, el 11% del territorio nacional se hallaba en poder de individuos y empresas extranjeras.

La aplicación del artículo 27 implicaba dos problemas, de tipo técnico en cuanto al monto de las indemnizaciones, y de tipo político dado que se afectaban intereses de la burguesía y pequeña burguesía nacional, pero sobre todo al sector extranjero, a las compañías petroleras que veían tambalearse sus propiedades y su riqueza.

Si bien el reconocimiento de facto al gobierno carrancista le ayudo a derrotar a Villa, pues trajo aparejado el embargo de compras de armas a los villistas y el paso por territorio norteamericano a los carrancista, lejos estaba todavía el carrancismo de resolver todos sus problemas con los vecinos del norte, dos problemas vinieron a ensombrecer el panorama.

5.4.- Villa en Columbus y la expedición punitiva.

Uno de estos problemas fue generado por Pancho Villa quien consideró que el reconocimiento a Carranza no había sido gratuito tal parece que esto lo orillo a internarse en Columbus y atacar, invitando a los mexicanos a organizarse para resistir el ataque norteamericano, este no se hizo esperar —15 de marzo de1916— pero fue orientado exclusivamente sobre Villa, Carranza se niega a que la expedición punitiva comandada por Pershing permanezca en el país y le solicita al gobierno de Estados Unidos que lo retire, después de algunas escaramuzas, lo que harán sin haber cubierto su objetivo el dos de enero de 1917. Era evidente que los problemas derivados de la Primera Guerra mundial no le permitía sostener una invasión que sólo les generaba impopularidad.

5.5.- El Telegrama zimmerman.

Finalmente el otro problema serio para Carranza se derivó del llamado Telegrama Zimmerman que provocó gran revuelo entre enero y marzo de 1917, el contenido invitaba a Carranza a declararle la guerra a Estados Unidos junto con Japón para recuperar los territorios perdidos en la guerra de 1845, los espías alemanes informaron que Carranza rechazó la propuesta,que llegó en el momento en que los conflictos de México con Estados Unidos habían disminuido, aunque Carranza tuvo que resistir las presiones norteamericanas que lo acusaban de progermánico por el hecho de que México permaneciera neutral ante la guerra.

6.- El Nuevo Estado Mexicano. 1920-1924.

El año de 1920 marca el fin de la lucha armada, con la caída de Carranza como resultado del Plan de Agua Prieta, vemos el último golpe de estado que a triunfado en nuestro país. Se inicia el proceso de consolidación del Estado moderno.

Obregón inicia la obra que concluirá Calles, el fin de los caudillos y el inicio de la institucionalización de la revolución, el poder del ejercito será poco a poco desplazado.

El grupo de Sonora encabezado por Obregón representa claramente los "intereses de los rancheros y agricultores capitalistas del norte de México. "Por lo tanto se le presenta el problema de las constantes presiones que realizarán obreros y campesinos, las medidas adoptadas por el grupo de Sonora, en el caso de estos dos grupos será la organización desde arriba para manipularlos, y para poder controlarlos; este es el papel de la CROM y del PNA.

No sólo tienen problemas con obreros y campesinos, todavía existe en el ejercito un grupo de militares que se siente con derecho a gobernar, De la Huerta, Cedillo, Serrano, serán eliminados paulatinamente por el nuevo Estado junto con otros militares, estableciendo otros mecanismo de ascenso al poder, con la fundación del PNR en 1929, después de la muerte de Obregón.

El general Obregón tiene otro problema, que aquí estudiaremos, la falta de reconocimiento a su gobierno por parte del gobierno de los Estados Unidos, quienes declaran que había llegado de manera inconstitucional, y que el reconocimiento a Carranza no se podía mantener bajo las nuevas circunstancias, suspendiendose por tanto, las relaciones entre el gobierno de los Estados Unidos y México, conducta que imitaron otros países latinoamericanos y europeos.

Naturalmente que el gobierno de los Estados Unidos no le importaba que en México se respetara o no la Constitución, pero está decidido a aprovechar la oportunidad de replantear todas sus quejas a México y negociar su reconocimiento.

La Constitución de 1917 no es de su entera satisfacción y lanzan ataques contra ella, sobre todo los artículos, 3, 27, 33 y 130, los que consideraban perjudiciales, sobre todo el 27. Fundamentalmente eran tres la quejas:

1.- Gravar los impuesto y los terrenos.

2.- Las limitaciones que se ponían a los extranjeros para adquirir concesiones en las tierras federales.

3.- Las limitaciones que sobre el producto del subsuelo imponía el artículo 27 de la Constitución; y en general por el carácter retroactivo de dicha legislación.

En esta lucha los norteamericanos se unieron a los ingleses con los que compartían los negocios petroleros, prósperos negocios que mantenían a México en 1921 en el segundo lugar de extracción mundial. Los dos países controlaban el total de la producción petrolera en México, por un lado las compañias norteamericanas Standar Oil Company of New Jersey y el grupo Sinclair y por el otro; la Mexican Eagle Oil Company que formaba parte de la compañía inglesa Royal Dutch Shell.

En 1921 se reanuda la ofensiva de los petroleros norteamericanos con la llegada a la presidencia de los Estados Unidos de Warren G. Harding, quien se destacó por someterse a las ordenes de los grandes monopolios. Adolfo de la Huerta, un año antes, como Presidente Interino, había previsto la situación. "Es de pública notoriedad que existe una agrupación de petroleros que forman un verdadero bloque para oponer toda clase de obstáculos a la legislación petrolera vigente, derivada de nuestra carta fundamental. Esta agrupación, en los primeros días del establecimiento del gobierno actual, pretendió, sin éxito, que se derogaran en su provecho, los decretos que juzgan perjudiciales a sus intereses."

PLAN DE GUADALUPE

Documento tomado de: Revolución y Reforma. Ma­nuel Aguirre Berlanga. México, 1918. Fuente: Manuel Gon­zález Ramírez. pp. 35 y 40. Del Apéndice.

MANIFIESTO A LA NACIÓN

Considerando que el general Victoriano Huerta, a quien el Presidente Constitucional don Francisco I. Madero había confiado la defensa de las instituciones y legalidad de su Gobierno, al unirse a los enemigos rebelados en contra de ese mismo 9obierno, para restaurar la última dictadura, cometió el delito de traición para escalar el poder, aprehen­diendo a los C. C. Presidente y Vicepresidente, así como a sus Minis­tros, exigiéndoles por medios violentos las renuncias de sus puestos, lo cual está comprobado por los mensajes que el mismo general Huerta dirigió a los Gobernadores de los Estados comunicándoles tener presos a los Supremos Magistrados de, la Nación y su Gabinete. Considerando que los Poderes Legislativo y Judicial han reconocido y amparado en contra de las leyes y preceptos constitucionales al general Victoriano Huerta y sus ilegales y antipatrióticos procedimientos, y considerando, por último, que algunos Gobiernos de los Estados de la Unión han re­conocido al Gobierno ilegitimo impuesto por la parte del Ejército que consumó la traición, mandado por el mismo general Huerta, a pesar de haber violado la soberanía de esos Estados, cuyos Gobernadores debie­ron ser los primeros en desconocerlo, los suscritos, Jefes y Oficiales con mando de fuerzas constitucionalistas, hemos acordado y sostendremos con las armas el siguiente:

PLAN

1º Se desconoce al general Victoriano Huerta como Presidente de la República.

2º Se desconocen también a los Poderes Legislativo y Judicial de la Federación.

3º Se desconocen a los Gobiernos de los Estados que aún reconoz­can a los Poderes Federales que forman la actual Administración, treinta días después de la publicación de este Plan.

4º. Para la organización del Ejército encargado de hacer cumplir nuestros propósitos, nombramos como Primer Jefe del Ejército que se denominará "Constitucionalista" al ciudadano Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila.

5º Al ocupar el Ejército Constitucionalista la ciudad de México se encargará interinamente del Poder Ejecutivo el ciudadano Venustiano Carranza, o quien lo hubiere substituido en el mando.

6º El Presidente Interino de la República convocará a elecciones generales, tan luego como se haya consolidado la paz, entregando el Poder ­al ciudadano que hubiere sido electo.

7º. El ciudadano que funja como Primer Jefe del Ejército Consti­tucionalista en los Estados cuyos Gobiernos hubieren reconocido al de Huerta asumirá el cargo de Gobernador Provisional y convocará a elecciones locales, después que hayan tomado posesión de sus cargos los ciudadanos que hubiesen sido electos para desempeñar los altos Poderes de la Federación, como lo previene la base anterior.

Firmado en la Hacienda de Guadalupe, Coahuila, a los 26 días de marzo de 1913.

Teniente Coronel, Jefe del Estado Mayor, Jacinto B. Treviño; Te­te Coronel del Primer Regimiento, "Libres del Norte", Lucio Blanco; Teniente Coronel del Segundo Regimiento, "Libres del Norte ­Francisco Sánchez Herrera; Teniente Coronel del 38º Regimiento, Agustín Millán; Teniente Coronel del 38º Regimiento, Antonio Portas Teniente Coronel del "Primer Cuerpo Regional", Cesáreo Castro; Mayor, Jefe del Cuerpo de "Carabineros de Coahuila", Cayetano Ramos Cadelo; Mayor, Jefe del Regimiento "Morelos", Alfredo Ricaut; Mayor Medico del Estado Mayor, Doctor Daniel Ríos Zertuche; Mayor Pedro Vázquez; Mayor Juan Castro; etcétera.

PACTO DE TORREÓN

Documento tomado de: Emiliano Zapata y el Agra­rismo en México. General Gildardo Magaña. México. Edi­torial Ruta. 1952. Tomo IV. Fuente: Manuel González Ramirez. Págs. 143-147.

REFORMAS AL PLAN DE GUADALUPE

En la ciudad de Torreón, Estado de Coahuila de Zaragoza, a las diez de la mañana del día cuatro de julio de mil novecientos catorce, a ini­ciativa de los ciudadanos jefes de la División del Norte, se reunieron en la parte alta del edificio del Banco de Coahuila, situado en las calles de Zamora, número cuatrocientos veintitrés, los señores general José Isabel Robles, doctor Miguel Silva, ingeniero Manuel Bonilla y coronel Roque González Garza, los tres primeros, delegados de la División del Norte, y el último, como secretario de estos señores delegados, y los señores generales Antonio 1 Villarreal, Cesáreo Castro y Luis Caba­llero, como representantes de la División del Noreste, siendo Secretario de ellos el señor Ernesto Meade Fierro, con el objeto de zanjar las difi­cultades surgidas entre los jefes de la División del Norte y el ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Revisadas las credenciales extendidas por los ciudadanos generales de las dos mencionadas Divisio­nes, se procedió a elegir desde luego un presidente, habiendo resultado electo el doctor Miguel Silva. Abiertos los debates, y después de haber exhortado el presidente de la asamblea a los señores delegados para que en todas sus resoluciones sólo mirasen por el bien de la Patria, el señor ingeniero don Manuel Bonilla interrogó a los señores representantes de la División del Noreste para que explicaran cuáles eran sus facultades y si venían con la aquiescencia del señor Carranza. El señor general Antonio 1. Villarreal contestó que, según se podía ver por las creden­ciales exhibidas, solamente venían en representación de los ciudadanos jefes de la División del Noreste. Acordóse después que los señores secretarios, durante las discusiones, tuvieran voz informativa. Acto con­tinuo hizo uso de la palabra el señor ingeniero Manuel Bonilla, manifes­tando que la División del Norte no ha desconocido ni desconocerá al C. Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista; que dicha División sólo desea que el jefe supremo ejerza su auto­ridad justificadamente y sin poner obstáculo alguno a las operaciones militares. El ciudadano delegado José Isabel Robles apoyó lo asentado anteriormente por el ingeniero Bonilla, agregando que era conveniente que el ciudadano general Francisco Villa continuara corno jefe de la División del Norte. Como resultado de esta discusión tomáronse los acuerdos siguientes: Primero: La División del Norte reconoce como Pri­mer Jefe del Ejército Constitucionalista al señor don Venustiano Carranza y solemnemente le reitera su adhesión. Segundo: El señor general don Francisco Villa continuará como jefe de la División del Norte. Para ilustrar el criterio de los señores delegados, la secretaría dió lectura a los mensajes y notas cambiadas entre el ciudadano Primer Jefe del Ejér­cito Constitucionalista y los señores generales de la División del Norte. Con esto terminó la sesión, habiéndose señalado las cuatro de la tarde de este mismo día para reanudarla.

Reunidos los señores delegados a la hora antes mencionada, el pre­sidente preguntó a la asamblea si no había inconveniente en poner a discusión este punto: Que a la División del Norte se le suministre todo lo necesario para continuar sin entorpecimiento alguno sus operaciones militares. Después de una amplia discusión, y no habiendo llegado a nin­gún acuerdo, se suspendió la sesión para continuarla al día siguiente.

Reunidos a las diez de la mañana, desde luego continuó discutién­dose la proposición de que se hace mérito. Habiendo tomado parte en la discusión todos los señores delegados, se llegó a este acuerdo, el cual fué aprobado por unanimidad de votos: Las Divisiones del Ejército Constitucionalista recibirán de la Primera Jefatura todos los elementos que necesiten para la pronta y buena marcha de las operaciones militares, dejando a la iniciativa de sus respectivos jefes libertad de acción en el orden administrativo y militar cuando las circunstancias así lo exijan; pero quedando obligados a dar cuenta de sus actos con la debida oportunidad para su ratificación o rectificación por parte de la Primera Je­fatura.

Con esto terminó la sesión de la mañana del día cinco de julio, ha­biéndose convocado para continuarla al día siguiente.

A las diez A. M. se abrió la sesión. Los señores delegados de la Di­visión del Norte, en concreto, hicieron la siguiente proposición: Que el ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista nombre un gabinete responsable, es decir, ministros con plena autoridad, indicados por los gobernadores, para el manejo de los negocios. Los señores delegados de la División del Noreste hicieron varias objeciones a la propo­sición anterior, alegando, entre otras cosas, la libertad constitucional que tiene el Ejecutivo de la República para designar a sus ministros. Por las razones que se expusieron, los señores representantes de la División del Norte modificaron su proposición, presentándola en este sentido:

Las Divisiones del Norte y Noreste se permiten presentar a la con­sideración del ciudadano Primer Jefe la siguiente lista de personas, entre las cuales estima que podrían designarse algunas para integrar la Junta Consultiva de Gobierno: señores Fernando Iglesias Calderón, licenciado Luis Cabrera, general Antonio 1 Villarreal, doctor Miguel Silva, inge­niero Manuel Bonilla, ingeniero Alberto Pani, general Eduardo Hay, ge­neral Ignacio L. Pesqueira, licenciado Miguel Díaz Lombardo, licencia­do José Vasconcelos, licenciado Miguel Alessio Robles y licenciado Federico González Garza. Los señores Villarreal, Bonilla y Silva suplicaron atentamente fueran retirados sus nombres de la lista anterior, haciendo presentes diversos motivos. Los demás señores delegados ex­pusieron que habiendo sido los ciudadanos generales de la División del Norte, y no los interesados mismos, los que habían indicado sus nom­bres, no se podía acceder a su solicitud. Por tal motivo, la lista de can­didatos para integrar el Gabinete del ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista quedó aprobada tal como fué presentada a la consi­deración de la Asamblea.

A continuación se pasó a discutir las siguientes reformas al Plan de Guadalupe, propuestas por los delegados de la División del Norte.

Segunda. Que se reforme el Plan de Guadalupe en sus cláusulas sexta y séptima, como sigue:

Sexta. El Presidente Interino de la República convocará a eleccio­nes generales, tan luego como se haya efectuado el triunfo de la Revo­lución, y entregará el poder al ciudadano que resulte electo.

Séptima. De igual manera, el primer jefe militar de cada Estado donde hubiere sido reconocido el gobierno de Huerta convocará a elec­ciones locales tan luego como triunfe la Revolución,

La misma delegación pidió que se adicione dicho Plan de la ma­nera que sigue:

Octava. Ningún jefe constitucionalista figurará como candidato para Presidente o Vicepresidente de la República, en las elecciones de que trata la cláusula anterior.

Novena. Sin perjuicio de la convocatoria a que refiere el artículo sexto, se reunirá, al triunfo de la Revolución, una Convención donde se formulará el programa que deberá desarrollar el Gobierno que resulte electo.

En esa Convención estarán representados a razón de uno por cada mil hombres.

Al ser discutida la primera cláusula se expusieron por los señores delegados varias consideraciones de orden constitucional, militar y po­lítico, habiéndose llegado al acuerdo que en seguida se expresa:

Al tomar posesión el ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitu­cionalista, conforme al Plan de Guadalupe, del cargo de Presidente In­terino de la República, convocará a una Convención que tendrá por objeto discutir y fijar la fecha en que se verifiquen las elecciones, el programa de gobierno que deberán poner en práctica los funcionarios que resulten electos y los demás asuntos de interés general. La Conven­ción quedará integrada por delegados del Ejército Constitucionalista nombrados en junta de jefes militares, a razón de un delegado por cada mil hombres de tropa. Cada delegado a la Convención acreditará su carácter por medio de una credencial, que será visada por el jefe de la División respectiva.

Levantóse la sesión, citándose para reanudaría a las cuatro de la tarde, hora en que dió principio con la lectura de la proposición que en seguida se cita, presentada por los señores delegados de la División del Norte: “El Conflicto de Sonora debe ser resuelto por el Primer Jefe sin que se viole la soberanía del Estado y respetando la persona del gober­nador constitucional, C. José Maytorena.” Habiéndola discutido de una manera detenida y amplia por todos los señores delegados, fué aprobada por unanimidad de votos, como en seguida se transcribe:

SEXTA. En bien del triunfo de las armas revolucionarias y para cal­mar los ánimos en el Estado de Sonora, se sugiere respetuosamente al ciudadano Primer Jefe que obre de la manera que crea más conveniente para solucionar el conflicto que existe en dicho Estado, sin violar su soberanía ni atacar la persona del gobernador electo constitucionalmente, C. José María Maytorena. Se excitará al patriotismo del señor Maytorena para que se separe del puesto de Gobernador del Estado, si estima que de esa manera puede ponerse fin al conflicto interior, proponiendo una persona prestigiada, imparcial y constitucionalista, para que se encargue del Gobierno de Sonora y dé garantías al pueblo, cuyos sagrados intere­ses están en peligro.” Con esto se dió por terminada la sesión.

Reanudada el martes, siete, a las diez de la mañana, los señores de­legados de la División del Noreste suplicaron a la asamblea que tuviera a bien aprobar esta cláusula, que literalmente dice:

SÉPTIMA. Es facultad exclusiva del ciudadano Primer Jefe el nom­bramiento y remoción de empleados de la Administración Federal en los Estados y Territorios dominados por las fuerzas constitucionalistas, asig­nándoles su jurisdicción y atribuciones.” Como las veces anteriores, el punto se discutió detenida y ampliamente, habiendo sido aprobada en la misma forma en que se presentó. A continuación, los propios señores delegados presentaron otra cláusula, que dice:

Las Divisiones del Norte y Noreste, comprendiendo que la actual es una lucha de los desheredados contra los poderosos, se comprometen a combatir hasta que desaparezca por completo el Ejército ex Federal, substituyéndolo por el Ejército Constitucionalista; a impulsar el régi­men democrático en nuestro país; a castigar y someter al clero católico romano, que ostensiblemente se alió a Huerta, y a emancipar economí­camente al proletariado, haciendo una distribución equitativa de las tie­rras y procurando el bienestar de los obreros.” Puesta a discusión, los señores delegados de la División del Norte la aceptaron en principio, y con las adiciones y correcciones consiguientes, fué aprobada de esta manera.

OCTAVA. Siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos, y comprendiendo que las causas de las desgracias que afhgen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las Divisiones del Norte y del Noreste se com­prometen solemnemente a combatir hasta que desaparezca por completo el Ejército ex Federal, el que será substituido por el Ejército Constitu­cionalista; a implantar en nuestra nación el régimen democrático; a pro­curar el bienestar de los obreros; a emancipar económicamente a los campesinos, haciendo una distribución equitativa de las tierras o por otros medios que tiendan a la RESOLUCIÓN DEL PROBLEMA AGRARIO, y a corregir, castigar y exigir las debidas responsabilidades a los miembros del clero católico romano que material e intelectualmente hayan ayudado al usurpador Victoriano Huerta.

Con lo anterior, los señores delegados de la División del Norte die­ron por terminadas las conferencias, habiendo aprobado por unanimidad de votos las cláusulas que se consignan en la presente acta, la cual se levantó por cuadruplicado y firmaron de conformidad en unión de los señores secretarios.

Constitución y Reformas. Torreón, Coahuila, julio S de 1914.

Antonio 1. Villarreal. Miguel Silva. Manuel Bonilla. Cesáreo Cas­tro. Luis Caballero. José isabel Robles. E. Meade Fierro. R. González Garza.

PACTO DE XOCHIMILCO

[Versión taquigráfica de la entrevista preliminar que celebraron los generales Villa y Zapata en Xochimilco, D. F., el 4 de diciembre de 1914, entre 12 y 2 de la tarde.]

Documento tomado del Archivo Particular del General Roque González Garza: Aparece sin clasificacion.

El general Villa en una de las cabeceras de una mesa de comedor. A su derecha, en el siguiente orden, los señores Paulino Martínez, dos señoras, una de ellas pariente del general Zapata, en seguida el niño Ni­colás Zapata, hijo del general don Emiliano, después el señor Alfredo Serratos, le sigue el general Roque González Garza a cuya derecha está el general Amador Salazar y por último el capitán Alberto S. Piña. A la izquierda del general Villa el general Zapata, el general Eufemio de igual apellido, el general Palafox, Secretario del general Emiliano Zapata, se­guidamente el general Banderas, quien se levanta momentos después, siendo ocupado su lugar por el capitán Manuel Aiza.

Al principio hablan los generales Zapata y Villa respecto a una carta del segundo al primero, interviniendo el general Palafox para fijar la fecha de la carta. Después se generaliza la conversación en esta forma:

El Gral. Villa: Siempre estuve con la preocupación de que se fue­ran a quedar olvidados, pues yo tenía empeño en que entraran en esta Rev6lución. Como Carranza es un hombre tan, así, tan descarado, com­prendí que venían haciendo el control de la República; y yo, nomás esperando.

El Gral. Zapata: Ya han dicho a usted todos los compañeros: siem­pre lo dije, les dije lo mismo, ese Carranza es un canalla.

F. V.: Son hombres que han dormido en almohada blandita. ¿Dón­de van a ser amigos del pueblo que toda la vida se la ha pasado de puro sufrimiento?

E.Z.: Al contrario, han estado acostumbrados a ser el azote del pueblo.

F.V.: Con estos hombres no hubiéramos tenido progreso ni bien­estar ni reparto de tierras, sino una tiranía en el país. Porque, usted sabe, cuando hay inteligencia, y se llega a una tiranía, y si es inteligente la tiranía, pues tiene que dominar. Pero la tiranía de estos hombres era una tiranía taruga y eso sería la muerte para el país. Carranza es una figura que yo sé de’onde salió para convertir a la República en una anarquía.

Palafox: Lo que hicieron en la ciudad de México no tiene prece­dente; si hubieran entrado los bárbaros lo hubieran hecho mejor que ellos.

F. V.: Es una barbaridad.

E. Z.: En cada pueblo que pasan...

F. V.: Sí, hacen destrozo y medio. No había otro modo para que se desprestigiaran, para que se dieran a conocer. Tenían antes algo de prestigio, pero ahora... Estos hombres no tienen sentimientos de Patria.

Palafox De ningunos, de ninguna clase de sentimientos.

F. V.: Yo pensaba que con nosotros pelearían ahora que empecé a caminar del Norte; pero no, no pelearon.

E. Z.: Aquí empezaban a agarrarse fuerte, y... ya lo ve usted.

Serratos (al Gral. Zapata): Que si no quería usted someterse te­nía 120,000 hombres para darles a los del Sur lo que necesitaban, eso fué lo primero que dijo Carranza.

F. V.: Para que ellos llegaran a México fué para lo que peleamos todos nosotros. El único ejército que peleó fué el nuestro (refiriéndose al avance hacia el Sur). Nunca nos hacían nada, no obstante que te­nían guarniciones hasta de mil hombres. Los que por allá pelearon muy duro fueron estos huertistas; llegó a haber batallas donde hubiera poco más de cinco mil muertos.

E. Z.: ¿En Zacatecas?

F. V.: En Torreón también, allí estuvo muy pesado; pelearon como 18,000 hombres. En toda la región lagunera pelearon como 27 días. Pablo González, que hacía más de un mes estaba comprometido conmigo para no dejar pasar federales, me dejó pasar oncce trenes; pero todavía nos corrió la suerte de que pudimos con ellos y todavía les to­mamos Saltillo y otros puntos, y si acaso se descuida ese González, lo tomamos hasta a él. (Risas.)

E. Z: Yo luego calculé: Donde van a esperarse y a hacerse fuer­tes, en Querétaro.

González Garza: Ahí esperábamos nosotros la batalla...

F. V.: Yo esperaba que por ahí por el Bajío hubiera unos 600 o 700 muertos; pero nada: puro correr.

Serratos:En la Huasteca han estado haciendo lo mismo, igual.

F.V.: En estos días entró por ahí Murguía a un pueblo de por aquí.

Serratos: Zitácuaro.

F.V.: Pues creo que sí. Sorprendió a la guarnición diciendo que era convenciónista, y asesinó como a treinta oficiales y jefes y una parte de tropa. Pero yo le cargué fuerzas por distintas partes. (Pausa.) Va­mos a ver si quedan arreglados los destinos de aquí de México, para ir luego donde nos necesitan.

Serratos: En las manos de ustedes dos están.

(Todos asienten a lo dicho por Serratos.)

F.V.: Yo no necesito puestos públicos porque no los sé “lidiar” Vamos a ver por dónde están estas gentes. No más vamos a encargarles que no den quehacer.

E.Z.: Por eso yo se los advierto a todos los amigos que mucho cuidado, si no, les cae el machete. (Risas.)

Serratos: Claro...

E.Z.: Pues yo creo que no seremos engañados. Nosotros nos he­mos estado limitando a estarlos arriando, cuidando, cuidando, por un lado, y por otro, a seguirlos pastoreando.

F.V.: Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los hombres ignorantes, y la tienen que aprovechar los gabinetes; pero que ya no nos den quehacer.

E.Z.: Los hombres que han trabajado más son los menos que tienen que disfrutar de aquellas banquetas. No más puras banquetas. Y yo lo digo por mí: de que ando en una banqueta hasta me quiero caer.

F.V.: Ese rancho está muy grande para nosotros; está mejor por allá afuera. Nada más que se arregle esto, para ir a la campaña del Norte. Allá tengo mucho quehacer. Por allá van a pelear muy duro todavía.

E.Z.: Porque se van a reconcentrar en sus comederos viejos.

F.V.: Aquí me van a dar la quemada; pero yo creo que les gano. Yo les aseguro que me encargo de la campaña del Norte, y yo creo que a cada plaza que lleguen también se las tomo, va a parar el asunto de que para los toros de Tepehuanes los caballos de allá mismo.

E.Z.: ¿Pero cómo piensan permanecer, por ejemplo, en las mon­tañas y así, en los cerros, de qué manera? Las fuerzas que tienen no conocen los cerros.

Serratos: Qué principios van a defender.

F.V.: Pues yo creo que a Carranza todavía; pero de Patria no veo nada. Yo me estuve “ensuichado” cuando la Convención; empezaron: que se retire el general Villa y que se retire, y yo dije: yo creo que es bueno retirarse pero es mejor hablar primero con mi general Zapata. Yo quisiera que se arreglara todo lo nuestro, y por allá, en un ranchito —lo digo por mi parte—, allá tengo unos jacalitos, que no son de la Re­volución. Mis ilusiones son que se repartan los terrenos de los riquitos. Dios me perdone ¿no habrá por aquí alguno? (irónicamente).

Voces: Es pueblo, es pueblo.

F.V. (prosigue): Pues para ese pueblo queremos las tierritas. Ya después que se las repartan, comenzará el partido que se las quite.

E.Z.: Le tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo creen cuando se les dice: “Esta tierra es tuya.” Creen que es un sueño. Pero luego que hayan visto que otros están sacando productos de estas tierras dirán ellos también: “Voy a pedir mi tierra y voy a sembrar.” Sobre todo ése es el amor que le tiene el pueblo a la tierra. Por lo regular toda la gente de eso se mantiene.

Serratos: Les parecía imposible ver realizado eso. No lo creen; di­cen: “Tal vez mañana nos las quiten.”

F.V.: Ya verán cómo el pueblo es el que manda, y que él va a ver quiénes son sus amigos.

E.Z.: Él sabe si quieren que se las quiten las tierras. Él sabe por sí solo que tiene que defenderse. Pero primero lo matan que dejar la tierra.

F.V.: Nomás le toman sabor y después les damos el partido que se las quite. Nuestro pueblo nunca ha tenido justicia, ni siquiera liber­tad. Todos los terrenos principales los tienen los ricos, y él, el pobre­cito encuerado, trabajando de sol a sol. Yo creo que en lo sucesivo va a ser otra vida, y si no, no dejamos esos máussers que tenemos. Yo aquí juntito a la capital tengo 40,000 mausseritos y unos 77 cañones y unos...

E.Z.: Está bueno.

F.V. ...16.000,000 de cartuchos, aparte del equipo, porque luego que vi que este hombre [por Carranza] era un bandido, me ocupé de comprar parque, y dije: con la voluntad de Dios y la ayuda de ustedes los del Sur; porque yo nunca los abandoné; todo el tiempo estuve co­municándome.

E.Z.: Estos ..., luego que ven tantito lugar, luego luego se quie­ren abrir paso, y se van al sol que nace. Al sol que nace se van mucho al c...; por eso a todos esos c... los he “quebrado”; yo no los consiento. En tantito que cambian y se van, ya con Carranza o ya con el de más allá. Todos son una punta de sinvergüenzas . Ya los quisiera ver en otros tiempos.

F.V.: Yo soy un hombre que no me gusta adular a nadie; pero usted bien sabe tanto tiempo que estuve yo pensando en ustedes.

E.Z.: Así nosotros. Los que han ido allá al Norte, de los muchos que han ido; estos muchachos Magaña y otras personas, que se han acer­cado ante usted, le habrán comunicado de que allá tenía yo esperanzas. Él es, decía yo, la única persona segura, y la guerra seguirá, porque lo que es aquí conmigo no arreglan nada y aquí seguiré hasta que no me muera yo y todos los que me acompañan.

F.V.: Pues sí, a ver esos que saben de gabinete qué...

E.Z. (hablando con Palafox): Hay que entreverarlos, de esos gruesos y de esos mansos también.

Se sirven unas copas de cognac. El general Villa suplica que le traigan agua. Entretanto, dice:

F.V.: Pues, hombre, hasta que me vine a encontrar con los verda­deros hombres del pueblo.

E.Z. (correspondiendo la alusión): Celebro que me haya encon­trado con un hombre que de veras sabe luchar.

F.V.: ¿Sabe usted cuánto tiempo tengo yo de pelear? Hace 22 años que peleo yo con el Gobierno.

E.Z.: Pues yo también, desde la edad de 18 años.

El Gral. Zapata habla con el Gral. González Garza y otros de la hora de llegada: —Yo les dije que entre doce y una, ¿verdad?

F.V. (ofreciendo al Gral. Zapata su vaso de agua): ¿Usted gusta de agua, mi general?

E.Z.: (cortésmente). No, tómele.

Hay un momento en que hablan tan quedo que no se oye lo que dicen. Solamente se escucha el final de una frase del general Villa:

por eso siempre me estuve yo acordando de ustedes desde que le­vanté la revolución, luego luego pensé en ustedes.

La música que toca en el corredor no deja oír la contestación del general Zapata, ni lo que sigue de la conversación. Vagamente se oye que el general Villa habla de cuando hizo correr a 23 generales. En esos momentos llega el general Eufemio Zapata y saluda a los circuns­tantes.

Los generales Zapata y Villa hablan de la forma de los sombreros. El general Zapata dice que él no se halla con otro sombrero que el que trae. El general Villa dice: —Yo antes usaba de esos mismos (por el del general Zapata), nomás que de palma; pero desde hace tres años me acostumbré a estas gorritas.

F.V.: Desde 1910 tantió todo el cíentificismo que yo estorbaba, y cuando el levantamiento de Orozco yo luego comprendí que era un le­vantamiento del cientificismo, y lo sentí en el alma.

E.Z.: El tiempo es el que desengaña a los hombres.

F.V.: El tiempo, sí, señor.

E.Z.: Pero lástima que él [Orozco] no “haiga” ido. Así como maté a su padre, yo lo llamé también para hacer lo mismo, porque mis ganas eran con él.

F.V.: ¡A qué hombre ése tan descarado!

E.Z.: Pero yo dije: éste por cobarde hace esto, ¡conque mandas a tu padre!, pues ahora tu padre me la paga, y te lo fusilo, para que no mañana digas que por miedo a ti no lo fusilé; per9 yo cumplo con un deber en matar a los traidores, aunque vengas con tu ejército después.

F. V.: Hizo muy bien. Yo, cuando lo fusilaron, dije yo: pues ahora si qué sabroso. (?)

Vuelve a tocar la música y nada absolutamente puede oírse, hasta que se levantan para pasar a conferenciar a otra pieza ya cerca de las dos de la tarde. La conferencia entre el general Villa y el general Za­pata y su secretario el general Palafox duró hasta después de las tres de la tarde.

Concluida la conferencia, se pasó al comedor donde, al final de un sencillo banquete al estilo mexicano, se pronuncian algunos discursos, siendo los principales los siguientes:

El general Villa, después de haberle dado la bienvenida un orador cuyo nombre se escapa a la memoria, se puso de pie y dijo:

“Compañeros: Van ustedes a oír las palabras de un hombre inculto; pero los sentimientos que abriga mi corazón me dictan que ustedes oigan estas palabras que sólo se van a relacionar con asuntos de Patria. Es lo que abrigo en el corazón. Hace mucho tiempo que estamos en la esclavitud por la tiranía. Soy hijo del pueblo humilde, y a ese pueblo que representamos nosotros a ver silo encarrilamos a la felicidad. Vi­van ustedes seguros de que Francisco Villa no traicionará jamás a ese pueblo que han tenido en la esclavitud. Y soy el primero en decir que para mi no quiero ningún puesto público sino nomás la felicidad de mi Patria, para que todos los mexicanos conscientes no se avergüencen de nosotros.

“Respecto a todos esos grandes terratenientes, estoy propuesto a secundar las ideas del Plan de Ayala, para que se recojan esas tierras y quede el pueblo posesionado de ellas. El pueblo que por tanto tiempo ha estado dando su trabajo, sin más preocupaciones esos terratenientes que tenernos en la esclavitud. Yo, como hombre del pueblo, ofrezco de una manera sincera que jamás traicionare, que nunca traicionaremos su voluntad para que el pueblo no sufra.

“Cuando yo mire los destinos de mi país bien, seré el primero en retirarme, para que se vea que somos honrados, que hemos trabajado como hombres de veras del pueblo, que somos hombres de principios.

“Vengo, señores, para darles a ustedes el abrazo que me piden.”

Después tomó la palabra el señor Mauro Quintero en los siguientes términos:

“Si los d6s polos Norte y Sur, al darse un estrecho abrazo, explotaran y en miles de pedazos rodaran por el espacio iluminando con su blancura el espacio, jamás un estrecho abrazo de esos dos poderes podría ser tan hermoso, tan grande y tan sublime como los dos poderes, Norte y Sur, que acaban de abrazarse para traer al pobre y al humilde lo que tan necesario le es: la justa libertad que le darán el general Villa que es el poder del Norte y el General Zapata que es el poder del Sur.”

En seguida habló don Paulino Martínez:

Señores: Esta fecha debe quedar burilada con letras de diamante en nuestra historia porque en mi humilde concepto éste es el primer día del primer año de la redención del pueblo mexicano. Es la aurora de su felicidad porque dos hombres puros, dos hombres sinceros, que no tienen doblez ninguna, que han nacido del pueblo, que sienten sus do­lores y que sólo luchan por ver a ese pueblo humilde y feliz, en este día, como he dicho, comienza la redención del pueblo porque ellos sa­brán cumplir con lo que han prometido en sus respectivos programas, en sus respectivos planes. El Plan de Ayala, como vosotros sabéis, no quiere más que tierras y libertad para el pueblo y el pacto de Torreón que obligaba al señor Carranza a ser un hombre puro, éste se negó a firmarlo, porque prometía libertad.

“Debemos regocijarnos todos porque nuestros sacrificios, porque todos los revolucionarios que desde hace cuatro años han abandonado a sus esposas, han abandonado a sus hijos, se sienten también regocija­dos porque saben que esos sacrificios no quedarán burlados.

“Señores, digamos una vez más que vivan el general Zapata y que viva el general Villa, los hombres abnegados que llevarán a la República al pináculo de la grandeza.”

El señor Lic. Soto y Gama sucedió al señor Martínez en el uso de la palabra, empezando por decir que cuando las emociones son inten­sas, la palabra es pobre, es descolorida para reflejar los sentimientos del corazón; que por eso tal vez su compañero el general Roque González Garza que, como él, Soto y Gama, y muchos otros de los presentes, han sentido intensamente en esa gran fiesta la fiesta de la Revolución, no se han atrevido a hablar, porque en ocasiones como ésta no debe haber palabras sino gritos del alma, y que ahora el grito del alma es éste: El pueblo mexicano se ha salvado. Se han salvado los intereses sagrados de la Patria. Concluye exhortando a los generales Zapata y Villa para que no defrauden las esperanzas del pueblo y para que cumplan los compromisos que han contraído con éste, y al final estrecha la mano del general Zapata y la del general Villa.

Finalmente el general Roque González Garza hizo uso de la pala­bra, para decir:

Ciudadanos, jefes del Sur y del Norte, ciudadanos oficiales del Ejército Nacional, ciudadanos del Sur: El que os habla jamás en su vida había sentido emoción tan grande [en efecto, el Gral. González Garza estaba visiblemente conmovido]. El que os habla comprende la trascen­dencia enorme del acto que estamos presenciando; porque no debemos olvidar que nuestra historia nacional registra un hecho análogo; el abra­zo de Acatempan, entre dos hombres que hasta aquel entonces habían sabido cumplir con sus obligaciones y con sus deberes para con la Pa­tria. Pero desgraciadamente uno no supo cumplir: traiciono. El otro, remontándose en las montañas del Sur, fué lo suficientemente abnegado para ceder el puesto que le correspondía y entregar todo el poder al que no supo hacer buen uso de él, al que no comprendió nunca la idea de hacer grande y feliz a la Patria mexicana, y que ahora los reaccionarios a quienes estamos combatiendo pugnan por elevarlo a las altas regiones del ideal haciéndonoslo aparecer como el libertador de México; me re­fiero nada menos que al heroico Guerrero, sereno e impasible, y al traidor Iturbide.

“Que este pacto de Xochimilco no llegue a tener jamás la parte repugnante de aquel otro que registra nuestra historia. Yo tengo la se­guridad de que el general Villa sabrá estrechar siempre en sus brazos al hombre sufrido, al hombre que sin elementos y enfrentándose con mi­les de necesidades ha sabido mantener incólume el estandarte de la li­bertad y de las reivindicaciones públicas.

“Generales Zapata y Villa: los destinos de la Patria están en vues­tras manos. Escuchad los desinteresados consejos de los que colaboran con vosotros, y no dejéis para mañana la indicación precisa y oportuna en estos momentos, de que ninguno de vosotros debe aspirar a ningún puesto público. El general Zapata en el Sur está obligado a garantizar el triunfo de la revolución y vos, señor general Villa, estáis obligado a garantizar el triunfo de la revolución en el Norte.

“Que la Convención, producto puro y genuino de los hombres le­vantados en armas en toda la República, resuelva los problemas econó­micos y sociales en la ciudad de México, y vosotros, con vuestro poder y vuestra fuerza, y con vuestra fibra, sostened al que resulte electo, porque de esa manera seréis grandes, seréis fuertes, y seréis respetados, no sólo por la República, sino también por el mundo entero, por el extranjero que nos escucha y que nos atisba.

“Éste es un día grandioso en la historia de México. El abrazo de Acatempan quedará mucho más atrás que el abrazo de Xochimilco. En­tonces eran dos hombres de raza distinta, y ahora son dos hombres de la misma raza, creados en distinto medio y por eso sus complexiones y sus figuras son diferentes: el uno macilento y endeble, pero perseverante, fuerte y poderoso en el alma; el otro robusto y con facciones duras, pero amable y noble en el fondo, grandioso en los combates y magná­nimo con los vencidos.

“Vosotros, señores generales, tenéis un grave compromiso con la Patria, y ¡guay! de vosotros si no sabéis cumplir con todos los que os seguimos con entusiasmo y que estamos dispuestos a sacrificarnos. El día que no cumpláis seremos los primeros en volveros las espaldas y reclamaros para la Patria el debido cumplimiento de los compromisos que habéis contraído.

“Que no se repita en nuestra historia el triste espectáculo de un pacto que no se cumpla. Es tiempo que de sepamos darle al pueblo lo que necesita, es tiempo de que lo hagamos feliz porque tiene derecho a serlo.

“Señores generales Zapata y Villa, que el Dios de las naciones os ilumine en el grandioso papel que desempeñais y en la grandiosa empresa que el destino os ha encomendado.”

México, diciembre 4 de l9l4.

En el documento del cual se obtuvo esta copia aparece al calce la nota siguiente, manuscrita por el señor general González Garza: “Ésta es la versión taquigráfica tomada por mi secretario particular, Sr. Gonzalo Atayde, y en mi presencia, el día señalado. El pacto formal, yo lo tengo por separado. Habrá que agregar a todo esto, la copia del informe que rindió a Zapata, el general Serratos en ocasión de la entrevista tenida con Carranza, en Tlalnepantía, víspera de la entrada de los Constitucionalistas a la Ciudad de México. Septiembre de 1931. Roque González Garza. Rú­brica.”

En cuanto al pacto formal de Xochimilco a que alude la nota anterior, el general González Garza informó que cuatro fueron los puntos de que se compuso, y que, hasta donde recuerda, quedaron redactados como a continuación se expresa:

I. Alianza formal militar entre la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur.

II. Salvando los ataques que se hicieron en el Plan de Ayala a don Francisco I. Madero, aceptación por parte del general Villa y de la División del Norte de ese Plan, en lo que se refiere al reparto de tierras.

III. Obligación a cargo del general Villa, por virtud de operar en la frontera norte, de proporcionar elementos de guerra al general Zapata.

IV. Compromiso solemne entre los dos jefes por el que, al triunfo de la Revolución, pugnarían por elevar a la Presidencia de la República a un civil, identificado con la Revolución.



[1] Es una tarea iniciada por varios, pero, a mi conocimiento, aún no concluida satisfactoriamente por nadie, la de hacer una sociología de los ejércitos revolucionarios, y en particular de la División del Norte. A fines de los anos 60, Carlos Monsivais anotaba en uno de sus en­sayos: "Aún no se ha escrito la saga de la División del Norte".

[2] Véase el notable estudio de Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, México, Siglo XXI Editores, 1977.

[3] ­ "La acumulación originaria del capital y la acumulación del capital por la producción de plusvalía son, en efecto, no solamente dos fases consecutivas de la historia de la economía, sino también procesos económicos concomitantes.(...) El crecimiento internacional y la extensión del modo de producción capitalista, desde hace dos siglos, constituyen por lo tanto una unidad dialéctica de tres elementos:

a) la acumulación corriente del capital en la esfera del proceso de producción ya capitalista;

b) la acumulación originaria del capital fuera de la esfera del proceso de producción ya capitalista;

c) la determinación y la limitación de la segunda por la primera, es decir, la lucha competitiva entre la segunda y la primera". Ernest Mandel, Le troisième âge du capitalusme, Tomo 1, Cap. 2, "La estructura de la economía capitalista mundial", Paris, Unión Générale d'Editions, 1976, pp. 88 y 90. Hay traducción en español de este capítulo en la revista Crítica de la Economía Política Núm. 1, México, Ediciones El Ca­ballito, octubre-diciembre de 1976.

[4] Comentando los escritos de Marx sobre la revolución española, Michel Löwy: "En fin, la lección metodológica esencial que se desprende de estos escritos de Marx es que el proceso histórico se halla condicionado no sólo por la base económica, sino también por los hechos del pasado (sociales políticos o militares) y por la praxis revolucionaria de los hombres en el presente" (en Díaléctíca y Revolución, México, Siglo XXI Editores, 1976, p. 49).

[5] Marx no hablaba de la revolución campesina, sino de la transformación de la revolución burguesa en revolución proletaria. Ésta, sin embargo, era su lógica: cuando los demócratas lleguen al poder lle­vados por la revolución "los obreros deberán llevar al extremo las propuestas de los demócratas que, como es natural, no actuarán como revolucionarios, sino como simples reformistas. Estas propuestas de­berán ser convertidas en ataques directos contra la propiedad privada (...) La máxima aportación a la victoria final la harán los propios obreros alemanes cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posición independiente de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeñoburgueses les aparten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado. Su grito de guerra ha de ser la revolución permanente" (K. Marx, Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, marzo de 1850, publicado en Marx­-Engels, Obras Escogidas, Tomo 1, Moscú, Editorial Progreso, 1973, p. 189).

Marx ubicaba en la organización independiente de la clase consecuentemente revolucionaria la clave de la permanencia o de la continuidad de la revolución abandonada por los demócratas burgueses que la encabezan en su primera fase. Veremos bajo cuáles formas transfiguradas aparece —o no— esta condición en el curso de la revo­lución mexicana.

[6] Pueden encontrarse en la revolución mexicana y en su fracción zapatista la expresión de la dialéctica de las revoluciones y de su ala extrema, la que se empeña en proclamar la permanencia de la revolución, generalmente derrotada cuando empieza el reflujo y, no obstante, anunciadora de la marea del futuro: Francia 1789 y Babeuf; París 1848, las jornadas de junio y el Mensaje de Marx de marzo de 1850 ;Rusia 1917 y la Oposición de 1923; China 1927 y la tendencia de Mao; España 1936 y las jornadas de mayo 1937 en Barcelona, y la lista podría continuar... Pero este es, en realidad, un tema que exige desarrollo aparte.

[7] "En la insistencia de los 'liberales' por las reivindicaciones eco­nómicas, y en la expropiación de la gran propiedad territorial, la apropiación de las fábricas por los propios trabajadores y, sobre todo, en el llamado a que estas transformaciones se llevaran a cabo por el propio poder de las masas armadas en la medida en que avanzaba la revolución, no podemos ver sólo el reflejo de la consigna anar­quista que llama a abolir la propiedad y la autoridad. Desde el punto de vista político, esta línea representa la concepción de un proceso de masas realmente revolucionario en la medida en que promovía que fueran las propias masas, el pueblo en armas, quien ejerciera el poder y llevase a cabo democráticamente las transformaciones sociales. Esta cuestión, más que consideraciones ideológicas, constituía la piedra de toque y el punto de deslinde táctico entre las corrientes conciliadoras y reformistas que aspiraban a un cambio de grupos en el poder y a una serie de ajustes políticos desde arriba, y las fuerzas realmente revolucionarias, cualquiera que fuera su ideología y programa, cali­fíquense de liberales o agraristas, llámense sus líderes Emiliano Zapata, Francisco Villa o Ricardo Flores Magón". (Armando Bartra, Regeneración/1900-1918, México, Ediciones Era, l977, Introducción, pp. 29-30).

[8] Véase Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, Mexico, Edíciones el Caballito, 1977 (9º ed.), Capítulo VIII, "La Comuna de Morelos”.

[9] No es inútil citar nuevamente el famoso pasaje de Marx en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte Este Poder Ejecutivo con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejercito de otro medio millón hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar (...) La primera revolución francesa, con su misión de romper todos los po­deres particulares locales, territoriales, municipales y provinciales para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarro­llar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del poder del gobierno (...) Pero bajo la monarquía absoluta, durante la primera revolución, bajo Napoleón, la burocracia no era más que el medio para preparar la dominación de clase de la burguesía. Bajo la restauración, bajo Luis Felipe, bajo la república parlamentaria, era el instrumento de la clase dominante, por mucho que ella aspirase también a su propio poder absoluto". (Los subrayados son míos, A. G.). Es clara la dialéctica ruptura/continuidad que Marx desarrolla en su razonamiento sobre el Estado y su personal buro­crático, aún en el caso de una revolución social clásica como la francesa que marca el paso del poder de una clase dominante a otra y la sustitución de un Estado por otro.

[10] Del mismo modo, para dar un ejemplo actual, la trampa de los eurocomunistas no consiste en defender las conquistas democráticas de los obreros europeos —conquistas reales logradas por la lucha de masas— sino en presentarlas como la vía al socialismo y en concebir la Lucha por el socialismo como un proceso de ampliación y extensión constante de la democracia burguesa parlamentaria, y no como un proceso de creciente auto-organización del proletariado y los trabajadores con su propio programa de clases y sus organismos democráticos de deliberación y decisión.

[11] Lo cual, dicho sea de paso, demuestra la pobreza teórica —¿o la cerrazón política?— de quienes han abolido o consideran tabú la categoría ­marxista clásica de "Estado obrero".

[12] Trotsky definió al gobierno mexicano, en la época de Cárdenas, como "bonapartista sui generis" (véase La Administración obrera en la industria nacionalizada y Los sindicatos en la época del imperia­lismo, en León Trotsky, Escritos varios, México, Editorial Cultura Obrera, 1973). Estos análisis han servido de guía teórica al movi­miento trotskista latinoamericano desde entonces para comprender a regímenes como el de Perón en Argentina o el de Villarroel en Bolivia, para citar ejemplos ya clásicos, a quienes los Partidos Comunistas en su momento calificaron de "fascistas". En mi libro La Revolución interrumpida (y en su antecedente inmediato, la defensa política pre­sentada ante los tribunales mexicanos en junio de 1968), utilizo los análisis de Trotsky y la categoría de "bonapartismo" para definir el carácter del régimen de Obregón y de sus sucesores. En general, todas las tendencias del trotskismo coinciden en considerar como una variante del bonapartismo a los gobiernos surgidos de la revolución mexicana Ninguna de ellas, sin embargo, pone en duda el carácter de burgués del Estado mexicano ni —mucho menos —utiliza la expresión "revolución bonapartista", incongruente en sí misma. En buena teoría marxista, ambos términos se contraponen, ya que "bona­partismo" se refiere esencialmente a un régimen político que surge de determinado equilibrio —prerrevolucionario o postrrevolucionario— en la relación de fuerzas entre las clases, y "revolución" alude, en esencia, a una ruptura violenta de todo equilibrio en esa relación de fuerzas. Los Bonapartes no hacen revoluciones: dan golpes de Estado.

[13] En tan temprana fecha corno la del año 1889, es difícil encontrar otro documento que concretamente exprese el malestar que hacía sentir el porfiriato, como el que a continuación copiamos. Entre otras cosas revela que la inquietud política acerca de las reelecciones proseguía latente para algunos espíritus, aunque la mayoría de aquella generación estuviera con­forme. Dice así el mencionado documento: "Plan o Protesta pública pidiendo jus­ticia y equidad. La Proclama de 1889 tiene por base: Primero, la derogación general de las reformas hechas a la Constitución Federal en los períodos pre­sidenciales pasado y presente. Segundo, abolir la reelección. y los nombra­mientos del Ejecutivo, exigiendo los nombramientos constitucionalmente. Tercero, protestar contra los gravámenes nuevamente establecidos por la Ley de Ingresos Municipales. Cuarto, en nombre de la masa común, o sea del pueblo, protestamos conducirnos de buena fe, impelidos solamente por los sacros motivos que nos alarman. 23 de agosto de 1889." La proclama está tomada de las declaraciones rendidas por Jesús María Vázquez, detenido como miembro activo de la conspiración de 1889. El expediente judicial co­rresponde al archivo del Juzgado de Cd. Guerrero, Chih., paquete N9 20, "Conspiración de Ciudad Guerrero".

[14] No obstante que el autor había sido uno de los fundadores del Partido Antirreeleccionista, y de que llevaba excelentes relaciones con Madero, con Vázquez Gómez, con González Garza, con Robles Domínguez, etc., etc., nunca fue invitado a tomar parte en la Revolución. sería tal vez porque no se le creía capaz de empuñar las armas, o porque se le consideraba demasiado independiente de carácter. Lo cierto es que aun cuando hubiera sido invitado, no habría aceptado tomar parte, pues siempre se manifestó firme en su propósito de conservar su carácter de civil independiente. Sus escritos y especialmente los tres que constituyen esta parte de la obra, demuestran, sin embargo, su valor civil y personal y la firmeza de sus convicciones, que lo hicieron ayudar a la revolución con su pluma, más de lo que pudiera haberlo hecho con las armas. En cierta ocasión, durante la Convención de 1914 en México, decía, dirigiéndose a los militares con quienes había entrado en pugna: "Yo solo he batido más hombres con la pluma, que vosotros con el rifle", y agregaba: "y no tengo como vosotros, una escolta o un Estado Mayor que me guarde las espaldas"

[15] Téngase siempre en cuenta, que el que mandaba en México, donde el autor escribía, era todavía el general Díaz, y sobre todo, los científicos.

[16] Fácil es deshacer la aparente contradicción del autor, cuando por una parte aconsejaba al general Díaz "transigir", y cuando se abrieron las negociaciones de Ciudad Juárez, aconse­jaba a Madero "no transigir". La transacción, de parte del general Díaz, significaba su retira­da del Gobierno, y afectaba solamente una cuestión de personal administrativo. La transac­ción de parte de Madero y a la cual se oponía el autor, era el sacrificio de los principios tácitos de la Revolución de 1910.

[17] Los peligros a que se veía expuesta la Revolución, eran: a) el temor de un gran derra­mamiento de sangre, ya manifestado por Madero. b) La injerencia de los parientes y amigos de Madero, casi todos científicos: Don Francisco Madero (sr.) su padre, delegado suyo en las conferencias de Ciudad Juárez, don Ernesto Madero, su medio hermano; don Rafael Hernández, su primo, don Antonio Hernández, su tío, pueden contarse entre los mas conspicuos científicos de la familia Madero. c) La habilidad de Limantour, a quien aquí llama el autor el Príncipe de la Paz, y d) el temor de complicaciones internacionales, poco probables, pero muy pregonadas.

[18] Madero no inscribió en su bandera revolucionaria más que "Sufragio Efectivo y No-reelección", pero las tendencias sociales y económicas del movimiento, eran patentes y comen­zaban ya a tomar forma concreta, sobre todo, en materia agraria, como se habrá visto ya en el capitulo anterior.

[19] Y esto fue lo que pasó, desde Pascual Orozco, en Chihuahua mismo, hasta Zapata en Morelos.

[20] Los resultados que el autor pronosticaba, le parecían tan incontestables y tan inminentes, que ni siquiera consideraba esto como una profecía ominosa, sino como algo que irremedia­blemente tenía que venir, y sentía la impaciencia de mirar que en un asunto tan grave y tan claro, nadie quisiera ver ni oír, hasta que sobrevino la tragedia de 1913.

[21] Nadie ignora que todos estos tristes vaticinios hubieron de cumplirse al pie de la letra, contribuyendo a preparar la catástrofe de febrero de 1913.

[22] En efecto, un grupo de periodistas antirreeleccionistas se dirigió telegráficamente al general Díaz, pidiéndole su renuncia en nombre de la salvación nacional. Este ejemplo fue imitado por numerosas asociaciones obreras y clubes políticos. Más de mil estudiantes firmaron un escrito con igual objeto, generalizándose después de un modo elocuentísimo las peticiones que exigían la renuncia de Díaz.

[23] ­Ya expresó el autor en artículos anteriores cómo el gobierno del general Díaz pre­tendiendo restar fuerzas a la Revolución, había arrebatado a ésta su bandera de "Sufragio Efectivo" y "No Reelección".

[24] Desde que fueron escritas estas frases proféticas, hasta la fecha, ni un instante ha de­jado de correr sangre mexicana en un prolongado eslabonamiento de rebeliones armadas.

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